atentado

1418 Words
Faltaban tres días para el cumpleaños número veinticuatro de Angelina. Su padre la había llamado informando que debía volver a Italia. Angelina tenía ocho años estudiando y viviendo fuera de Italia. Se había graduado hace un año de médico cirujano y estaba haciendo sus pasantías en un famoso hospital de la ciudad. Sabía que al cumplir sus veinticuatro años se casaría con Alexandro, pues era su deber como mujer perteneciente a una familia mafiosa. Los varones se volvían futuros jefes, mientras que las mujeres se encargaban de forjar uniones fuertes y poderosas que aportarían más poder y riqueza a su familia; en su mundo, nada era por amor. Mientras empacaba sus cosas para viajar a Italia al día siguiente, se sentó en la cama preguntándose cómo se vería él. Llevaba más de ocho años sin verlo. Él debía de tener 30 años ahora, pues él le llevaba seis años; lo recordaba. Recordaba lo alto que era, sus carnosos labios, su cabello rubio, sus ojos azules, su piel bronceada y sus tatuajes. También recordaba su mal humor y que siempre la miraba como un bicho raro. Trató de recordar su sonrisa, pero se le hizo imposible, ya que nunca lo había visto sonreír. Se preguntaba si aún seguía teniendo esa mirada fría y ese mal carácter. El sonido de su móvil al sonar la sacó de sus pensamientos. Al mirar la pantalla, vio que era un número desconocido. Dudó por unos segundos en si debía contestar y, al final, se decidió por contestar. —Hola —contestó ella, y esperó unos segundos a que la persona del otro lado respondiera. —Debes salir de ahí ahora —escuchó que aquella voz le dijo, y sintió que cada centímetro de su piel se le erizaba. —¿Cómo dices? ¿Qué pasa? —preguntó levantándose de la cama al tiempo que sentía cómo su corazón latía con rapidez. —Pon atención a lo que diré: tienes cinco minutos para salir de ahí. No hay tiempo para explicarte ahora. —¿Cómo sé que puedo confiar en ti? Esto puede ser una trampa. ¿Quién eres y qué quieres? —preguntó ella, un poco exaltada. La situación le traía malos recuerdos, y trataba de respirar con normalidad para no entrar en shock en un momento como ese. Su padre siempre decía que tenía que mantener la calma. —Soy Nicolo Zanella. Pertenezco a la mafia Soracco. Necesito que me prestes atención. Estaré allí en veinte minutos, por lo que necesito que salgas con mucho cuidado y no me cuelgues la llamada. Mantente en línea. —¿Dios, qué está pasando? No puedo pasar por esto otra vez —dijo ella, llena de pánico. Se acercó a la ventana y, de repente, escuchó un disparo. Un grito de pánico salió de sus labios. —¡Maldición, apúrate! ¡Ya han llegado! —gritó la voz a través del móvil, indicándole a su conductor que acelerara el auto. —¿Qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó ella con voz temblorosa. —Escúchame, debes moverte. Por ningún motivo puedes dejar que te atrapen. ¿Me escuchas? Ella asintió y luego respondió: —Sí, te escucho. —¿Dónde está Matteo? Necesito a Matteo. No puedo hacerlo sin él. Tengo miedo —dijo ella con voz temblorosa. —No es momento de llorar ni entrar en pánico. Cálmate —se preguntó ella, ¿acaso era él? —¿Alessandro, eres tú? —preguntó ella incrédula, pero era él. No había olvidado su voz; esa voz varonil, dominante y fuerte era difícil de no recordar. —No hay tiempo para esto —dijo Alessandro, pues él permanecía al lado de Nicolo, escuchando todo. Como el hombre inteligente que es, sabía que irían tras ella. Sabía que sus enemigos tratarían de evitar esa unión y que, mejor que matar al eslabón más débil, sería impedirlo. Sus hombres llevaban semanas en Nueva York cuidando de ella sin que ella lo supiera, pues sabía que algo como eso pasaría. Y justo ese día, Alessandro acababa de llegar, pues sabía que ella viajaría al día siguiente. Aprovechando que él tenía una reunión con el jefe de la mafia neoyorquina para tratar asuntos de nuevas rutas y comisiones, pasaría por ella después de aquella reunión para volver a Italia juntos. Pero justo cuando bajaba del avión, le informaron de aquel atentado dirigido hacia su prometida. Aunque no le hacía gracia casarse con ella, sabía que convenía a su organización y que eso traería más poder a la casa Rossi, tanto como a la casa Soracco. No podía cambiar una promesa y alianza que ya estaba pactada mucho antes de que ellos nacieran. —Ah —el grito de Angelina, ante nuevos disparos, lo sacó de sus pensamientos. Se sentía exasperado por la situación; no le gustaba no tener el control de las cosas. Apretó fuertemente el móvil entre sus manos y pensó que podría ser buena idea dejar de intervenir. Quizás la muerte de ella rompería aquella alianza. Pero muy en el fondo sabía que no podía hacer aquello, pues aquel matrimonio era un negocio que no podía dejar pasar. Algo a lo que estaba destinado y que ese matrimonio debía llevarse a cabo. —Ya deja de gritar y actúa —dijo él con frialdad—. Llorar no evitará que te maten. Matteo debe estar ocupado ahora o quizás ya esté muerto, así que debes pensar en salvar tu vida por tu cuenta. Su corazón latía con más rapidez al imaginar el cuerpo de Matteo ensangrentado en el suelo, sin vida. Pero no tenía tiempo para pensar en alguien más en ese momento. —¿Qué debo hacer? —dijo ella al fin, decidida a salir de ahí con vida. Y justo cuando él iba a contestar, escuchó la voz de ella interrumpiendo lo que él estaba a punto de decir. La puerta de la habitación donde ella se encontraba se había abierto abruptamente, mostrando a un Matteo sudado, golpeado y ensangrentado, con pistolas en ambas manos. —¡Matteo! —gritó ella, sintiendo cómo le volvía el alma al cuerpo. Mateo estaba con ella como su jefe de seguridad desde hace más de diez años. —Señorita, debemos salir de aquí. Nos superan en número. La mayoría de nuestros hombres han caído y me temo que todo se complique más. Debemos llegar al garaje. Alessandro se mantenía al tanto de la conversación que Angelina estaba teniendo con su escolta, debido a que escuchaba todo por el móvil que aún seguía en línea. Matteo, sin perder tiempo, asomó la cabeza por la puerta para asegurarse de que los enemigos no hubieran llegado al segundo piso. —Angelina, debes escucharme —le dijo Alessandro a través del móvil que ella mantenía aún pegado a su oreja derecha. Al escuchar la voz de Alessandro, prestó atención nuevamente al móvil. Ella despegó el móvil de su oreja, poniéndolo en altavoz para que Mateo pudiera escuchar aquella conversación. —Deben llegar a la biblioteca del piso de abajo. Cuando estén allí, deben mover el pequeño librero que está debajo de la ventana. Allí encontrarán un botón debajo de la alfombra. Deben presionarlo y se abrirá un pasadizo a través de los libros. Deben esconderse allí hasta que lleguemos. Me temo que será imposible que salgan con vida de allí antes de que lleguemos por ustedes. —¿Cómo sabes eso? Llevo más de ocho años viviendo aquí y no sabía de algo como eso —dijo ella, pues le sorprendió que él supiera algo de la casa donde ella había vivido por mucho tiempo y que ella no sabía. —No hay tiempo para explicaciones. Preocúpate por salir de allí con vida. Debemos casarnos en tres días —dijo él, y ella no pudo creer su nivel de frialdad. Solo le importaba el poder que traería aquella unión. No sabía por qué se sorprendió de escucharlo decir aquello. —Camina detrás de mí —dijo Mateo, nada sorprendido por aquella conversación, pues resulta que Angelina pensaba que Matteo trabajaba para la familia Rossi, ya que era su guardaespaldas. Pero resulta que no; Alessandro controlaba cada detalle de la seguridad de su prometida. Inclusive, aquella casa donde ella vivía pertenecía a la familia Soracco. Pronto, Angelina entendería que nada en su perfecta vida estaba planeado por ella, como pensaba. Pues nunca tuvo el control de nada, ya que Alessandro estaba detrás de cada pequeño detalle de la vida de su prometida.
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