Capítulo Uno: Pokerface

1085 Words
Sicilia.  Abril 7, 2019    Las noches de casino siempre eran productivas, sobre todo cuando éstas se realizaban en territorio enemigo; usar su licor, a sus mujeres y su dinero sin que ellos tengan la menor idea de su presencia allí era una de las cosas que más disfrutaba del anonimato. Sentado en una de las mesas de blackjack Stephen observa con lentitud todo el espacio, algunas cosas no pueden negarse y entre ellas está el lujo que los italianos le ponen a los detalles, aún más cuando dicho establecimiento es sólo para las personas más pudientes de algunos medios. En el sitio se encuentran artistas, magnates, modelos, deportistas de varias disciplinas y también parias de la sociedad que se esconden tras un traje de tres piezas. — ¿Listo, señores? —. Pregunta el croupier antes de empezar a repartir las cartas sobre la mesa, Stephen se retira antes de que termine la acción anunciando así su retiro del juego, luego pasa a la ruleta americana. — ¿Deseas aumentar la apuesta? — Una voz femenina llama su atención, con cierto descaro la repara de pies a cabeza sin perder detalle alguno; desde los tacones altos, el vestido ceñido al cuerpo con la abertura hasta el muslo, caderas llenas, cintura estrecha y pechos generosos, un rostro suave con facciones seductoras y una cascada de cabello caoba que cae por su espalda. —He notado que estás un poco... ¿Aburrido? Tal vez esta no es la diversión que tú necesitas. Morcant sonrió, de verdad lo hizo, al reconocer a aquella exuberante mujer. Antonella Favianni. — ¿Qué sugieres, entonces? — Giró un poco su cuerpo hacia ella para brindarle toda su atención o al menos pretender que lo hacía. Antonella es conocida por llevar a los pobres incautos a mesas cuyas sumas podrían eliminar la hambruna en países del tercer mundo, por supuesto, la casa siempre debía ganar por lo que la Familia Favianni terminaba siendo dueña de muchos talentos y empresarios que posteriormente usan para fundar empresas y lavar dinero. Método similar que usa la Bratva para hacer lavado de activos, pero en otros sectores. —Una mesa privada se abrirá en una hora—. Los seductores labios carmesí de Antonella se acercan a su oído para susurrar en un tono bajo. —Quizás nos podamos divertir, si ganas, claro. Morcant tomó la mano de la mujer y le dio un beso en el dorso en tanto sus ojos azules buscaban la mirada café, detiene el tacto más de lo necesario e incluso su labio inferior hace un pequeño barrido en la piel y cuando la suelta el fantasma de una sonrisa seductora atraviesa los labios femeninos. Él por su parte curvó la esquina izquierda de su boca en respuesta. —Será un placer aceptar la invitación de semejante mujer. Casi dos horas después Morcant está sentado en la dichosa mesa, con un vaso de licor en la mano, rodeado del humo que expedían los otros jugadores. El nerviosismo en los presentes era evidente, las sumas de dinero que se está jugando es equiparable a una pequeña fortuna, aunque no sólo se apuesta en efectivo. Hay quienes ponen sobre la mesa propiedades enteras e imperios de hace más de cien años, un ejemplo de ello es nada más y nada menos que Isaac Ackerman quien ha colocado sobre la mesa las escrituras de su Isla Privada. Pero así es como funciona el mundo. ¿Es justo? No, ni un poco. Pero esa era la realidad en la que vivían. Al igual que en el mundo animal el más fuerte prevalece mientras que el débil perece víctima de su propia debilidad. — ¿Te estás divirtiendo? —. Identificó la voz de la mujer aún sin ver de quien se trataba, Antonella poseía una sensualidad innata e innegable, tal vez por ello más de una batalla se había librado en el mundo criminal. —Tanto como es posible—. Le brindó una tensa sonrisa, él siguió el movimiento de las cartas y ella siguió el transcurso de su mirada también. —Te desearía suerte… — dejó la frase sin terminar. —Pero la casa siempre debe ganar ¿No? En respuesta ella le dio un guiño seguido de una lenta sonrisa sin separar los labios, su mirada abandonó las cartas por un momento para seguir el curso que la mano de Antonella iba tomando desde el hombro pasando por el brazo hasta finalmente avanzar hasta el pecho. El juego en la mesa estaba perdido, él lo sabía y sin embargo no le importaba en lo más mínimo. A veces para ganar tienes que perder. Y él ya había perdido mucho en los últimos años, no pensaba volver a estar en el fondo del precipicio, tenía ese sitio reservado para la familia Favianni. —Guapo e inteligente. —Tomaré eso como un cumplido —. Bromeó esbozando una perezosa sonrisa ladeada, de esas que marcan el hoyuelo en su mejilla y que se veía sólo en los días, como esos, en los que iba completamente afeitado. —No te distraigo más, tienes una partida que ganar. —O puedes distraerme, no me importaría perder todo por disfrutar un momento de su compañía. Morcant no se creyó ni por un segundo el falso rubor que cubrió las mejillas femeninas, ni mucho menos la lenta caída de pestañas que intentaba aparentar una imagen de timidez, la había estudiado tan bien que conocía cada pequeño truco que usaba ella a la hora de distraer a los pobres incautos que tenían la mala suerte de caer en sus garras. Los Favianni son como la Hidra de Lerna y él sabía que Antonella era una cabeza, pero no la más importante y mucho menos la más peligrosa de todas. Sin embargo, ella no se quedó, se limitó a hacer un lento asentimiento antes de encaminarse a la salida, a su paso atraía la mirada de los hombres que allí se encontraban y es que si su familia era una hidra Antonella era la reencarnación de la mismísima Medusa. — ¿Está dentro, señor Morcant? —. El tono del coupier dejaba claro que no era la primera vez que realizaba la pregunta, por su parte, él asintió despacio. —Por supuesto. Él había estado dentro de la partida desde hace años, manteniéndose en las sombras y a la espera del momento correcto para lograr sus objetivos sin fallar. Pronto... muy pronto los Favianni conocerían el infierno en la tierra.
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