Capítulo 1: Libertad

1736 Words
MADISON —Señorita —Estela toca la puerta de mi habitación—. ¿Puedo pasar? Dejo los accesorios encima de mi tocador. Me he estado arreglando para la cena de esta noche, ya que mi padre dice que me tiene una buena noticia. —Pasa, Estela —le pido. La empleada entra con una cara de desconcierto. —Señorita Madison, su padre la necesita abajo. —¿Para qué? Estoy algo ocupada, dile que si quiere que este presentable para lo que sea que hagamos esta noche, debo empezar a arreglarme ahora. Así que le pido encarecidamente que no me moleste —frunzo el ceño con molestia. Estela hace esa típica expresión que me exaspera. Aprieta los labios y se cruza de brazos. —Él me dijo que diría eso, entonces me pidió que le dijera: “O bajas, o yo subiré y te obligaré a hacerlo.” —Respira hondo como si estuviera reuniendo toda su paciencia—. Por favor no me haga decirle más. Ruedo los ojos. Estoy harta de que siempre tenga que mandarme. Estoy llegando a mi punto límite. Siempre es lo que él quiera. Yo no tengo decisión, ni voz ni voto en esta casa. —Estela, llevas trabajando más de 30 años en esta mansión, nos conoces a la perfección, como si fueras parte de la familia. Dime, ¿qué tan importante es que baje ahora mismo? —le ruego con los ojos que me deje tranquila, esperando que me diga que en realidad puede esperar. Pero para mi mal humor, no es así. —Es indispensable —me dice con seriedad. Me resigno y bajo las escaleras con los pies pesados. Lo encuentro al lado izquierdo en la biblioteca leyendo uno de sus libros favoritas sobre economía. Esos que tanto me aburren, pero me obliga a leer. —Padre. ¿Me necesitabas? Él levanta su mirada y esboza una sonrisa. —¡Hija! Madi, querida. ¿Cómo estás? —se levanta de su sillón para abrazarme. Yo me quedo inmóvil ante su efusividad. ¿Desde cuándo es tan cariñoso? —¿A qué se debe esta alegría, padre? —lo aparto para verlo a la cara. —Madi, querida, tengo la mejor noticia del mundo. Es que ni te la imaginas, estoy seguro de que vas a explotar de felicidad —me agarra de los hombros y su sonrisa se hace más grande. —¿Se puede saber de qué carajos estás hablando? —le digo cuando empiezo a perder la paciencia. Ya voy tarde para arreglarme. Él me fulmina con los ojos con esa expresión que dice: “Cuidado con las palabrotas, señorita. Cuida tu lengua o te la arranco” —Lo siento —me disculpo medio obligada. Mi padre vuelve a su cara anterior y hace un silencio como de anticipación. ¿Qué será la noticia? Espero que sea algo como que por fin voy a poder trabajar, o que me va a dejar abrir mi propia empresa, tal vez que por fin puedo salir de este encierro. Con eso sí que me emocionaría. —Conseguí el trato con la empresa de Joseph, la segunda más grande del país. Solo que tiene una condición —comienza a decirme. —¿Cuál? —enarco una ceja. Me alegro por mi padre, ha estado intentando hacer negocios con ese hombre desde hace años, y por fin lo consiguió. —Bueno… —hace una pausa. Parece estar buscando las palabras adecuadas—. Joseph quiere casarse. Y yo te ofrecí como una opción. Y él ha aceptado, vendrá esta noche para conocerte mejor. Abro los ojos como platos y lo que sigue es que hago el escándalo más grande de mi vida. —¿¡Qué!? ¿¡Papá de qué mierda me estás hablando!? —le grito y empiezo a agitar los brazos con desespero. Él me toma de las manos y mantiene la calma. —Madison Blake, cálmate ahora mismo —me ordena. No puedo creerlo. No puedo. No puedo. Mi corazón empieza a latir desbocado y mi respiración se vuelve errática. Creo que nunca había estado tan asustada y enojada al mismo tiempo. —Pero, ¿¡cómo se te ocurre hacerme esto!? —vuelvo a gritar, esta vez más fuerte. —Hija, era nuestra única opción para que cerrara el negocio. Dijo que eras una mujer muy hermosa, que te quería como esposa. ¡Felicidades, estás casada! Mi cara es de completo horror. —¡Papá! ¡Ese hombre tiene mas de 70 años! Tiene un pie aquí y el otro en la tumba —me llevo las manos a la cabeza. Es que no puedo creer que me este diciendo esto. No, eso no es lo peor, ¿cómo es que vende a su hija? Él me mira como si estuviera demente. —Pues por eso mismo, el hombre va a morir rápido, por lo que te dejará la empresa a ti, junto con toda su fortuna. Y bueno, sí es tuyo, prácticamente también es mío, entonces… Lo interrumpo con un grito de horror, tanto que da un salto hacia atrás. No puedo más, ya no lo soporto más. Hasta aquí llegué, esto es lo último que aguanto. Salgo disparada hacia las escaleras para ir a mi habitación. —¡Estela! ¡Empaca mis cosas ahora mismo! —grito al pasillo. Y la veo correr hacia mis aposentos. —Hija, ¿¡Qué haces!? —dice mi padre a mis espaldas. Subiendo conmigo. Me giro con los ojos rojos de la rabia. Tengo ganas de llorar por la frustración. —¡Pues me largo! ¿¡No me vas a volver a ver, me oíste!? —Acelero el paso. Cuando llego a mi habitación recién ordenada y pulcra. La vuelvo patas arriba, sacando maletas de viaje —que ni siquiera sé para qué tengo, sí nunca salgo—. Embuto la mayoría de mi ropa de diseñador en la primera. Ni siquiera me tomo el tiempo de seleccionarla porque podré resolver eso luego. Lo importante ahora es salir de este infierno. Mi padre se queda en el umbral y empiezo a ver su desesperación y enojo en su rostro. —No te vas a ir. Guarda eso ahora mismo —me ordena con una frialdad que en otro momento de mi vida me hubiera paralizado, pero ahora, solo me incita a continuar. Intento cerrar la maleta usando todo mi peso. Mi padre evita que Estela entre a ayudarme, la pobre debe obedecer porque seguro no quiere que la despidan. Pues bien, yo puedo sola. —Madison, deja eso. No vas a irte. —¿Y qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a encerrarme? —abro los ojos y aprieto mi mandíbula—. ¡Oh espera, eso ya lo has hecho! Sí de los oídos me pudiera salir humo, definitivamente este sería el momento. Estoy tan enfurecida que ni siquiera cuido mis palabras. —Es por el bien de la empresa, hija. —Mi padre sigue sin moverse de la puerta. Supongo que piensa que es solo un berrinche y que no soy capaz de irme. Pues que me observe. —¡Me importa un bledo la maldita empresa! ¡Tú y la empresa pueden irse al mismísimo infierno! Ahora paso a la segunda maleta, tomo todas mis joyas, zapatos, maquillaje o lo que sea que me haga falta. Y lo lanzo dentro. —Si te vas, te dejare sin herencia Madison, estarás sola. Ya no te ayudaré —su tono de voz me deja helada. Me recorre un escalofrío por la espalda al escuchar esas palabras. ¿Sin herencia? ¿Sola? ¿Sin ayuda? Todo eso puedo soportarlo. Por lo menos tendré lo que nunca me hubiera imaginado que podría llegar a tener en mis manos: Libertad. Al carajo con todo. Ni loca voy a dejar que mi padre me case con un hombre de 70 años que quiere una esposa trofeo. No gracias, sería otro encierro, solo que más lujoso. Estaría permitiendo que haga lo que quiera conmigo porque dependeré de él, al igual que con mi padre. No sé con qué fuerza levanto ambas maletas y paso al lado de mi papá, que me mira con incredulidad. Las bajo con dificultad, y se me pasa la idea por la cabeza de lanzarlas por las escaleras y que rueden para no tener que hacer tanto esfuerzo. Pero luego recuerdo que llevo cosas valiosas y que, si me voy, será con lo único que podría sobrevivir, entonces ya no lo contemplo. Al llegar a la puerta de madera maciza que pesa más que yo, la abro, pero antes de salir, el hombre que me ha mantenido cautiva durante toda mi vida, dice: —Si pones un pie afuera, perderás todo Madison Blake, ya no serás mi hija —advierte. Giro para observarlo a los ojos, unos que son un espejo de los míos. ¿Piensa que no me atrevo? Entonces no me conoce. —Mírame hacerlo —le digo con frialdad. Y con eso doy por terminada la discusión, salgo de la casa sin mirar atrás. Porque ahora mi padre y ésta mansión es mi pasado. Me juro a mí misma jamás volver. He cortado de raíz mi infierno. Y no permitiré que nadie vuelva a encerrarme en una jaula de oro, ni en esta vida, ni en la otra. Cruzo la verja arrastrando ambas maletas y salgo a la carretera principal. ¿A dónde iré? No lo sé. ¿Tengo un plan? Claro que no. Pero cualquier cosa es mejor que regresar. Juro que, si en este momento se me presenta una oportunidad milagrosa, la tomo. En ese instante, escucho el motor de un auto a mis espaldas. Apenas me volteo y tengo el tiempo para reaccionar y retroceder antes de que me atropelle. El carro pasa a toda velocidad cuando caigo al suelo. —¡Ey! ¡Imbécil! —levanto la mano para sacarle el dedo del medio. Para mi desgracia, el auto de un azul marino oscuro frena en seco y retrocede hasta mi posición. Me levanto de golpe. Ay, no. Lo que no me imaginé, es que del auto fuera a salir un hombre alto, musculoso, con un traje pulcro, y una cara angelical. Se acerca hasta mí y me extiende la mano: —Te ofrezco un trato —me dice con la voz gruesa.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD