Capítulo III

3269 Words
7 años antes Había pasado tres meses que se habían casado Antonio y Verónica, pero también que comenzaron los golpes y violaciones de parte del hombre. Esa mañana, la joven Verónica se encontraba en la terraza de la habitación pensando en los sucesos que pasaba con su esposo, ya no aguantaba ese trato de parte de él y había tomado la decisión de huir, aunque eso llevara a la posibilidad de que, si la atrapaba, la mataría y nadie sabría de eso. Tomó aire para ingresar de nuevo en la habitación, recogió algunas cosas para guardarlas en su bolso y salir de sus aposentos. Verónica iba caminando tranquilamente por los pasillos, sin levantar sospechas de ningún empleado, ya que por fortuna su esposo había salido temprano y no se encontraba en la mansión. Antes de irse, la joven pasó por la cocina y se encontró a su nana sola en ella. Ingreso en esta con un gran dolor en corazón por dejarla allí, en ese terrible lugar y con ese demonio. - Nana – dijo la joven mirándola con tristeza por abandonarla - Mi niña – hablo la mujer mientras se daba vuelta a mirarla - te has levantado temprano – viéndola confundida – justo iba a despertarte y llevarte él te para que lo bebieras La joven tomó la taza que la mujer le ofreció para beberlo de a poco, Verónica sabía perfectamente que ese té evitaba que ella se embarazara de ese hombre. Tomaba cada sorbo y miro a su nana, que la miraba confundida por su levantada tan temprano. - Pequeña, ¿qué sucede? – dijo la mujer agarrando la mano de la joven con suavidad Una lágrima salió de los ojos de la joven, recordando los momentos felices que tuvo con ella en su niñez. - Me iré, nana – dijo la joven con tristeza y Dorothea se asombró de sus palabras - ¿Cómo, mi niña? ¿Qué dices? – dijo la mujer acercándose a la joven confundida - No aguantó más, las violaciones y los golpes que Antonio me da – dijo Verónica mirándola con los ojos llorosos – por eso huiré de aquí – agarrando la mano de la mujer – te extrañare mucho, tu fuiste, eres y serás más madre para mí que la propia Esmeralda - Mi pequeña princesa – dijo la mujer abrazando a la joven con melancolía – déjame ir contigo, voy y preparo mis cosas rápido - No nana, no quiero que nada te pase por mi culpa – dijo la joven con tristeza – sé que Antonio ira detrás de ti, por eso quiero que te quedes y después te vayas lejos – abrazándola con fuerza – te quiero mucho y siempre lo haré, ahora debo irme porque si no me verán y no podre huir - Cuídate mucho, mi niña – dijo la mujer abrazándola con fuerza La joven asintió para terminarse su té y mirar por última vez a su nana, besó la mano de la mujer y salió de la cocina aguantando los sollozos acumulados. Verónica miro a cada lado para salir sin ser vista y caminar decidida hacia los establos, pero antes de entrar al lugar, oyó voces desconocidas para ella y vio que estaban saliendo de este. Se escondió para no ser vista por ambos hombres y cuando ya iban lejos, entro a lugar buscando a su yegua. - Hola Luz – dijo la joven acariciando a su yegua – hoy serás mi escapé – besando la nariz del animal Luz relinchó feliz, haciendo sacar una sonrisa de su dueña. Sacó al caballo con cuidado de su corral para salir en silencio del lugar y ya fuera del establo, la chica se subió al animal para salir trotando de allí. El animal había sido obsequio de su abuela cuando ella era una niña, esta era de color marrón claro con un pelaje corto de color blanco, realmente era una belleza y muy fiel a la chica. Verónica nunca se separaba de ella, asique cuando tuvo que mudarse al lado de su esposo le rogó que se la trajera y este había aceptado la petición, asique ahora ella tenía a su yegua y justamente huía con su compañera de vida. La yegua cabalgaba con rapidez huyendo con su dueña de allí, Verónica sonrió melancólica para seguir cabalgando alejándose cada vez más del lugar. Lo que ella no se esperó es que justo en ese momento en la casona, Antonio iba llegando en el carruaje y Enrique, el encargado de los caballos, lo esperaba en la entrada de la mansión y con mucho miedo de lo que haría. El hombre miro al sirviente confundido de que estuviera allí y no en su puesto de trabajo. - ¿Qué haces aquí, Enrique? – dijo Antonio serio, mirando al capataz - Creo que debe saber algo, señor - dijo el hombre nervioso por la mirada de su patrón – el animal de su esposa, no está en las caballerizas – hablaba con nerviosismo en su voz - ¿Qué dices? – dijo Antonio molestándose – ¿y donde esta ese, maldito animal? - Con su esposa, ella saco al animal y salió huyendo de aquí – dijo Enrique nervioso - ¿QUEEEEE? – dijo Antonio enojado y gritándole al pobre hombre – PREPARAME YA EL CARRUAJE Y TRAE MI ARMA - Si, señor – dijo Enrique con miedo de lo que este haría cuando encontrara a la jóven El hombre salió disparado de allí, a buscar el carruaje de su patrón y el arma que le había solicitado. Mientras Antonio furioso con Verónica, entro a la casona y gritaba a los cuatro vientos, el nombre de la nana de la joven. La mujer asustada por lo que pasaría a continuación, entro al lugar viendo el rostro de Antonio enojado. - ¿DONDE ESTA VERONICA? – dijo acercándose con rapidez a la pobre mujer – DIME YA MISMO ¿DONDE CA**** SE METIO MI MUJER? - N…No lo sé señor – dijo Dorothea muerta de miedo por su niña – cuando subí a despertarla, ella no se encontraba - Mírame, porque no lo diré otra vez – dijo el hombre mirando a la mujer enojado y amenazador – si me estás mintiendo y cubriendo a esa, maldita – viéndola con furia - las pagarás, entendido – hablo enojado y la mujer no decía nada – ¡ENTENDIDO! –gritándole Esta asintió con miedo y el hombre salió de la casa, para subirse al carruaje e ir en busca de su mujer. Mientras tanto Verónica seguía su rumbo y cada tanto veía detrás por si la seguían cuando en una de las revisiones, el animal salto una rama que sobresalía del suelo y la joven por no estar bien sujeta, callo de este y Luz siguió corriendo sin darse cuenta que no llevaba a su dueña. La joven adolorida, se levantó del suelo mientras llamaba a su yegua para que regresara, pero el animal no la escuchó y siguió corriendo. Caminó como pudo para seguir su rumbo, pero este fue interrumpido cuando a lo lejos se sintió un disparo. La joven se le empezó acelerar la respiración y comenzó a correr rápidamente como podía. Esta escapaba sin parar, para evitar que su esposo lograra su cometido de atraparla y llevarla a su lecho de muerte Verónica agotando todas sus fuerzas, evitando que este la capturara aun así la atrapó para trasladarla de vuelta a la casona. La joven miraba con temor a su esposo, porque sabía que este la golpearía por escaparse así hasta cansarse. - Antonio por favor, perdóname – dijo la joven con miedo - no lo volveré hacer El hombre la miró serio y agarró su pelo, haciendo que la joven gimiera de dolor. - Obviamente que no lo volverás hacer, porque te daré tu merecido y no te darán ganas de volver a intentarlo, maldita – dijo Antonio soltando con brusquedad el pelo de la joven – y tu yegua, recibirá su merecido - No, no por favor – dijo Verónica nerviosa por su yegua - con Luz, no Antonio no dijo nada y estuvo en silencio durante todo el viaje a la casa. Cuando llegaron después de algunos minutos, el hombre bajó del carruaje y luego agarró a su esposa para sacarla arrastras de este. - ¡ENRIQUE! – grito el hombre y el empleado rápidamente se acercó con miedo - ¿Qué sucede, patrón? – dijo el hombre nervioso y mirando de reojo a la jóven - Prepárame unas cadenas en el granero – dijo el hombre serio - y luego ve a buscar a esa maldita, yegua para traérmela El pobre hombre asintió para ir a buscar unas cadenas y llevarlas al granero. Antonio entró al lugar con la joven y la tiró al suelo enojado, esta gimió de dolor y vio a su esposo nerviosa y llorando. - Por favor, Antonio – dijo la joven llorando desesperada - Quédate callada – dijo Antonio enojado y le golpeó la mejilla con fuerza – no tienes derecho a pronunciar ninguna palabra, pequeña maldita La joven lloraba sosteniendo su mejilla mientras veía a su esposo, este le dio una patada en el estómago haciendo que Verónica expulsara sangre de su boca y gimiera de dolor. El hombre solo la miraba enojado y cuando iba a golpearla de nuevo, Enrique entro con las cadenas en mano. Antonio le ordenó que las pasara por las vigas del granero y este siguió las ordenes de su patrón, paso las cadenas por las vigas para dejar cada punta a la misma altura. Luego este se fue para ir en busca del animal, mientras que Antonio se acercaba a la jóven. - Ven aquí, maldita – dijo Antonio levantando a la chica con brusquedad – aprenderás modales como a un animal salvaje Antonio levantó primero un brazo de la joven y le cerro el grillete en la muñeca, para luego hacer el mismo procedimiento con la otra, dejando a la joven colgada de brazos. - Por favor, Antonio – dijo la joven suplicando con lágrimas en sus ojos - Cállate – dijo el hombre mientras le pego con el puño a la cara – aprenderás que conmigo, no puedes Este sonrió macabro, para acercarse al látigo, que guardaban para entrenar a los caballos salvajes y lo tomó en sus manos con fuerza. Verónica al ver lo que su esposo le haría, comenzó aterrarse y forcejeaba para querer soltarse mientras lloraba sin cesar. De repente sintió un fuerte dolor en su espalda, haciendo que impidiera su acción. Antonio había golpeado con dureza la espalda de la joven, provocando un grito de dolor de ella por el latigazo. - Ahhhhh – grito con fuerza Verónica mientras se retorcía de sufrimiento - Aprenderás a respetarme maldita – dijo Antonio para propinarle otro latigazo en la espalda de la joven Ese lugar se estaba transformando en gritos repetitivos de la boca de Verónica, los golpes de Antonio no paraban y cada vez más, la joven se encontraba débil y destruida. Realmente la espalda de la joven estaba muy lastimada, la piel se encontraba totalmente desgarrada y llena de sangre, si lo veía con detenimientos podrías ver sus huesos. Verónica lloraba y gemía del dolor, porque no creía que soportaría otro golpe de su esposo y por su cabeza solamente se le venía, su muerte asegurada en ese lugar y aún encadenada allí. Estaba tan débil que provocó que sus ojos le molestaran cuando la puerta del granero se abrió, dejando que la luz cegara su visión. El causante de esta acción había sido Enrique, el hombre traía a Luz luego de muchos minutos de buscarla. Verónica enfoco su mirada con su yegua y su cuerpo tembló por lo que le pasaría, esta comenzó a desesperarse y forcejeaba, olvidándose por completo de las heridas en su espalda. - Por favor, Antonio – dijo Verónica llorando y mirando al hombre – hazme lo que quieras a mí, pero a ella no la toques – rogando por la vida de su amiga - por favor a Luz, no Antonio la miro enojado y sacó el arma de su funda para apuntarle al animal, que era sostenido por Enrique. Antonio dirigió su mirada a la jóven para hablarle. - Ahora entenderás que conmigo no se juega, querida esposa – dijo Antonio serio Cuando terminó de hablar, el silencio fue interrumpido por un disparo que se escuchó con fuerza en el lugar. Verónica en shock, vio caer al frio suelo y sin vida a su yegua. La jóven mordió su labio para que un grito desgarrador saliera desde el fondo de su ser, forcejeaba descontrolada para soltarse mientras gritaba el nombre de su compañera de vida. - LUUUUUUUUZZZZZZZZZZZ – grito Verónica mientras lloraba desconsoladamente – NOOOOOOOOOOOOOOOO – tiraba de las cadenas con rabia e impotencia – tu no, pequeña Antonio le dio un fuerte golpe para dejarla desorientada y calmada. Este soltó los grilletes y la joven cayó al suelo como peso muerto, se arrastró como pudo a su yegua y paso su mano por la cabeza de Luz. - Perdóname, Luz – dijo Verónica llorando y luego dirigió su mirada a Antonio con enojo – NO DEBISTE HACERLO, TE ROGUE QUE NO LA TOCARAS Verónica lloraba destrozada por la muerte de su yegua, el único presente que tenia de su abuela ahora ya no estaba. Se descargaba desconsoladamente cuando sintió los brazos de su esposo, separándola del cuerpo inerte del animal. - Suéltame, déjame maldito – dijo Verónica enojada - asesino Antonio no dijo palabra alguna, sino que, con mucha fuerza, agarró el cabello de la joven y estampó su cabeza contra la madera de las vigas, dejando a Verónica profundamente inconsciente. Luego el hombre la largó al piso, dejándola golpeada y lastimada en el frio suelo del granero. Este salió del granero sin decir nada, golpeando con fuerza la puerta al cerrarla. Enrique miraba con tristeza y arrepentimiento a la joven tirada en el suelo. Se iba acercar para ayudarla cuando alguien entró y un grito desgarrador se sintió nuevamente. - ¿¡MI NIÑA!? – dijo la mujer acercándose a Verónica rápidamente y tirándose al frio suelo al lado de la jóven – ¿Qué le hizo ese hombre a mi niña? – mientras lloraba por el estado preocupante de la chica - El patrón la golpeo hasta cansarse, como si fuera un animal – dijo Enrique arrepentido – también mató a la yegua de la señora Dorothea miro al animal sin vida y más lágrimas caían de los ojos de la mujer. - Luz era la adoración de mi niña – dijo sollozando mientras los recuerdos inundaban - ¿podrías llamar a Albert?, para que me ayude a llevarla - Yo la ayudo – dijo Enrique con una mueca de tristeza – es lo menos que puedo hacer por la señora Dorothea asintió para que Enrique cargara como pudiera a Verónica, evitando tocar las heridas en su cuerpo y caminó con la mujer hacia la casa. Cuando llegaron, subieron a Verónica a la habitación para que la mujer y Julia se dedicaran a curarla, pero nada hacía que la joven despertara. Los nervios de preocupación de Dorothea, se notaban cada vez más los días pasaban y ella no abría los ojos que los llevó a llamar al Doctor Sullivan para que la revisara, pero antes de que algún empleado digiera lo que realmente sucedió ese día, Antonio mintió en su relato. “Se ha caído del caballo, cuando cabalgaba por el bosque” Hablo el hombre y Dorothea se guardaba el enojo que tenía por él. Sullivan reviso a Verónica con la presencia de Antonio a su lado. Luego de algunos minutos, el hombre miró a Antonio para hacerlo salir y darle la noticia de lo que sucedía. - ¿Qué le pasa a mi esposa?, doctor – dijo el hombre fingiendo preocupación por la joven - Ella recibió un fuerte golpe en su cabeza y su cuerpo está muy lastimado – dijo el doctor triste – tendremos que esperar - No puede ser – dijo fingiendo tristeza – le dije que esa yegua no estaba entrenada para montarla – mientras fingía llorar - Lo siento mucho – dijo el doctor Sullivan con pena Ambos hombres caminaron a la salida mientras Dorothea lloraba por lo dicho del Doctor, entro a la habitación donde su niña se encontraba dormida. La mujer se sentó al lado de ella y agarró su mano lastimada. - Mi niña, debes despertar – dijo Dorothea con lágrimas en sus ojos – se fuerte y despierta – besando la mano de la joven – no puedes dejarnos princesa, aun tienes mucho por vivir fuera de aquí – sollozando con fuerza – Antonio pagara por lo que te hizo, pero debes vivir para verlo En eso entra alguien a la habitación y la mujer dirige su mirada a Julia, la otra sirvienta de la casa. - Ella vivirá, es una mujer fuerte– dijo Julia triste mirando el cuerpo de Verónica - y más si tú la has criado, Dorothea Dorothea lloró y acarició la mano de Verónica para luego besarla. - No puedo creer, el infierno que sus padres le hicieron – dijo Dorothea a Julia – no saben el dolor que le produjeron a mi niña – mientras veía a Verónica – ella desde pequeña siempre fue dulce, aventurera, cariñosa y no veía maldad alguna – recordando a la jóven de pequeña – ella no era como sus padres, es especial y única – mientras le salía una sonrisa – siempre trataba a todos con respeto, no importaba si era de clase alta o clase baja de igual manera los trataba con amabilidad y dulzura, todos la querían por ser buena persona y que no discriminaba a nadie - Con más razón, ella vivirá Dorothea – dijo Julia con melancolía en su voz – aún le queda mucho por vivir y luchar por su libertad, ella despertará y saldrá de esta Y las palabras de Julia Marie Greenwood lograron ser escuchadas, porque un mes después, los ojos de la joven Verónica comenzaban abrirse y veía todo un poco confundida cuando de repente, enfoco su vista en la persona dormida en la silla que se encontraba a su lado. - ¿Nana? – dijo la joven con voz rasposa y tocando la mano de la mujer Dorothea despertó al sentir ruido y vio a su niña despierta a su lado, la mujer lloró de felicidad al verla con los ojos abiertos. - ¡Mi niña! – dijo llorando de la felicidad, la mujer – que bueno que has despertado, me tenías muy preocupada - ¿Qué me paso, nana? – dijo la joven queriéndose sentar, pero gimió de dolor por su espalda - No te muevas mucho, mi niña – dijo Dorothea ayudándola – aún tienes herida la espalda Verónica miro a su nana cuando mencionó la herida y rápidamente aparecieron los recuerdos de su huida, los golpes de Antonio y la muerte de Luz. - Fue él ¿verdad? – dijo Verónica con lágrimas y rencor en su voz – la culpa de que yo esté postrada en esta cama Dorothea no dijo palabra y solo asintió con su cabeza, Verónica no aguantó más y largó un fuerte sollozo desconsolado, pensando en la muerte de su yegua y los golpes que la dejaron a punto de morir. La mujer la abrazó con cuidado para consolarla, como ella solamente sabía, porque sabía la dura situación que atravesaba su pequeña.
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