Capítulo I

3902 Words
Pueblo Cassidy, 1864 La novela comienza con una joven doncella en la terraza de su habitación, mirando y admirando el bello paisaje, lleno de grandes árboles y unas hermosas flores de toda clase de colores que rodeaban la mansión Salvador. Esta señorita se llama Verónica Charlotte Wingburgh de Salvador de 24 años, una joven de facciones pequeñas y muy finas con una altura intermedia, ni tan alta pero tampoco pequeña, de una complexión delgada. Unos ojos marrones tan oscuros, que podrías perderte en ellos y una mirada profunda, que transmitía miles de secretos guardados en su interior. Unos cabellos castaños oscuros, que de largo le llegaba a su cintura, era semi ondulado con algunas ondas en sus puntas. Es una chica dulce, aventurera, delicada y frágil pero su gran defecto era ser una joven que seguía las reglas al pie de la letra y eso, la había llevado a que la manipularan sus padres y ahora también su esposo. La vida que llevaba con este último, era una verdadera tortura desde que se casaron, él la maltrataba y le prohibía tener contacto alguno con un familiar o amistad que tuviera, aparte de forzarla a tener intimidad con él. Lágrimas salieron de los ojos de la joven, al recordar lo horrible y asqueroso que era ser forzada a entregarse cada noche a él. Cada vez intentaba evitar el sufrimiento de tener relaciones con su esposo, pero eran inútiles sus intentos por que siempre la obligaba, aunque ella se sintiera mal o no quisiera. Los sucesos de la noche anterior le llegaron como flashes a su cabeza. Él había entrado borracho, cuando ella se encontraba dormida o parecía estarlo. Antonio le arrebato las cobijas de repente y la agarró, colocándola con la espalda a él para adentrarse en ella, sin ningún cuidado alguno. Verónica intentando negarse a ese momento tan cruel, este amarró sus muñecas a la cama con una soga que conservaba en su mesa de noche, para seguir con su acción de gusto y placer. Mientras la joven lloraba y gritaba con fuerza que la soltara, pero antes de querer hacerlo, la golpeo con rudeza para dejarla aturdida mientras el seguía su acción. Una lágrima salió de los ojos de Verónica mientras que con sus finos dedos acariciaba su muñeca, donde yacía un leve moretón de color rojo y morado producido por el forcejeo, también los dirigió al golpe notorio que se encontraba en su bello rostro, pero ahora lo adornaba un leve color rojo en su mejilla. Suspiró produciendo que miles de lágrimas de dolor, empezaran a caer de sus ojos por el infierno que sufría con un hombre al que sus padres la obligaron a estar y que no se imaginaban, el gran dolor que le habían hecho. Se acercó a la barandilla de la terraza, con la idea fija de querer terminar con ese sufrimiento por completo, cuando una mano cálida se posó en el hombro de la joven. Verónica salió de esos pensamientos para mirar al causante de este gesto, la persona culpable de interrumpirla la vio con una sonrisa de consuelo y tristeza, la joven suspiró triste para abrazar a la única persona que la consolaba y cuidaba, después de las horribles noches o días que pasaba, su querida nana. La mujer se llama Dorothea Mayweather, una señora de avanzada de edad con unos cabellos rubios y de ojos azules realmente preciosos, ella era dulce, bondadosa y de un gran corazón. Había criado a la pequeña Verónica desde que nació y siempre la había protegido de lo malo, por eso le dolía bastante verla así de destruida por su matrimonio e impotencia de no poder rescatarla. La mujer cada día desde que todo comenzó, era la que se encargaba de consolarla, curarla y darle su remedio de protección a la joven cuando Don Antonio se iba a la ciudad. La joven se aferró a la única, que logró poder traer con ella a esta semejante mansión alejada de la civilización. Verónica lloraba desconsoladamente, mientras la mujer pasaba sus dulces manos por la espalda de la chica y la mesia para consolarla. - Ya, ya mi niña – dijo la mujer igual de triste por ver a la joven así – estoy aquí pequeña, no voy a dejarte sola La joven seguía llorando en los brazos de su nana mientras esta le hablaba dulcemente. - Nana quiero que este dolor pare, no soporto esta situación – hablo la joven llorando – es un monstruo, me repugna y me da asco que me fuerce a ser suya – mientras su llanto era cada vez más fuerte - Lo sé, mi niña – dijo la mujer con algunas lágrimas en sus ojos – sabes que me duele verte así y si pudiera hacer algo no dudes que lo haría - Lo sé nana, pero a veces tengo ganas de morirme o huir lejos de aquí – hablo Verónica mirando a su nana con sus ojos marrones aguados - Sabes que lo intentaste tres meses después de tu matrimonio y no pudiste mi niña – dijo la mujer mientras acariciaba delicadamente con su mano, el golpe que se encontraba en la mejilla de la joven. - Lo sé nana – hablo Verónica bajando la mirada al suelo – me gané una paliza que casi me mató – mientras sollozaba – porque no me morí ese día, hubiera sido lo mejor que vivir esta tortura con él - Nunca digas eso, mi niña – dijo la mujer asustada por las palabras de la jóven – sé que es duro esto, pero algún día pasara y tú serás libre mi niña – dándole esperanza Dorothea ayudo a Verónica a levantarse del frio suelo de la terraza, para entrar y que esta se arreglara para desayunar. Sentó a la joven en la cama mientras le preparaba la tina con agua caliente, para que Verónica se diera una ducha y pudiera relajarse de lo sucedido. Mientras que la mujer hacia eso, Verónica miraba a su nana y pensaba que no hubiera soportado toda esa tortura que vivía, si no estuviera allí acompañándola, consolándola y cuidándola de no concebir a un bebé con ese monstruo. Una sonrisa se formó en el rostro de la castaña porque realmente Dorothea era más una madre para la joven que la propia misma de esta, que prácticamente la obligó a casarse con ese hombre que no toleraba. Dorothea miro con una sonrisa maternal a Verónica, para ayudarla a desvestirse y que se duchara. La castaña primero se sacó su camisola y las cicatrices de las marcas en la espalda de la joven, provocadas por Antonio, se dieron a ver haciendo que un sentimiento de tristeza inundara a la mujer. Verónica se metió a la tina con cuidado para empezar a sentir, que su cuerpo se relajaba con el agua caliente mientras su nana le mojaba y lavaba el cabello con dulzura y suavidad. Al sentir las manos de la mujer, la jóven cerró los ojos para relajarse mientras dejaba salir sus lágrimas nuevamente, por el sufrimiento y lo infeliz que era. Estaba absorta en su cabeza llena de pensamientos, cuando la voz de la mujer interrumpió en ellos. - Escuché que hará volver a sus hijos – habló Dorothea mientras iba a prepararle la ropa a Verónica - ¿Sus hijos volverán? – hablo Verónica relajada y a la vez asombrada por la noticia - Así me dijo Albert – dijo la mujer mientras le traía algunas hierbas en agua, que evitaban que la joven quedara embarazada – me contó que le avisó que preparara el carruaje temprano, para que lo llevara al correo – mientras la mujer veía a Verónica – ya que mandaría una carta a sus hijos, ordenándoles que era momento de regresar - Sera un alivio para mí que ellos estén aquí, pero un martirio para los jóvenes y más para la joven Sara – hablo Verónica apoyando su cara en la bañera – que si no me equivoco es de mi edad – mirando a su nana con melancolía – también temo la reacción que tendrán hacia mi – largando un suspiro y devolviéndole la taza vacía a Dorothea - Tu tranquila mi niña – dijo Dorothea con una sonrisa mientras dejaba la taza en la cómoda – porque creo que el odio de esos jóvenes se lo dan más a su padre que a ti – mirándola y sosteniendo su mano – ya que tú eres solo la victima aquí de los tratos de ese hombre y tus padres - Espero y ansió eso nana – hablo la joven suspirando Verónica salió de la tina, envolviéndose en la bata mientras secaba su cabello con la toalla. Cuando ya estuvo seca, su nana la ayudó a colocarse su ropa, que consistía en un vestido sencillo blanco con detalles de flores y mangas largas con vuelos en sus muñecas. Luego procedió a peinarla, dejando medio recogido el cabello de la joven con algunas ondas sueltas y después la maquilló de forma suave, tapando cada moretón de la noche anterior. Dorothea miro a Verónica con una sonrisa maternal y ella se la devolvió para ambas mujeres bajar al comedor. Cuando iban bajando a desayunar, la puerta principal se abrió dando paso a Don Antonio que al mirarlas le hizo señas a Dorothea que se retirara. Verónica asintió a su nana, dándole a entender que estaría bien. La mujer se retiró a la cocina, mientras Antonio se acercó a Verónica para agarrar la mano de esta y besársela. - Hoy estas espléndida, querida mía – dijo Antonio recorriendo con la mirada a su mujer de manera grotesca y pervertida - irradia tu belleza - Gracias – dijo Verónica ocultando el desagrado de las palabras de su marido - ¿A dónde saliste? Me dijo Dorothea que lo hiciste temprano, cuando me ayudo a vestir - Si, fui al correo a mandar una carta a mis hijos – dijo el hombre caminando con ella a la mesa para tomar el desayuno – les ordené que ya era tiempo de volver aquí - ¿Van a acceder a regresar? Ya han pasado ocho años y no han venido Antonio – dijo Verónica tomando un poco de su vaso de jugo - Por eso mismo les ordené que regresaran, porque ya han pasado 8 años desde que nos casamos y esos jóvenes malcriados ni se han dignado a venir a verme - dijo Antonio molesto con la actitud de sus hijos – son iguales de rebeldes a mi difunta esposa, pero no voy a permitir más estas actitudes de ellos – mientras apretaba su puño enojado - ya es hora de que vuelvan y si no lo hacen, les ira peor - Debes entenderlos, ellos no tomaron bien la noticia de que ibas a casarte – dijo la joven mirando al hombre con nerviosismo – aparte ya son adultos, mucho no puedes hacer - ¿Tú qué sabes a cómo tratar a un hijo? Sí ni siquiera me has dado uno durante estos años – dijo Antonio enojado y golpeo la mesa, a lo que provocó que Verónica saltara en su asiento por eso – encima que no sirves como mujer, me reprochas de cómo tratar a mis hijos – mirándola enojado – mejor voy a desayunar al despacho, ya agotaste mi poca paciencia Este se levantó furioso de la mesa mientras se llevaba su desayuno con él, dejando a la joven sola en el comedor de la mansión. Verónica suspiró con tristeza por el maltrato que recibía de su marido, para seguir con su desayuno tranquila. Después de esto, ella salió al jardín para leer un rato ya que era la única forma de despejar su cabeza en esos momentos. Cada novela que leía reflejaba lo que ella nunca tendría, un amor sincero y puro con alguien que amara con locura y con todo su corazón. Suspiró dejando el libro a un lado de su silla y mirando hacia la nada misma, imaginando a alguien guapo y fuerte que luche contra su esposo para llevarla lejos de allí y hacerla feliz como ella soñaba, pero eso solo pasaba en su cabeza y nunca en el mundo que vivía. Estaba tan metida en sus pensamientos, cuando un vaso de jugo fue dejado en la mesita del jardín, miro a su nana con una sonrisa para beber un poco. - Vi que casi no comiste nada en el desayuno, pequeña – dijo su nana sentándose al lado de la jóven - No tenía mucho apetito, nana – dijo Verónica suspirando – y ya sabrás el motivo - Escuché cada palabra que él dijo pequeña, pero sabes muy bien que tu sirves para concebir – dijo Dorothea agarrando la mano de la joven con consuelo - otra cosa, es que no quieras tener un hijo con él – habló molesta por las palabras de Antonio Verónica miro a su nana dándole una sonrisa y puso su otra mano arriba de la de ella. - No sé qué haría sin ti, tú me cuidas y me consuelas en este mundo de tortura – dijo la joven con una sonrisa melancólica – aparte gracias a ti, que no he concebido por qué si no hubiera sido una catástrofe - Lo sé pequeña, por qué crees que cada día te preparo la medicina – dijo Dorothea mirándola con ternura – se el daño que estas pasando y traer al mundo a un niño en un matrimonio sin amor y maltrato, no es sano para él o ella - Lo sé y espero que nunca sepa esto, porque si no va a matarnos a las dos – dijo Verónica en susurro - Nunca lo sabrá, pequeña – dijo Dorothea con una sonrisa – ahora bebe tu jugo, mientras seguiré ordenando las cosas en la mansión Verónica asintió para seguir allí sentada en el jardín, retomó su lectura que fue interrumpida por sus pensamientos minutos atrás. Mientras tanto en el despacho, Antonio bebía un vaso de whisky enojado por la insolencia de su esposa y la rebeldía de sus hijos, aún no creía que esos malditos rebeldes no se habían dignado a venir y más su hijo Charles, ese era el peor de los dos. La joven Sara aún era pequeña, pero él joven era mayor que su hermana y le traía fuertes dolores de cabeza a su padre. Él había sido el primero en desafiarlo en no conocer a su futura esposa y confrontarlo que se iría llevándose a su hermana a lo cual cumplió. El hombre de la rabia que tenía acumulada en su cuerpo, arrojó el vaso enojado para partirlo contra la pared más cercana a la puerta, en ese momento Verónica y casi todos los empleados sintieron el ruido en el despacho. Cuando el viejo Alfred quiso acercarse al estudio, Verónica lo detuvo para hablarle. - Iré yo, Albert – dijo la jóven suspirando - Me quedaré fuera por si me necesita, señora – dijo Alfred mirándola con temor a la reacción del señor Verónica asintió y tomó aire para abrir despacio la puerta del estudio, encontrando a pocos centímetros los vidrios rotos y luego buscó a su esposo, que se encontraba sentado en la silla del estudio y mirando hacia la ventana. - ¿Está todo en orden?, sentimos ruidos y nos asustamos – dijo Verónica temerosa - Si, esta todo en orden – dijo Antonio molesto Verónica se acercó a los vidrios rotos para recogerlos con cuidado de no cortarse, pero Antonio la miró furioso de lo que estaba por hacer. - Deja eso y lárgate de aquí – dijo Antonio enojado - Soló los levantaré para llevarlos – dijo Verónica asustada Antonio se levantó furioso de su asiento, mientras que el cuerpo de Verónica temblaba de miedo por la reacción de su esposo, este la levantó de un brazo con fuerza y enojo donde se encontraba. - Cuando digo que te largues, lo haces – dijo Antonio furioso - entendiste maldita desgraciada Abrió la puerta del estudio para empujarla y tirarla al suelo, que daba fuera de lugar para luego volver a encerrarse en este, Verónica le cayeron algunas lágrimas por el golpe. El mayordomo se acercó a la joven para ayudarla, pero un vidrio que traía en la mano Verónica, la había lastimado haciendo que sangrara. El hombre la ayudó a ir hasta la cocina para poder curársela. Al llegar, encontraron a Dorothea, Julia y Lucia, estas al ver el daño producido rápidamente se acercaron a curar la mano de la chica. - ¿Estás bien mi niña? – dijo Dorothea secando las lágrimas de la joven - Sí nana, no te preocupes – dijo la joven con tristeza Todas las mujeres y el hombre presentes miraban a Verónica con tristeza, por el maltrato de Don Antonio hacia ella cada día. Los cuatro sirvientes que trabajaban en la casa y les daba impotencia, porque no podían hacer nada y tristeza por la situación de dolor de la joven. - Señora, necesita algo – dijo Lucia, la más joven de las tres mujeres que estaban allí - No, Luci gracias – dijo Verónica – solo quiero ir al cuarto Todos asintieron a la petición, para que Dorothea acompañara Verónica a la habitación. Cuando llegaron al cuarto, la joven entró en este siendo seguida por Dorothea y apenas sintió el cierre de la puerta, el fuerte llanto de la joven apareció. La mujer se acercó a abrazarla y consolarla, la mesía entre sus brazos mientras susurraba en el oído de Verónica, unas dulces palabras para que descargara todo el dolor que acumulaba. Después de un rato, la joven de tanto llorar al fin se durmió y Dorothea la dejó muy despacio en la cama, para retirarse de a poco y en silencio de la habitación. Bajó a la cocina para ordenar un poco encontrando a Lucia y Julia allí, ellas la miraron con una mueca de tristeza por la señora Verónica. - ¿Ella se encuentra bien? – dijo Lucia preocupada - Si, se durmió después de tanto llorar – dijo Dorothea triste – no puedo ver a mi niña así en ese estado - Ni nosotras, no puedo creer el sufrimiento de esa niña con ese maldito – dijo Julia con enojo e impotencia – aguantar tantos abusos y maltratos, y nosotros sin poder hacer nada - La señora debería irse y escapar de aquí – dijo Lucia sin saber lo que había ocurrido hace mucho tiempo atrás - Lo hizo pequeña, a tres meses de casarse – dijo Dorothea sentándose y cayéndole algunas lágrimas por lo sucedido años atrás – pero Don Antonio la atrapó y tan grande fue su golpiza que casi, mi niña muere – mientras recordaba el suceso – estuvo tres meses en cama inconsciente, Julia y yo cada día curábamos sus heridas y llamábamos al doctor para saber su estado - ¿Cómo? Pero nadie hizo nada por eso – dijo Lucia sin creer lo sucedido con la señora - No Lucia, porque Don Antonio mintió para salvarse – dijo Julia mirando a su sobrina - diciendo que había salido a cabalgar y tuvo un accidente con el caballo – mientras sobaba la espalda de Dorothea que estaba triste por recordar ese día donde casi pierde a su niña - No puedo creerlo – dijo Lucia cayéndole algunas lágrimas por lo que ambas mujeres le contaban – es un horror, lo que le pasa a la señora y ahora con la llegada de los hijos será peor - No lo creo pequeña, ellos no apoyaron el matrimonio por la decisión de su padre – hablo Dorothea mirando a la joven – se fueron antes de que él se casara con mi niña - Charles y Sara son buenos jóvenes, pero algo rebeldes y más el jóven – dijo Julia recordando a ambos jóvenes – ese día cuando se enteraron de la noticia, Charles se puso furioso que se enfrentó a su padre y le declaró que no iba a conocer a la persona con la que se casaría, aparte se llevaría lejos a su hermana – mientras bebía un poco de agua – y lo cumplió, ambos jóvenes se fueron con su tía Margaret, antes de conocer a la señora y la boda - ¿Pero les ordenó que regresaran o no?, tía – dijo Lucia mirando a Julia - Si, pero no sé si le vayan a ser caso – dijo Julia mirando a Lucia – Charles es bueno, pero tiene el carácter fuerte y terco como su madre – suspirando la mujer – la muerte de la señora Francisca fue un golpe duro para ambos – recordando las veces que lo veía salir de la mansión cuando su madre estaba enferma a punto de morir – cuando ella enfermó lo veía salir fuera cada noche y llorar desconsoladamente sin que nadie lo viera, ocultaba su dolor para evitar que su hermana lo viera destruido - Pobre jóvenes – dijo Lucia triste – también pobre la señora Verónica, nadie merece lo que le pasa Ambas mujeres asintieron a lo que la joven dijo, para seguir haciendo su trabajo. Mientras en la habitación matrimonial, Verónica se estaba despertando después de tanto llorar, cuando Antonio entró en la alcoba un poco borracho. El hombre miró con deseo a la joven y todo el cuerpo de Verónica se congeló, sabía perfectamente lo que venía a continuación y no quería que pasara. Esta se levantó con rapidez y quiso huir de allí, pero Antonio fue más rápido que la agarró con fuerza del brazo, para tirarla nuevamente a la cama y subirse encima de ella. - No por favor, déjame ir – dijo Verónica con lágrimas apareciendo en sus ojos - Nunca – dijo Antonio enojado por la reacción de su esposa - debes corresponderme como esposa y eres mía desgraciada, metete eso en la cabeza – mientras metía su mano para tocarla por debajo del vestido de ella - solo yo puedo tocarte Verónica gritaba y lloraba para que la soltara, mientras las manos de Antonio recorrían y besaban con deseo cada parte de su cuerpo. La joven lloraba sin parar rogando que ese momento tan tormentoso pasara, porque nada podía detener el abuso que le hacia su esposo cada noche. Antonio la colocó dada vuelta, a lo que ella se oponía a ese acto atroz y perverso que él quería realizar, este sin decir nada la penetró sin importar la oposición de la joven, haciendo que un grito desgarrador saliera de la boca de ella mientras acompañaba miles de lágrimas de sus ojos. No sé cuantos minutos u horas duro Verónica en esa posición cuando de repente, sintió el gemido de satisfacción que daba Antonio, finalizando el acto indecoroso e impropio que le realizaba a su esposa, la violación. Él se tiró al lado de ella, para acomodarse en su lugar y dormir como si nada de lo que había hecho le afectara. Mientras que Verónica permanecía en su lugar, llorando en silencio y tapando su desnudo cuerpo maltratado, con las finas sábanas que habían sido testigo de ese terrible momento con su esposo. La joven descargó su dolor y rabia hasta que el sueño la venció, quedándose profundamente dormida a muchos centímetros de ese maldito hombre, que solo le causó malestar y agonía en su vida.
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