Katiana yacía postrada sobre el suelo. Sentía un severo dolor de cabeza, y la sensación de un terrible mareo que le daba vueltas dentro de un gigantesco remolino, acompañado de un molesto pitido, tan fuerte, que sentía que le taladraba el cráneo y hasta los sesos. Decidió quedarse quieta, y no se movió hasta que estuvo segura que la jaqueca, o lo que hubiera sido eso, desapareciera de su cabeza.
Después de un minuto, la muchacha trató de levantarse pero no tuvo fuerzas para hacerlo. Estaba casi segura de que las piernas le temblaban, y que no eran capaces de soportar su peso. Levantó los parpados con lentitud, y los sintió tan pesados como aquella tarde cuando José la drogó para violarla. Espabiló unas cuantas veces tratando de ver algo concreto, pero solo vio nubarrones.
Sin fuerzas, y aun sin darse por vencida, hizo otro esfuerzo por ponerse en pie pero solo consiguió tumbarse sobre el suelo. Estaba exhausta. Sabiendo que no podía ver ni hacer nada, por vencida, se dejó de esforzar y esperó a que alguien la encontrara. Pero rogaba que ese alguien fuera Brian. Ah, Brian; ¿Dónde podría estar él? Ella no tenía ni idea de la suerte del joven Jackson, ni de la de Óscar, su amigo homingel. Quizás no los volvería a ver por un largo tiempo.
Sin pensarlo o desearlo, su mente hizo un recuento de los sucesos acontecidos desde la mañana en que conoció a Brian Jackson. Recordó haberlo encontrado en el camino; haber subido a su camioneta y haber parecido una tonta cuando lo vio a la cara por primera vez. Recordó haber llegado a la escuela y recibir la noticia del asesinato del maestro Luis Hernández, el padre de su amigo José. Recordó haber hablado con el misterioso Óscar en el cementerio, haber subido con Biky a una colina y encontrar una copa de oro y plata sobre una pila, para luego huir del lugar, en compañía de Samúel, aterrorizados por Henry.
Y así cada suceso se fue repitiendo en su cabeza. De una manera tan clara pero muy rápida. Se vio bajo la lluvia, salvada por Brian de manos de un asesino; se vio conversando sobre las gárgolas en la quinta Gautier con el muchacho; en su casa en compañía de sus padres; aterrorizada por Eva, quien le llevó la cabeza del maestro asesinado, a su patio. Se vio frente al astuto Milar en la fiesta de Elena, y después corriendo por las montañas luego de ser raptada por Merson, el hijo del inspector; hablando con Brian después de que le salvara la vida por segunda vez, y luego frente a él en su forma de piedra, después de que le revelara que era un golin.
Recordó aquella épica batalla en la que Brian luchó contra Óscar para salvarla. Recordó la noche en que Milar laceró a Brian y lo colgó en uno de los árboles de la mansión. Recordó el momento en que descubrió que Brian era el mismo Robert Jackson, y el oscuro secreto entre José y Milar, por último, recordó aquel momento junto a Brian, ese durante la fiesta de fin de año. El mismo en el que se habían declarado su amor, minutos antes de que él y Óscar se marcharan para atender un asunto. Aquel asunto del que no regresaron.
Pero entonces, cuando pensó que ya lo había recordado todo, recordó a aquella desconocida mujer. Esa que al tocarla la había hecho alucinar. ¿Quién era ella? ¿De dónde había salido? ¿Qué estaba haciendo en el pueblo? y la pregunta más importante: ¿Por qué tuvo ese éxtasis con solo tocarla?
―Katy… Katy ―dijo Biky asustada, sacudiéndola―, ¿estás bien? Oye, ¿me escuchas? Katy… ¡Katiana! ¡Katiana! ―gritó.
Los ojos de Katiana se sacudieron de repente. Sus parpados espabilaron rápidamente, y de su boca salió un gemido acompañado de una exhalación. Sonó como si se hubiera estado ahogando y apenas hubiera podido respirar. Hizo un esfuerzo por levantarse, y volvió a derrumbarse débilmente sobre los brazos de Biky.
―¡Ayuda! ―gritó la rubia al ver su amiga inconsciente, y a su voz muchos fueron a darle una mano. Nadie sabía qué era lo que había pasado.
―¿Pero qué fue lo que le pasó? ―preguntó su madre angustiada, mientras ayudaba a ponerla sobre una cama.
―¡No lo sé, señora Lina! ―contestó Biky tratando de controlar los nervios. Estaba preocupada―. ¡La encontré derrumbada en el aparcamiento! ¡Cuando la vi no la reconocí, pero al acercarme me di cuenta de que era ella y de que estaba inconsciente!
―¡Oh cielos! ¡Muchas gracias cariño! ―exhaló un suspiro y forzó una sonrisa―. ¡Ojala que no sea nada grave! ¡Que no sea nada grave por favor!
―Mi amor, trata de calmarte por favor ―dijo Javier sujetándola de la mano―. Todo va a estar bien. Ya envié a alguien por el doctor Arango. No tardará en llegar.
La mujer asintió varias veces con la cabeza, tratando de disimular los nervios y la angustia, pero todos sus esfuerzos fueron en vano en el momento en que Andrés comenzó a llorar. Biky, apresurándose a manejar la situación, tomó al niño de la mano y lo sacó de la habitación mientras le hablaba con dulzura para calmarlo. Tras su salida de la recamara, Martha abrió la puerta e hizo pasar al doctor. Todos se le abalanzaron y lo arrastraron hasta la orilla del lecho
―Tranquilos ―dijo con serenidad el medico después de revisarla―. Ella está bien. Solo fue un desmayo. No tiene ninguna lesión.
―¡Ay Fredy! ―exclamó Lina aliviada―. ¡Gracias al cielo! ¡Gracias al cielo, Dios mío!
Y con el más grande agradecimiento lo abrazó.
―Ustedes tranquilos ―siguió diciendo él―. Hay que dejarla descansar. Debe de estar muy fatigada.
―El doctor Arango tiene razón ―musitó Javier al oído de su esposa―. Mejor dejémosla sola un rato. Luego puedes pasar a ver si ya despertó.
―Sí cariño ―dijo ella tomándolo de la mano―. Por cierto… ¿Dónde está Brian? El pobre no tiene ni idea de lo que le pasó a Katiana. Hay que decírselo.
―Hace más de una hora que no veo al señor Jackson, ni tampoco al joven Óscar ―dijo Martha desde la puerta―. La última vez que los vi, caminaban juntos por el patio hacia la parte de atrás de la propiedad.
―Yo lo llamaré ―dijo Biky, quien hacía unos segundos había vuelto de ocuparse de Andrés, y se había mantenido al otro lado del umbral de la puerta. Sacó su teléfono y le marcó un par de veces al joven Jackson―. Que extraño… ―frunció el ceño―. La primera vez que le marqué, el celular sonó varias veces y después se fue a buzón de mensajes, pero cuando le volví a marcar por segunda vez, ni siquiera timbró. Parece que lo apagó.
―Tal vez ya viene para acá ―dijo Javier encaminándose hacia la salida―. O puedes llamar a Óscar, ¿no es así? Él te puede dar razón.
―Eh… no lo creo. El nunca lleva teléfono.
―Bueno ―musitó Lina ya más calmada―. Igual lo peor ya pasó. Aparecerán en cualquier momento. Puede que hayan salido al pueblo.
Biky sonrió y les abrió paso para que salieran.
―Ustedes terminen de disfrutar la fiesta ―les dijo al sentarse sobre el borde de la cama―. Yo me encargaré de cuidarla. Cuando despierte les avisaré.
―Gracias, Biky ―dijo Lina sonriente―. Eres muy gentil.
―Bien. Entonces… ¿qué tal si tomamos una aromática para bajar los nervios? ―preguntó el doctor mientras los acompañaba por el pasillo.
―Buena idea Fredy. Me caería muy bien. Ya basta de tomar licor.
―Bueno… vayan ustedes ―dijo Javier dirigiéndose hacia el patio―. Yo iré por la última copa, o por una cerveza.
Las tres personas junto con sus voces, se perdieron del campo de percepción de la rubia, y tras la presencia de un silencio apacible, Martha cerró la puerta de la habitación y se marchó del lugar.
Biky se volvió a su amiga, y entonces se levantó para luego sentarse junto a su cabecera. Le tomó la mano y suspiró.
―¿Pero qué fue lo que te pasó? ―le preguntó apartándole unas mechas de cabello del rostro.
Alex caminó en compañía de tres hombres hasta el muro de la propiedad, ubicado en la parte de atrás. Estaba tenso. Puso su mirada en los restos del c*****r que yacían sobre el suelo y sobre la pared destruida.
―¿Pero qué rayos? ―exclamó horrorizado uno de los hombres.
Los otros que los acompañaban se cubrieron la nariz con pañuelos y con sus manos, para evitar oler la pestilencia del cuerpo en descomposición.
―Esto huele horrible ―dijo el capataz de la quinta. Miró a su jefe y siguió diciendo―: ¿Qué piensa usted sobre esto, señor Alex?
―Parece que alguien nos quiere inculpar, Fabián ―contestó. El hombre le asintió torciendo el labio―. Limpien todo esto. Quemen todo. Y hagan que reparen el muro. Sé que hoy es su día de descanso, así que les pido que me perdonen. Les pagaré diez veces más por este trabajo.
―Tranquilo jefe. Puede confiar en nosotros. Sabemos que ustedes son hombres de bien ―le puso la mano en el hombro y luego les hizo señas a los otros dos para que fueran por más hombres y por todo lo necesario para el trabajo―. ¿Y qué hay del señor Brian? No está aquí. ¿Y cómo es que alguien derrumbó esa pared? ―señaló el agujeró en el muro.
―No lo sé Fabián ―contestó inspeccionando el lugar. Vio las huellas sobre el suelo y varios rastros de sangre. También notó la correa de un perro, amarrada a un arbusto―. Pero espero que esté bien ―un silencio sombrío los acobijó―. Solo sé que algo muy malo pasó aquí.
―¿Milar?
―Quizás… o tal vez Henry ―soltó la correa del arbusto―. ¿Sabes de quien esto? ―se la entregó.
―Por supuesto que sí. Es la de Max, el perro de mi hijo.
―¿Crees que sepa algo? ―preguntó sacando su celular para llamar. Marcó el número de Brian, pero la llamada se fue a buzón. El teléfono estaba apagado. Alex Colgó.
―Puede que sí. Iré por él y le preguntaré.
―Gracias Fabián ―se volvió a él―. Puede que las cosas se pongan malas por aquí. En dado caso tendré que salir para tratar de arreglar esto, y necesitaré que te hagas cargo de la quinta por nosotros.
El hombre asintió.
―No se preocupe señor Alex. Al igual que mi padre le serviré como se debe ―dijo el hombre circunspecto.
―Ya lo has hecho. Y te lo agradezco.sfecha.
―Y que tampoco pensaras que estoy loca.
La rubia dejó salir una risita.
―Eso no te lo puedo prometer ―dijo cubriéndose la boca con una mano.
―Bien ―gruñó―. Después de la media noche, y de haber hablado por última vez con Brian, vi a esa tal…
―Verónica.
―Sí. Me pareció… no sé… rara… ―Biky le frunció el ceño tratando de comprender―. Verás… sentí como si ya la conociese.
―¡Entiendo! ¡A mí me pasa todo el tiempo! ¡Más que todos con los hombres! ―sonrió.
―Eh… no creo que de esa misma forma, pero bueno. Bien. Entonces cuando ella se marchaba le salí al encuentro para verla mejor. Quería saber quién era. Pero cuando pasé por su lado, sin querer la toqué y algo muy raro pasó. Fue… fue como si hubiera tenido alucinaciones. Y… y luego cuando pude recuperar la razón, me hallé allí postrada en el aparcamiento.
El ceño de Biky se volvió a fruncir.
―¿Tú crees que Verónica te haya drogado? ―preguntó.
―Eh… no…
―Puede que no te hayas dado cuenta.
―La verdad, Biky…
―Solo se necesita un perfume para hacerlo. Es un método muy usado.
―No, no, no, no. No creo que haya sido eso.
Biky se le acercó al rostro.
―Apuesto que viste alucinaciones, una visión o algo parecido a eso, ¿verdad? ―Katiana enmudeció―. ¡Sí! ¡Lo sabía! Dime, ¿Qué viste?
―Bueno… que yo caminaba por el parque de la mansión, y vi a una niña; era yo de pequeña.
―¡Lo vez!
―Y luego vi a padre conversando con Brian ―su voz era tenue.
―¿No es ese el mismo sueño que me contaste antes? ¿En el que tu padre te borra la memoria?
―Sí. En realidad no sé si fue un sueño o una visión, alucinación, o lo que haya sido. Pero se sintió muy real.
Biky analizaba lo que ella le decía.
―Okey. Prosigue.
―Luego mi padre me llamó, y me dijo que olvidara todo y que durmiera. Y apenas él terminó de hablar, tal cual lo dijo sucedió. Fue como si… como si me hubiera encantado o hipnotizado.
―¿Hay algo más que no me hayas contado sobre eso?
―No. eso es todo.
―No hay dudas ―se enderezó―. Esa mujer te drogó. Todo eso no fueron más que alucinaciones.
Katiana asintió. Se acomodó nuevamente en la banca y luego el sonido de un vehículo la sedujo a voltear hacia la carretera central. Eran un par de volquetas, seguidas de una excavadora y una camioneta.
―¿Ese que va ahí adentro no es Lucas y…?
―¡Verónica! ―completó Katiana―. ¿No es raro que otra vez estén juntos?
―Lucas es el inspector. Y casi todo lo que tiene que ver con el pueblo tiene que ver con él. Tal vez los acompaña para mostrarles la zona donde van a trabajar, o cuadrar algunos asuntos. Ya sabes.
―Sí. Tienes razón ―sonrió―. ¿Por qué no vamos a ver?
―No es mala idea. Pero… ya debo irme. Tengo que preparar mis cosas para mañana. Iré a entrenar.
―Pero mañana es 2 de enero. Apenas el segundo día del año. ¿Quién va a entrenar ese día?
―Yo ―le guiñó un ojo y se dirigió hacia su motocicleta―. Mira ―señaló hacia un extremo del parque―. Allá viene Samúel. Seguro que él te acompaña ―encendió el vehículo y arrancó.
―Hola Katy ―saludó el muchacho al llegar hasta ella.
―Hola Samúel ―sonrió la muchacha―. ¿Qué hay?
―Bien. Veo que Biky tenía cosas que hacer ―dijo viendo a la rubia marchase.
―Sí, ya sabes… está entusiasmada con su entrenamiento de tenis ―el muchacho le asintió―. Oye… ¿tienes algo que hacer? Necesito un acompañante.
―¡Dale! ¡Yo te acompaño! ―sonrió―. ¿A dónde quieres ir?
―Quiero ver el lugar donde van a construir el polideportivo.
―¡Genial! ¡Vamos!
―¿Enserio? ―preguntó sorprendida.
―Eh… sí. ¿Por qué no?
―¿Así nada más? ¡Oh, gracias Samúel! ―lo abrazó.
―Hoy es tu día de suerte ―dijo el muchacho cuando echaron a andar―. Conozco un atajo.
―Genial ―volteó hacia atrás y vio a lo lejos a un hombre observándola. No lo reconoció.
―¿Estás seguro de que por esta trocha llegaremos a nuestro destino? ―preguntó Katiana después de caminar varios minutos por entre el bosque.
―Por supuesto ―contestó con optimismo el muchacho―. Crecí recorriendo estas montañas. No hay nadie en la región que conozca toda esta zona, más que yo.
Ella lo miró a los ojos.
―Te creo ―le dijo, y esquivó una enredadera.
―Oye… ¿nada que sabes algo de Brian y su primo?
―No ―contestó con voz queda.
―Lo lamento ―ella fingió una sonrisa―. ¿Sabes que la policía ya confirmó que los restos encontrados en la quinta Gautier sí pertenecen al cuerpo de Mateo?
―No lo sabía.
Samúel se volvió a ella.
―Yo creo que Brian es inocente. No te preocupes. Todo se resolverá ―volvió a mirar hacia el camino.
―Sí. Lo sé.
La mirada de Katiana se desvió hacia un lado del camino. Le pareció ver algo correr muy rápido por entre el bosque. Detuvo su avance sin decir nada y siguió observando hacia su alrededor. Una vez más vio algo. Era como la figura de un hombre.
―Samúel… ―dijo la muchacha apartándose del camino.
―¿Sí? ―se dio vuelta para verla.
―Tengo que hacer algo ―se sonrojó―. Ya sabes… ―cruzó las piernas.
―¡Ah, okey! ―sonrió―. Ve. Yo te espero.
―Gracias ―se encaminó entre los arbustos.
―¡Ten cuidado con los insectos! ―le gritó.
―¡Okey!
Katiana se apartó como unos cien metros entre la maraña y los árboles, hasta llegar a un claro muy amplió. Observó por unos segundos pero no vio nada.
―Hola… ―dijo sin obtener respuesta―. ¿Hay alguien por aquí?
Sin obtener respuesta, la joven Rodríguez siguió caminando; atravesando el claro con lentitud.
―Katiana ―dijo una voz a sus espaldas.
Un sobresaltó sacudió a la muchacha, y esta se dio vuelta de un brinco. Era Alex.
―¡Alex! ―exclamó aliviada y feliz. Se le lanzó en los brazos y lo apretó con fuerza.
―Baja la voz. Perdón por asustarte ―se excusó.
―No, no importa. Estoy feliz de verte ―volvió a abrazarlo―. ¿Dónde has estado? Me has tenido preocupada.
―Ya sabes. Después de lo que pasó he tenido que esconderme. Milar nos incriminó.
―Lo sé. ¿Sabes algo de Brian?
―Aun no ―Katiana lo miró desilusionada. Él le puso una mano sobre el hombro―. Seguro que está bien. Y seguro que está con Óscar.
―Sí ―exhaló un suspiro.
―Quería decirte que tendré que tomar otra forma humana. Ya sabes, para que no me reconozcan ―caminaron de regreso a los arbustos―. Al menos hasta que esto se resuelva.
―A puesto a que será la apariencia de un muchacho muy apuesto ―dijo sonriendo.
―Ya vas empezar.
Ambos rieron.
―¡Katy! ―gritó alguien entre el bosque.
―Es Samúel ―dijo la muchacha cuando el rostro de Alex se volvió a mirarla―. Me está acompañando.
―Lo sé. Yo los venía siguiendo ―le puso la mano en el hombro―. Bien. Tengo que irme.
―¡Katy! ―se escuchó más cerca.
―¿Cómo te reconoceré? ―preguntó la muchacha.
―Solo te diré una oración ―le guiñó un ojo―: el dinero no compra el crecimiento de los árboles. Esa es la clave.
―De acuerdo ―le sonrió, y recordó aquel momento en que ella había dicho eso; fue durante la mañana, al día siguiente de la pelea entre Brian y Henry; esa mañana, ella y Alex conversaban sentados sobre los columpios, mientras miraban el muro recién reparado de la entrada de la quinta.
―Ah, otra cosa ―dijo circunspecto. Ella lo miró atentamente―. Ten cuidado. He visto a un par de sujetos por las montañas. Estoy seguro de que son golins del clan de Milar.
―Okey. Lo tendré en cuenta.
―¡Katy! ―dijo Samúel saliendo al claro. Katiana se volvió hacia él―. ¡Vaya! Pensé que te habías perdido ―exclamó al verla.
La joven enmudeció. Volteó a mirar a su lado, buscando a Alex, pero él ya no estaba. Se había marchado tan rápido que ella ni cuenta se había dado.
―Oh, Samúel. Gracias al cielo que apareciste ―se le encaminó―. No encontraba el camino de vuelta.
―Bueno. Aquí estoy ―le brindó una sonrisa y ella se la devolvió―. Sigamos. Ya no estamos lejos.
―Sí ―lo siguió de vuelta.
El par de jóvenes continuó su camino por unos diez minutos más, hasta llegar al lugar deseado. Allí, desde en medio de unos árboles contemplaron las maquinas en medio de la planicie donde construirían el polideportivo. Ninguna maquina estaba en funcionamiento, ni había obreros trabajando en la obra.
―Parece que ya todos se fueron ―dijo Katiana, escaneando con la mirada de un lado al otro.
―¿Quieres que vayamos a ver más de cerca? ―preguntó Samúel, recostado a un árbol, escaneando con la mirada.
―Oh, no. Ese container de allá debe de ser la oficina ―señaló al lugar.
―Seguro que sí.
―Parece que hay alguien dentro. Una de las ventanas se ve iluminada.
―Debe de ser un ingeniero.
―O una ingeniera ―dijo Katiana entrecerrando los ojos―. Quizás de apellido Esquivel. No me sorprendería.
Samúel se volvió a ella y regresó la mirada al frente. Caminó un poco hacia la planicie y divisó algo.
―Sí. Hay alguien. Allá hay una camioneta ―dijo señalando.
La muchacha se encaminó hacia él, y miró hacia el lugar indicando. Era cierto.
―Ya veo. Es la camioneta de Verónica, ¿o debería decir, la ingeniera Verónica? ¿Estará sola por aquí? ¿O tal vez tendrá a un hombre haciéndole compañía? ―su tono fue dramático.
Samúel no entendió a qué se refería.
―Ey, alguien sale del container.
Katiana volvió su mirada hacia la oficina. El inspector Lucas salía de allí tomado de la mano de la ingeniera. Katiana no lo podía creer.
―¡Vaya! ―exclamó Samúel, impresionado―. Parece que el inspector no pierde el tiempo. Y ella es muy bonita.
―¡Vamos! ―susurró Katiana remolcando al muchacho hacia detrás de unos matorrales―. No pueden vernos.
Lucas y Verónica caminaron sujetados de la mano hasta la camioneta. Se veían muy a gustos. Él le abrió la puerta del vehículo y ella entró, no antes sin darle un beso.
―¿Es enserió? ―preguntó Samúel sin dejar de mirarlos.
―Ahora entiendo la actitud de Estefany, por la mañana ―dijo Katiana sentándose sobre un tronco.
―Cierto ―se sujetó el mentón―. No se vio muy contenta cuando su padre se fue a contestar la llamada.
―Seguro que era Verónica quien lo llamaba. Y a que Estefany ya tiene sus sospechas ―frunció el ceño. Estaba enfadada.
―Imagina el escandalo cuando la gente se enteré.
―¡Claro que no! ―se puso de pie―. No podemos hacer un chisme por esto. Nadie más se puede enterrar ―Samúel la miró sorprendido―. Ni siquiera sé si deberíamos decírselo a Estefany. Puede que se le parta el corazón.
―Te preocupas por ella ―Katiana le quitó la mirada―. Pensé que la odiabas.
―No. Claro que no. ¿Cómo se te ocurre? ―tomó el camino de regreso. Samúel la siguió―. No me cae bien, es cierto. Ella. Ella es… ella es como una patada en el estómago, pero no por eso la odio.
―Entiendo.
―Debe tener muchos problemas en su casa. Eso hace que los jóvenes se dañen y quieran hacerle la vida infeliz a cualquiera que no le agrade.
―Sí. Es cierto. Pero… ―se detuvo―. Creo que ella debería saberlo.
Katiana detuvo la marcha y volteó a mirarlo.
―Tienes razón. Pero no sabemos cómo lo vaya a tomar ―reanudó la marcha―. Puede que termine odiándome más.
―Sí… eso es posible ―lanzó un suspiro―. Quizás debería hacerlo alguien a quien ella no odie tanto.
La muchacha dejó salir una risita.
―Quizás. Vamos. Apresúrate. Pronto va a oscurecer.
―Sí.
―Ah, y… gracias por acompañarme.
―No hay de que ―le guiñó un ojo.