Katiana llegó a su casa. Ayudó con los oficios y subió a su habitación. Se sentó frente a su portátil y buscó en el f*******:: Brian Jackson. Chequeó los resultados y allí estaba Brian.
Su información de perfil coincidía con los datos que él le había dado: nacido en Inglaterra, heredero del millonario Robert Jackson, amante de los deportes extremos, películas de acción y algunos títulos académicos; todos cursados en horarios nocturnos. Todo normal, nada extraño.
Miró una que otra foto y lanzó un suspiro mientras miraba su rostro enternecidamente.
―Tan guapo como siempre ―una sonrisa curveó sus labios.
Le envió la solicitud y al instante fue aceptada.
―¿Qué? ―se dijo emocionada―. ¡Brian, estas en línea!
Dio uno cuantos clics y le envió una video llamada. Se escucharon algunos tonos y después de unos segundos Brian apareció en la pantalla.
―Hola Katy ―dijo sonriente, transmitiéndole deseo y excitación.
―Hola… ―respondió nerviosa.
―Katy disculpa por no haberte contestado, no tenía cobertura.
―Sí, lo noté. No te preocupes, un amigo me acompañó hasta la casa. Es nuevo en la escuela. Se llama Óscar.
―¿Nuevo? ―preguntó extrañado.
―Sí, es nuevo… ―guardó silencio al darse cuenta de que al parecer Óscar había entrado al instituto a pocas o tal vez a una semana para que las clases finalizaran. Ella no lo había notado.
―¿Entró al instituto en la última semana de clases? ―preguntó Brian lleno de duda―. Eso es extraño.
―Eh… sí, tienes razón.
Katiana buscó rápidamente dentro de si alguna explicación.
«¡Lo tengo! ―pensó―. Óscar dijo que era un agente especial. Debe ser por eso que entró a la escuela sin ningún problema y sin importar que fuera la última semana. Él se encuentra infiltrado en la comunidad, haciéndose pasar por un simple estudiante».
―¿Qué piensas? ―preguntó el joven Jackson.
―Que… es muy raro ―tartamudeo―. Debe de haber alguna explicación.
―Puede que sí ―su rostro se llenó de desconfianza―. No confíes en él. Me ha estado espiando.
―¿Enserio? ―preguntó sorprendida.
―Sí. Así es. Ten cuidado.
Katiana asintió. Ahora se había dado cuenta que estaba metida en un gran lio. No sabía qué hacer. Tendría que elegir entre ayudar a Óscar y ganar su Kawasaki, o hacer lo que Brian decía. Ya se había comprometido con ayudar al joven fortachón, pero no podía mentirle a Brian o hacer algo que no le fuera agradar.
Katiana miró a través de la pantalla y vio pasar a las espaldas del joven a un hombre con un extraño tatuaje en forma de tribal en el brazo izquierdo: era Alex, transitando sin camisa por el estudio.
―¿Ese que pasó era Alex? ―le preguntó.
―Sí, es él ―contestó mirando hacia atrás, buscándolo con la mirada―, esta noche saldrá de cacería al bosque.
―Salúdalo de mi parte, por favor.
―Está bien.
―¿No es peligroso salir de casería? No parece una buena idea hacerlo por la noche y después del asesinato del padre de José… no creo que sea apropiado.
―Tranquila. Él sabe cuidarse ―dijo despreocupado. Miró su reloj y dijo―: Katy tengo que retirarme hay unos asuntos que tengo que atender.
―De acuerdo, no hay problema tienes mi consentimiento ―le guiñó un ojo.
―¡Ah!―exclamó el muchacho al recordar algo―. Biky te manda a decir que no llegues tarde a la fiesta.
―¿La fiesta? ―preguntó desorientada.
―Sí. Biky me dijo que esta noche habría una fiesta en casa de Elena Uribe.
Elena Uribe era una de sus amigas, estaba en último grado y esa noche celebrarían su cumpleaños y la despedida de clases de fin de año. Hace una semana lo habían planeado, pero Katiana lo había olvidado.
―¡Ah! ¡Sí! Ya lo recuerdo. ¿Cómo es que Biky te lo ha dicho?
―Me escribió un mensaje por el f*******:. Dijo que te llamó al móvil, pero no le contestaste.
«¿Mi teléfono? ¿Dónde lo habré dejado? ―se preguntó buscándolo a su alrededor. Lo encontró debajo de ella, y en perfil silencioso. Había olvidado activar los tonos después de las clases.
―Otra cosa Katy; he estado pensando todo lo que ha pasado y creo que es peligroso de que te desplaces sola y a pie. Si quieres puedo contratar un chofer para que te recoja y te lleve a donde necesites.
Katiana quedó anonadada. No supo que decir. Eso sería genial pero no lo podía aceptar. Era demasiado.
―Brian… ―dijo no muy segura―. Creo que eso es… inapropiado. No sé, es demasiado. Además la gente puede comenzar a hablar de mí, de ti, de nosotros. No quiero que piensen que estoy contigo porque quiero tu fortuna o algo parecido
Brian se quedó observándola y luego sonrió.
―No te preocupes por esas cosas. Yo sé que eres una buena chica y no nos debe importar lo que piensen los demás. Yo quiero hacer esto por tu seguridad. No quiero que te suceda nada indeseado. ¿Qué dices? ―preguntó enseñándole una sonrisa.
La simpática sonrisa de Brian perforó su mente y su cuerpo. Sintió esa ensalada de emociones y sentimientos que solo él hacía que surgieran en ella. Él era demasiado convincente.
―De acuerdo… ―dijo como si no hubiera más remedio.
―Okey, entonces quedamos así. Adiós―dijo el joven batiendo su mano.
―Chao, cuídate.
La conexión se cortó y Katiana se tiró sobre su cama.
―¿Ahora qué voy a hacer? Óscar me dará su moto. Pero, ¿Qué va a pensar Brian al respecto? ―lanzó un suspiro de agonía―. Tendré que esperar para ver qué pasa. Pero lo correcto es decirle a Óscar que no podré ayudarlo.
La joven se desvistió y entró al baño. Se dio una ducha, peinó su cabello y se vistió; se puso un lindo vestido n***o acompañado con zapatos del mismo color; hizo un elegante peinado en su cabello y colocó dos lindos pendientes en sus orejas; un poco de maquillaje y quedó perfecta.
La joven bajó las escaleras, se veía radiante. Miró el reloj, eran las ocho y treinta de la noche.
―No me parece buena idea ―dijo su madre parándose unos metros al frente de la puerta―. No creo que sea conveniente de que vayas a esa fiesta.
―¡Ay mamá! No me vengas con eso ahora ―dijo Katiana, asomándose por la ventana, mirando hacia el camino―. Tú misma me diste el permiso para ir. No te puedes retractar y menos cuando ya me diste tu palabra.
―Deberías considerar lo que dice tu madre ―dijo Javier desde el sofá―. Además ¿Quién te va a llevar?
Un pitido interrumpió la conversación y Katiana salió disparada hacia la puerta.
―¡Ahí está quien me va a llevar! ―abrió la puerta y gritó―: ¡No me esperen! ¡Recuerden que dormiré en casa de Biky!
―Ya creció… ―musitaron sus padres.
Afuera estaba Brian a la espera, recostado en la camioneta. Vestía pantalones azules, suéter blanco y chaqueta gris plateada con cuello alto.
―No sabía que vendrías a llevarme ―dijo Katiana mientras lo abrazaba por el cuello―, pero algo me mantuvo con la esperanza de volver a verte.
―Alex decidió suspender la caza. Ahora va a pescar con arpones en el río. Así que antes de ir a llevarlo y quedarme a acompañarlo, decidí llevarte yo mismo en vez de enviar alguien a hacerlo ―ambos sonrieron y se dieron un corto beso―. Esta noche te vez más hermosa ―le susurró al oído.
―Gracias, mi Romeó―contestó alagada.
―Pero… te falta algo ―el muchacho sacó algo de su bolsillo: era un lindo collar. Lo extrajo del estuche y lo puso en el cuello de la joven―. Esto es para ti ―dijo mientras lo terminaba de acomodar.
―¡Brian es precioso! ―admiró detalladamente la joya―. De verdad me encanta, pero no. Brian, es demasiado caro ―meneó su cabeza―. No puedo aceptarlo.
―Katy, acéptalo. Lo mandé a hacer para ti. ¿Y sabes? este collar no puede pagar la felicidad que me haces sentir. Pero quiero que lo conserves como símbolo de mi amor, para que siempre que lo veas puedas recordarme.
Katiana se conmovió con la franqueza de sus palabras y se apresuró a abrazarlo.
―Gracias Brian. Te quiero ―dijo sin soltarlo, transmitiéndole todo su agradecimiento.
―¡Ey! ¿Pero porque tanta demora? ¡Vámonos ya! ―gritó Alex, desde el interior de la Toyota―. ¿O acaso Katiana quiere llegar cuando la fiesta se haya terminado?
Los jóvenes soltaron una carcajada y se introdujeron en los puestos traseros de la camioneta. Alex encendió el auto y se marcharon a toda prisa.
―Brian, ¿has sabido algo de las los asesinos? ―susurró Katiana, un rato después de haber subido a la camioneta―. Aunque ya me había convencido de todo este asunto sobre las gárgolas, una parte de mí no lo quería admitir, pero sé muy bien lo que vi: esa mujer es una gárgola y tal vez el sujeto que ayer me persiguió también lo sea.
Alex miró a la pareja por el retrovisor; estaba un poco sorprendido y disgustado. Katiana bajó la mirada y luego miró a Brian preguntándole con sus ojos, ¿Qué había pasado? ¿Había dicho algo malo? No entendía por qué Alex se había molestado.
―¿Confías en mí? ―fue la respuesta que le dio a aquellos ojos azules que le indagaban.
―Claro que confió en ti ―respondió tomándolo de la mano.
―¿Crees en todo lo que te he dicho?
―Sí, en lo que me has dicho y en lo que yo he visto.
―¿Me tienes miedo?
Por unas milésimas de segundo Katiana se sintió sorprendida. No entendía a que venía esa pregunta. Si había algo que Brian le hacía sentir era seguridad y protección, además de cariño, emoción, excitación… y cientos de sentimientos que nunca había sentido por un chico. Nunca le había entregado su corazón a alguien como se lo había entregado a él, de una forma tan repentina y total.
―No. No tengo por qué sentir eso por ti ―contestó, recostándose sobre su pecho―. Contigo me siento segura.
Una sonrisa se dibujó en ambos rostros y él la envolvió en sus brazos.
Pasado un rato llegaron a la casa de Elena. El lugar estaba lleno de gente, había luces por todos lados, música electrónica, salsa urbana, rock y algunos reggaetones. La casa tenía un enorme patio decorado y adornado para la ocasión. Algunos juegos y mucha comida, y bebidas para los invitados.
Katiana se despidió de los Jackson y estos se marcharon hacia el río.
―¡Katiana, que guapa estás! ―exclamó Biky, caminando sonriente hacia ella.
―Tú también te ves genial. Te ves muy bien ―la alagó ladeando su cabeza para verla desde otro ángulo. La rubia tenía puesto un mocho jeans color azul con algunos flecos; zapatos tenis blancos y una blusa negra. Su sensual cuerpo se veía espectacular.
―Ya sabes, me gusta verme sencilla, pero atractiva ―la tomó del brazo y la sacó a unos metros de la multitud―. Tienes que presentarme a ese tipo ―exigió.
―¿Qué? ¿Cuál tipo, Biky?
―Pues el primo de tu novio.
―¡Ah! Alex.
―¡Sí! ―gritó emocionada―. Es un tipazo, un galán… me encanta como viste, como se ve, su barba… están atractivo.
Katiana soltó una risa y la empujó con el brazo. Había recordado las palabras que Alex había dicho sobre su barba.
―Bien, tal vez un día de estos quedemos en salir los cuatro.
―¡Yes! ―exclamó victoriosa―. Por cierto, he notado que él y Brian siempre visten camisas mangas largas y suéteres remangados hasta el antebrazo. Se ven súper guapos.
―¡Hola chicas! ―saludó Samúel.
―Samúel, ¿Por qué hoy no fuiste a clases? ―preguntó Katiana al recordar no haber visto esa mañana al muchacho.
―La verdad si fui. Solo que tuve un malestar estomacal y tuve que retirarme para volver a casa ―Biky lo miró con repugnancia―. ¿No van entrar? La fiesta se ve genial.
―Sí, adelante. Entraremos en un momento ―dijo la rubia empujándolo por la espalda.
―Okey, okey. Ya me voy. Solo tienes que decirlo ―dijo molesto mientras se perdía entre la gente.
Biky se detuvo y miró detalladamente la multitud.
―Katy, ven, mira a ese chico ―le indicó con el dedo.
―No lo había visto antes ―dijo Katiana, reparando a un muchacho con chaqueta azul, de piel trigueña y peinado extravagante.
―Elena me dijo que es un amigo de Estefany. Lo conoció hace poco y lo invitó a la fiesta. Viene de Bogotá y se llama Milar.
Él las miró desde la distancia y les brindo una sonrisa atrevida.
―¿Viste eso? ―sujetó a Katiana por la cintura―. Creo que le gusto.
―Me alegra por ti. Yo no estoy interesada. Solo quiero a Brian.
―¡Katy!, nunca, ¡pero nunca…! te había visto actuar y hablar de la forma en que ahora lo haces. Antes no eras así.
―Porque no lo había conocido. Pero ahora todo es diferente.
El ronquido de un motor retumbó a las espaldas de las chicas, haciendo que estás se dieran vuelta de inmediato.
―¿Estás lista? ―preguntó Óscar, quitándose el casco.
―Óscar, lo lamento. No puedo ayudarte con eso ―contestó Katiana.
―Pensé que tenías agallas… ―se bajó de la Kawasaki.
Ella sonrió y le dio la espalda. Biky la miró sin entender de qué hablaban. Óscar la rodeó hasta volver a estar frente a ella.
―Enserio Óscar. Ya lo decidí. No voy a cambiar de opinión. Tú moto esta espectacular pero no puedo. Tal vez alguien más te pueda ayudar.
―¡Ey! ¡Ey! Pero ¿Qué están hablando? ―preguntó Biky sin soportar el no saber el tema de la conversación. No obtuvo respuestas; analizó la poca información que alcanzó a escuchar, miró a Katiana y preguntó―: ¿estás diciendo que si tú le ayudas en un asunto, él te dará su motocicleta?
―Así es ―contestó la joven de inmediato. Óscar le frunció el entrecejo―. Mira Óscar, Biky estaba conmigo, anduvo por donde yo anduve. Ella te mostrara por donde caminamos ese día en el cementerio ―Biky la miró aterrada―, si nadie ha encontrado la copa, de seguro que tú la encontraras con su ayuda.
―Si hago eso, ¿Óscar me dará su moto?
Óscar exhaló un suspiro y guardó silencio. Estaba algo molesto; no quería que nadie más se enterara del asunto.
―Sí, él lo hará ―contestó Katiana―. Él quiere la copa porque…
―Katiana… ―interrumpió disgustado.
―Tranquilo Óscar, confía en mí. Él quiere la copa ―prosiguió mirando los enormes ojos cafés de Biky que se sobresaltaban sobre ella―, porque es muy costosa. La copa está hecha de oro y plata. ¿Quién no querría algo así? Es una reliquia.
Óscar la miró con los ojos entrecerrados y le dedicó media sonrisa.
―Está bien ―accedió el muchacho―. ¿Qué dices tú… rubia ardiente?
―Hagámoslo. Y ahora, antes de que me arrepienta.
―Okey.
Biky trepó a la Kawasaki, se puso un casco que Óscar le entregó y el joven puso a andar la motocicleta a toda velocidad.
―¡Que tengan buena suerte! ―gritó Katiana, mientras los veía alejarse camino al cementerio.
La joven se encogió de hombros llena de satisfacción. Había resuelto el problema.
―Eres muy hermosa ―dijo una voz atrevida a sus espaldas.
Katiana giró sobre su eje y vio frente a ella al chico de la chaqueta azul. Era Milar.
―Dime ―se le acercó un poco más, detallándola de pies a cabeza―. ¿Tienes novio?
―Sí. Sí tengo ―le contestó en seco.
―Lastima, pero eso no importa. Yo no voy a hacer nada con él sino contigo.
La cólera inundó a Katiana. Tanta fue la ira, que sintió ganas de darle una bofetada pero se resistió.
―¿Por qué mejor no te largas? ―preguntó la joven, cargada de ira.
―¡Wao! Eres salvaje, tal y como me gustan.
La ira fue demasiada. Katiana no pudo resistirse. Levantó su mano y con todas sus fuerzas le propinó una bofetada. Las pupilas de Milar se dilataron y sus ojos centellaron como los de un animal en la oscuridad. Fue rápido, sin embargo ella lo alcanzó a notar, pero concluyó que tal vez fue su imaginación.
El rostro del joven se vio molestó, de verdad que estaba enojado. Se acercó a ella con una mirada cargada de furia al tiempo que sujetaba su mandíbula. La muchacha se llenó de miedo pero lo disimuló. ¿Y ahora qué iba pasar?