Capítulo 17

2682 Words
Eran las siete de la noche y Katiana acababa de llegar a la mansión Gautier. Brian la había llamado unas horas antes para que se dirigiera a ese lugar y había enviado a uno de sus empleados para recogerla. Katiana entró a la casa. La servidumbre ya se había retirado y Alex no se encontraba. Brian entró a la sala y recibió a la muchacha. Él no se veía muy contento. Al parecer no fue muy bien en su búsqueda de información o tal vez los resultados eran noticias demasiado malas. ―¿Averiguaste algo sobre Milar? ―preguntó Katiana, con un tono de preocupación. ―Sí. Hablé con el inspector ―contestó―. Me dijo que Estefany lo conoció en la ciudad y lo invitó a la fiesta de Elena. ―¿Solo eso? ―preguntó impaciente. ―No. Lucas me dijo que después de ese evento no lo han vuelto a ver por el pueblo. De seguro que se esconde en las montañas. Lucas ya lo tiene como sospechoso en el caso del asesinato del padre de José y como una persona no grata para el pueblo. Cuando lo vuelvan a ver lo detendrán para hacerle algunas preguntas. También me confirmó todo lo que Biky nos contó. ―La primera vez que vi a Milar ―dijo la muchacha sentándose sobre una silla―, su mirada era terrorífica. Yo le di una cachetada por hacerme un comentario atrevido y pude ver como sus ojos destellaron como los ojos de un animal en la oscuridad. Eso pasó en un instante pero lo alcancé a notar. Pensé que había sido mi imaginación. ―Veo que te guardas muchas cosas ―Brian arqueó una ceja―. Lo de Óscar, lo de ayer en el kiosco, ahora esto… ―Discúlpame Brian, olvidé decírtelo ―dijo apenada. Brian no se vio muy contento. Se dejó caer sobre el sofá y guardó silencio. El ambiente se hizo pesado y la mirada de Katiana estaba perdida en la vergüenza. Se sentía fatal. Brian se había disgustado porque desde el principio ella había olvidado contarle ciertas cosas, que si él las hubiera sabido antes de seguro que la situación sería otra. ―Hay algo extraño ―dijo el joven rompiendo el silencio. Katiana sintió un poco de alivio al escuchar su voz. Él ya no se escuchaba molesto―. La señora de la posada dijo que desde que Mateo llegó, dejó sus cosas y se fue a las montañas. ¿Qué estaría haciendo un simple turista, tan tarde de la noche en el bosque, solo y sin conocerlo? ―No tengo idea. Yo sigo pensando que Milar está detrás de todo esto. ―Sí, él debe de trabajar con Eva y con el otro sujeto. Estoy seguro de que Milar realiza la inteligencia: él se encarga de interactuar con las personas y conseguir la información; explora las calles libremente y ellos hacen el trabajo sucio. ―¡Rayos! ―exclamó Katiana enojada―. ¡Milar es demasiado listo! Un fuerte alarido se escuchó resonar desde el exterior de la casa. Era un grito horrible. Al oírlo, la pareja se alarmó y salieron disparados a la calle. Por segunda vez el alarido se volvió a escuchar pero esta vez con más fuerza; provenía de las montañas, al parecer de un hombre con una garganta excepcional como para que su voz resonara con gran ímpetu. Era un rugido cargado de furia, un lamento desesperado y un grito de venganza. Los jóvenes alzaron la vista y vieron en la cima de una montaña a la figura de un sujeto. Katiana miró a Brian y notó que él estaba tenso. Algo malo iba a pasar. ―Es Henry ―murmuró el muchacho―. Debes irte de aquí. ―¿Qué dice? ―¡Que te marches! ¡Rápido! ―¡Claro que no mi iré! ―se negó a obedecer―.¡No te dejare aquí, Brian! Él sujeto que estaba sobre la montaña dio un enorme salto y cayó como a unos veinte metros de su posición. Volvió a dar otro salto y después de caer comenzó a correr cerro abajo, directo hacia ellos. ―¡Que te vayas ahora! ―insistió el muchacho con un tono más fuerte. Katiana retrocedió un par de pasos, pero se detuvo. Se puso firme y ni siquiera espabiló. ―¡No Brian! ¡No te dejaré solo! ―replicó―. ¡No te voy abandonar! El gritó de Henry se volvió a escuchar, pero esta vez se percibió más cerca. A su paso los pájaros salieron disparados hacia el cielo y las ramas, árboles, arbustos y todo lo que se encontró en su camino fue destruido por su veloz y feroz marcha. Brian sujetó a Katiana por la cintura y corrió con ella hacia el parqueadero de la propiedad. Abrió la puerta de la camioneta y la empujó dentro de esta. ―Enciéndela―le ordenó―. ¡Vamos! ¡Ya! ―¡Que no me iré, Brian! ―volvió a negarse. ―¡Katy! ¡Él es el hermano mayor de Eva! ¡Es el primogénito de Sadrac! ¿Qué esperas? ¡Sal de aquí y busca a Alex! ¡Dejó su teléfono en la mesa y no tengo idea de donde pueda estar! ¡Tal vez está en el pueblo! ¡Ve y encuéntralo antes de que estemos muertos! Las últimas palabras de Brian resonaron en la cabeza de la muchacha. ¿En verdad ese sujeto era tan fuerte como para matarlo? Tenía que serlo, era una gárgola no un golin; una criatura asesina que llevaba milenios alimentándose con sangre humana y haciéndose fuerte. El miedo invadió el cuerpo de Katiana. Ahora si estaba dispuesta a obedecer. Miró tras las espaldas de Brian y vio como la lluvia comenzaba a caer. Encendió la camioneta y salió a toda marcha por entre la puerta de la mansión. Alzó la vista y vio Henry venir a toda velocidad hacia ella. El sujeto dio un tremendo salto con la intensión de caer sobre la camioneta y aplastarla, pero Brian lo interceptó en el aire: chocó contra él y lo derribó a tierra. Katiana alcanzó a huir. La gárgola se levantó y miró con ira al joven Jackson, quien se puso en guardia a pocos metros de él. La lluvia se hizo más fuerte y el agua que caía, se deslizaba por sus cuerpos llevándose el lodo que se había adherido a ellos. ―Tú… ―dijo Henry enfurecido―. ¡Fuiste tú! ―gritó, mientras corría hacia al muchacho. Brian lanzó un puñetazo hacia la cara de su rival pero este se agachó y lo derrumbó contra el suelo. El joven trató de levantarse, pero la fuerza que Henry aplicó sobre él no se lo permitió. Levantó su puño y lo estrelló contra las costillas del sujeto. Henry rugió y envolvió al golin por la cintura, lo alzó a la altura de sus hombros y lo dejó caer contra el suelo. Brian se retorció lleno dolor, tenía que alejarse de la gárgola, replegarse, y contraatacar. Él golin hizo un rollo a su izquierda y se volvió a poner en pie. No podía perder, debía luchar por seguir al lado de Katiana. Ese era su propósito en la vida: vivir para amarla y protegerla. No se daría por vencido. Henry volvió a atacar a su contrincante; esta vez disparándole un puñetazo, Brian lo esquivó y de inmediato contraatacó golpeando a la gárgola con su puño, catapultándolo por el aire hasta chocar contra el portón de la entrada. Sin perder tiempo, el sujeto se incorporó, volvió a levantarse y en un instante estaba frente al joven Jackson; levantó su rodilla y lo golpeó en las costillas; extendió su brazo y lo retrajo para después investir a golpes al rostro del muchacho, mientras que con la otra mano lo sujetaba de la nuca. Ya por último, para terminar su ataque, Henry abrió sus alas y las uso para golpear al cuerpo de Brian, provocándole diversas aberturas y cortadas en diversas partes de su anatomía. El joven Jackson, malherido y aturdido,  dio un salto para escapar de su poderoso rival. Cayó sobre el techo de la mansión, puso sus manos sobres las heridas y contempló la situación. La batalla sería dura. ―Katy, más vale que no tardes ―susurró. Henry guardó sus alas y caminó hacia él. ―Okey, que la batalla sea pareja ―una sonrisa se esbozó en su rostro.   Katiana conducía a toda velocidad, por el pueblo sin saber a dónde ir. No tenía idea de donde podría estar Alex, pero estaba dispuesta a recorrer todas las calles de ser necesario. Debía encontrarlo. Solo él podría ayudar a Brian. Condujo sin dejar de pitar entre las calles. Hacía sonar la bocina y conducía, provocando que algunas personas se asomaran por las ventanas para ver qué pasaba o a que se debía tanto alboroto. «¿Si yo fuera Alex en donde estaría? ―se preguntó― lo más probable sería enamorando a una chica. Tal vez está en el parque» Le dio un giro a la camioneta y aceleró hasta llegar al lugar, pero allí no estaba. Su celular comenzó a timbrar, era José quien la llamaba. «Lo siento José, no será hoy» rechazó la llamada y continuó en su misión. Siguió conduciendo, tomó la calle alterna del pueblo y pudo divisar a un grupo de personas que venían del camino que pasa por el cementerio. ―Pero, ¿Qué hacen esas personas a estas horas en el cementerio? ―pensó en voz alta. Se le hizo muy extraño: era más de las 08:17 p.m. y llovía sin parar. La curiosidad la condujo a tomar esa calle. Contempló la posibilidad de que tal vez Alex estaría allí. Detuvo el vehículo casi a la puerta del cementerio y se dio cuenta de que las personas no habían salido de ese lugar, sino de los corrales que estaban frente a él. Salió de la camioneta a toda prisa, creyendo que caminaba pero en realidad corría. Saltó algunos charcos y vio al inspector junto a dos policías de pie, al lado de una pileta para el ganado. Se les acercó deprisa y el inspector Lucas Beltrán salió a su encuentro. ―¡Katiana tienes que irte de aquí! ―dijo casi gritando, debido a que la lluvia mitigaba su voz―. ¡Está lloviendo demasiado fuerte! ¡Vete, es peligroso! ¡Pronto los riachuelos van a crecer y tal vez caigan algunos árboles en los caminos, está haciendo demasiado viento! Katiana no dijo nada, solo guardó silencio. Miró sobre el hombro del inspector y vio a una mujer muerta dentro de la pileta. Su cuerpo estaba sumergido dentro del agua, pero su cabeza y sus brazos estaban a fuera. Su piel era blanca y su cabello largo y n***o. Se parecía un poco a ella. ―Inspector ―dijo tiritando de frio―. ¿Quién? ¿Quién es? ―preguntó. El inspector giró su cabeza hacia el cuerpo inerte de la mujer y cruzó los brazos para sujetarse los codos. ―Es la gitana. Alguien la asesinó. ¿Qué? ¿Eva estaba muerta? ¿Era enserio? ¿Pero cómo? Ella era una de las cuatro gárgolas padres. De seguro que era fuerte. Se necesitaría un buen contrincante para eliminarla. Katiana sacudió su cabeza y retrocedió; luego se detuvo y se acercó deprisa hacia ella, tenía que confirmarlo. La observó por varios segundos y lo ratificó. No había duda, era Eva. La mirada de Katiana la volvió a escanear por completo y sus ojos se posaron sobre los brazos desnudos de la mujer. ¡No estaba la marca del legado! La muchacha meneó la cabeza sin entender lo que pasaba. Trató de pensar un momento, pero se decidió a no hacerlo. Debía irse y volver a la mansión Gautier. Dio vuelta y corrió hacia la camioneta, pero entonces alguien apareció en su camino: era Óscar. ―¿Tú la mataste? ―le preguntó de inmediato. ―No, yo no lo hice ―contestó meneando la cabeza. Por un momento la joven, había pensado que Óscar lo había hecho. Ese era su trabajo, ¿Quién más lo había podido hacer? Pero él no estaba mintiendo. No mentiría sobre eso, de eso estaba segura. ―¿Qué está pasando? ―preguntó confundida. Todo su cuerpo temblaba por el frio. Una idea pasó por la mente de la muchacha. Sus ojos se abrieron de par en par y comprendió la razón por la cual Henry los había atacado sin motivo alguno: habían asesinado a su hermana. Su furia se había despertado y la estaba vaciando contra ellos. Él creía que Brian y Alex lo habían hecho. Katiana hizo a un lado a Óscar y siguió corriendo hacia la camioneta. ―¡Katiana! ―gritó Óscar. Ella se detuvo y volteó hacia él―. ¿Adónde vas? Katiana guardó silencio. Quería pedirle ayuda. Ella no había dado con el paradero de Alex y ahora Óscar era el único que podría ayudar a Brian. Pero la joven no estaba segura de pedirle tal cosa. No podía confiar en él. No después de que él trató de matarla. Temía que Óscar aprovechara la ocasión para atacar a Brian y destruirlo. Lo más seguro era que Brian estaría herido y cansado. No tendría fuerzas para pelear. Sería una presa fácil. ―¿Adónde se fue la marca de Eva? ¿Adónde se fue su legado? ―preguntó la muchacha, ignorando la pregunta que le había formulado. ―Alguien lo tomó ―contestó el cazador. Esa era la razón por la cual Eva no tenía la marca de su legado. Alguien lo había tomado. Tal vez Eva lo entregó a alguien que decidió aceptarlo. Pero ¿por qué la mataría? ¿Por qué asesinarla después de entregarle tal poder? La muchacha descartó esa posibilidad; era una estupidez pensar que ella entregaría su legado. Tal vez alguien la había obligado a hacerlo, y luego procedió a matarla. ¿Pero acaso no era suficiente con tener su poder? Las ideas y deducciones siguieron volando en la mente de la muchacha. Entonces comprendió lo que había pasado: alguien tomó el legado de la gárgola y luego la asesinó para que la culpa callera sobre ellos. Alguien más estaba moviendo sus fichas sobre el tablero de ajedrez. No era un partido de dos bandos… era uno de tres. ―¡Milar! ―exclamó de repente. ―¿Qué? ―preguntó Óscar―. ¿Milar? ―Milar lo hizo. Milar lo hizo y aquel sujeto… ―buscó el nombre en su memoria―. ¡Henry! Henry piensa que fuimos nosotros. Óscar analizó la información. Fue poca pero entendió todo. No tenía claro quién era ese tal Milar, pero sabía que era una gárgola o un golin. ―¿Existe una forma de robarle el legado a una gárgola? ―preguntó Katiana llena de ansiedad Óscar se acercó a la muchacha. Parpadeó un poco y trató de pensar. Pareció como si buscara entre los millones de archivos almacenados por milenios en su cabeza, alguna información bloqueada. Volvió la mirada a Katiana y entonces dijo: ―Hay una ―la joven se acercó aún más a él. El desespero era eminente en ella―. El primer hombre gárgola, entregó cuatro collares a sus cuatro hijos para poder transmitirles su legado. Al parecer esos collares sean extraviados con el pasar de los siglos, pero si alguien posé uno de estos, puede tomar el legado de cualquiera, así como también puede entregarlo, lo consienta o no, el otro sujeto. Solo basta con desear la acción y tocar a la víctima. No había más dudas para la muchacha. Todo estaba claro. ―Alguien usó uno de esos collares para robar el legado de Eva… Milar lo hizo ―dio media vuelta y se marchó en la camioneta, mientras que Óscar permaneció de pie bajo la lluvia.
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