Capítulo 23

881 Words
Los invitados descendieron de sus carrosas para entrar al lugar del banquete. Todos vestían elegantes atuendos, y elogiaban el lugar y la exquisita comida. Luego, al terminar la reunión con el concejo, se agruparon en pequeños grupos según sus conveniencias y amistades, para forjar conversaciones sobre el tema de esa noche, y para seguir disfrutando de los manjares que se servían sobre las mesas. Estaban encantados con tanto lujo y elegancia. Lejos de la multitud, en la parte de atrás de la enorme mansión, en un rincón del jardín, yacía una hermosa muchacha vestida con un espléndido vestido vino tinto. Su larga cabellera oscura se mantenía sobre su cabeza, recogida con la ayuda de un gancho de plata, y en sus pequeñas orejas colgaban un par de pendientes de diamantes. Al parecer ella era la única que no disfrutaba de la fiesta. Se veía agobiada. La muchacha mantenía sus ojos azules puesto sobre la luna. La miraba sin pestañear. Contemplándola de tal forma, que alguien habría pensado que ella deseaba escapar hacia ese lugar. Y sí que lo anhelaba. ―¿Por qué una mujer tan hermosa se mantiene escondida en el más remoto rincón de esta casa? ―preguntó un joven acercándosele. Sorprendida, la joven se volvió hacia él tratando de identificarlo, pero no lo reconoció. Nunca lo había visto antes. ―No todos deseamos vivir en una fiesta ―contestó cuando él se hubo acercado más a su persona―. Algunos solo deseamos volar; volar muy alto y escapar hacia al mismísimo cielo. ―Para su suerte usted tienes alas ―dijo con simpatía―. Y con su belleza, seguro que le abren el cielo; la confundirían con un ángel. Una sonrisa curvó los labios de la muchacha, y se apresuró en bajar su mirada al sonrojarse. ―Gracias ―dijo, y volvió a enfocarlo a los ojos. ―¿Gracias por qué? ―Por haberme desconectado de este mundo por un par de segundos ―sonrió y puso su mirada en las luces de la ciudad―. No todo el mundo puede hacerlo. El joven la observó por varios segundos. La detalló tan a fondo que se embriagó en tanta belleza. En verdad que era hermosa; preciosísima, pero dentro de ella, él pudo sentir algo más hermoso. Algo que lo llenaba de ambición, y que deseaba poseer: su corazón. Pero el propósito del joven no era obtenerlo para amarlo. No. Él no había venido para eso. Su ambición era aún más grande. Sus planes eran gigantescos, y la necesitaba para eso. Él debía usarla. Solo así conseguiría lo que había venido a buscar. ―¿Cómo es que puede haber tanto agobio en un ser tan bello? ―preguntó al tiempo que se sentaba sobre una banca. Ella dejó salir un suspiro. ―Sucede cuando las personas te hacen la vida un infierno. Lo hacen aun sabiendo qué tú ya te lo has hecho. El muchacho calló por unos segundos. Meditaba en las palabras de la joven. ―Quieres escapar ―musitó él. Ella volvió su rostro hacia él y le brindó una sonrisa. Luego se sentó a su lado. ―A veces eso es imposible ―dijo―. A veces hay alguien de quien no se puede escapar. Y hagas lo que hagas te persigue. Te encuentra. ―Hagámoslo. ―¿Qué? ―exclamó casi riendo. ―Hagámoslo. Escapemos. La muchacha lo miró fijamente a los ojos. Apretó sus labios y volvió a mirar hacia adelante. Había sentido muchas ganas de hacerlo; de escapar. Tantas, que casi le dice que sí. ¿Pero por qué escaparía con él si ni siquiera lo conocía? La respuesta era simple: él la entendía, y eso era más que suficiente. Pero no. Las cosas podrían ponerse peor. ―¿Sabes que pasó en la reunión? ―preguntó ella para cambiar de tema. ―Su padre renunció al concejo ―contestó después de varios segundos. Rápidamente los ojos de la muchacha se posaron sorprendidos sobre aquel joven. No se esperaba una noticia semejante―. Eso no es todo ―prosiguió. Ella lo miró a la expectativa―. Sadrac expulso a Henry del concejo. Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par. Estaba anonadada.  No lo podía creer. ―¡Eso no puede ser! ―dijo con la voz casi quebrada―. ¡Mi padre no puede hacer eso! ―su cuerpo se sacudió de miedo―. ¡No! ¡No! ¡No! ―exclamó llena de angustia. El joven, sin entender que era lo que agobiaba a la muchacha, permaneció en silencio, observándola. Le tomó la mano y por varios segundos se la sujetó sin decir palabra alguna. Luego, exhaló un suspiro. Se puso en pie y se dirigió hacia la salida. Al parecer no pudo conseguir lo que había ido a buscar esa noche. ―Espera ―dijo ella. Él se detuvo―. ¿Quién eres? El joven se mantuvo de espaldas. Sonrió, y luego giró hacia la muchacha. ―Alguien que te quiere ayudar ―contestó con serenidad. El alivió la volvió a llenar, y entonces le creyó. ―¿Cómo te llamas? Él sonrió, y encaminándose hacia ella le beso la mano. ―Puedes llamarme… Milar.
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