Adam caminaba entre los enormes campos de los tulipanes, mirando a la lejanía como los muchachos con los que iba se alejaban en aquella camioneta, mientras a lo lejos, de otro de los extremos de los bastos campos miraba a unos hombres a la lejanía moverse lentamente, pareciese que vigilaban aquellas hermosas flores o quizás les daban algún mantenimiento para que permanecieran vivas por más tiempo, por lo tanto no desvió su camino ni se acercó hacia aquellas tierras fértiles.
Comenzó así a caminar por la orilla del asfalto oscuro y tibio con aroma aceitoso, se daba prisa veces trotando y a veces disminuía su paso caminando sin cansancio y con ligereza.
A lo lejos una camioneta roja se acercaba hacia donde aquel joven se encontraba caminando. Pasó de largo por el lado contrario por el cual Adam caminaba.
El joven conocía aquel vehículo, tuvo la certeza de que en realidad eran aquellos muchachos que le habían causado tan mala experiencia, pero lo que más le dolía había sido la traición de Bram a quien comenzaba a ver con aprecio, de pronto sintió ganas de llorar nuevamente pero emprendió su camino trotando para llegar lo más pronto posible a su casa aunque veía lejana la probabilidad de llegar antes de caer la noche.
Caminó por más de una hora y sus pies comenzaban a palpitar por el extenuante cansancio, el cielo se habíase nublado en su totalidad y había empezado a caer una leve llovizna en forma de brisa que comenzaba a acariciar sus mejillas, a al menos algunos cien o doscientos metros se lograba ver nuevamente aquella bodega abandonada que se erguía como un refugio fuerte y firme con pilares de cemento y de hierro que mantenían el lugar en pie.
Adam apresuró el pasó y tomó un nuevo camino atravesando un lote baldío al verse atrapado por la lluvia próxima que comenzaba a hacerse visible a lo lejos.
Todo era pastizales silvestres y caminos pedregosos, y a pesar de que la población comenzaba al cruzar la carretera, éste tomó aquel camino que lo dirigía hasta donde aquella bodega pues no llevaba dinero consigo para tomar algún transporte. El sonido de la lluvia azotando la ciudad causó que Adam corriese lo más rápido que sus adoloridos pies le permitían hasta llegar a aquel lugar abandonado y evitar así mojarse por el torrencial que le seguía con una especie de persecución.
Corrió tanto que no tardó en quedar sin aliento.
Llegó por fin hasta aquellas ruinas, un techo aún firme y de pie, crastales esparcidos por el suelo, aceite sobre la tierra y el canto de decenas de aves que vivían dentro de aquel oscuro ligar iluminado solo por la luz del sol, entró por la enorme puerta que constaba en tan solo un hueco en la pared en forma cuadrada donde antes habían estado las puertas de madera.
Apenas había entrado cuando empezó a escuchar el golpe de la lluvia sobre los techos metálicos de la vieja casona.
Se sentó en aquel mismo lugar donde antes había estado, se colocó a la orilla de aquel enorme agujero donde reparaban maquinaria mientras balanceaba los pies,golpeando la pared donde él estaba sentado con cada movimiento.
Apoyaba sus manos hacia atrás de su cuerpo mirando hacia el techo, algunas palomas volaban cerca de sus nidos colocados encima de una especie de vigas metálicas donde antes había sido un segundo piso, el sonido de aquel torrencial de agua ensordecía cualquier otro sonido que se efectuara dentro del lugar.
—¡Jódete Bastian!—
Gritó en un desahogo que sentía necesario; su voz era opacada por el sonido de mil cascadas de agua.
—¡Jódete Cole!—
Mencionaba en su frustración cogiendo en su mano derecha un pedazo de teja que había a tan solo unos centímetros de su alcance.
—Y ¡Jódete Bram!—
Pronunció en un grito solamente ahogado por el sonido de un trueno mientras lanzaba la teja hacia uno de los ventanales que había en lo alto en la pared rompiendo los pocos cristales coloridos que aún quedaban intactos.
Se levantó de su lugar y se sintió ridículo y comenzó a reír tontamente, lanzó un suspiro mirando hacia el cielo para luego acercarse a la salida de la enorme bodega con sus ropas ennegrecidas de aceite.
La lluvía caía levemente a comparación con hacía algunos minutos así que pensó que solo era cuestión de esperar algunos minutos más para poder irse a su casa.
Miró entonces aquellas escaleras que llevaban al segundo piso y se decidió a subir, aquel lugar alimentaba si curiosidad.
Llegó hasta el segundo piso, mismo que permanecía en partes con una leve penumbra por el atardecer, miró hacia arriba. La lluvia comenzaba a mojarle el rostro pues en una parte del segundo piso faltaba el techo, a lo lejos la lluvia se veía caer inclemente empañando la vista hacia las grandes casas que podían verse a esa distancia en la ventana que había al lado suyo.
Se adentró más hacia el segundo piso donde el techo lo cubría de la lluvia, estaba oscureciendo y no todo dentro podía verse con claridad, de pronto se percató de algo, más allá dentro de ese mismo piso había una habitación que lucía igualmente abandonada, a diferencia de que en esta podía percibirse una sombra que parecía inerte pero tenía leves movimientos,
O quizás solo era causa de su paranoia.
Adam curioso comenzó a acercarse lenta y sigilosamente para averiguar si había alguien más dentro aunque esto para él no significaba nada pues su propio pensamiento solía engañarle constantemente creando escenarios catastróficos en su mente.
Estaba tan solo a cuatro o cinco metros de distancia cuando una tos alteró sus sentidos obligándolo a recular, aquella tos cesó al instante, al parecer la persona que se encontraba allí escuchó los pasos vacilantes del joven, luego de varios segundos en silencio en que Adam permaneció inmóvil en el mismo lugar comenzó aquella tos con aún más fuerza de la que había tenido antes, era como si una persona se estuviera asfixiando.
Se acercó Adam quien empezaba a sospechar que aquella persona necesitaba su ayuda, sabía bien que no era lo más adecuado pues no sabía de qué tipo de persona se trataba pero aún así su curiosidad dominó ante su sentido común y su timidez, comenzó a acercarse lentamente hasta estar del otro lado de aquel marco de la puerta de la habitación siguiente sin decidirse a entrar o a mencionar algo, son pensarlo más tan solo cruzó aquella barrera que divida una sala de la otra.
Entró entonces a aquel cuarto abandonado y este le resultaba enorme y sombrío, algunos escombros en el suelo daban un aspecto aún más desgastado del lugar y las paredes con pinturas de grafitti daban una sensación de estar en un lugar embrujado.
Adam agudizó su vista lo más que pudo para poder ver quien estaba del otro lado pegado a la pared sentado solamente sobre una especie de banco hecho de una plataforma de tablas, mientras un rojo vivo de lo que parecía ser un cigarrillo iluminaba aquella oscuridad elevando así una línea de humo mismo que se hacía notable en medio de aquella media oscuridad.
La silueta de un hombre de aspecto joven se hacía visible con su mirada hacía enfrente y con sus codos apoyados pobre sus rodillas. Adam, al percatarse de que aquél hombre lo miraba fijamente mientras permanecía en silencio a la entrada de aquel enorme cuarto se dió cuenta de que había sido inoportuno al molestar a aquel hombre con su presencia.
—¡Perdón!—
Se disculpaba dispuesto a regresar por el mismo lugar por el que había llegado e irse a su casa.
—Pensé que no había nadie más, no era mi intención molestarlo—
Aquel hombre echaba el humo por sus narices como si de un dragón se tratara.
En el techo bajo de esa habitación se podían percibir las telarañas que el abandono había causado.
—¿Qué haces aquí?—
Respondió de pronto aquella voz que sonaba grave y autoritaria.
—Emm—
Titubeó el joven quien empezaba a notarse nervioso.
— Supongo que solo ando de paseo, me cubro de la lluvia. ¿Estás bien? Te escuché toser hace rato—
—Estoy bien!—
Sorbio los mocos— solo vine a relajarme un rato, ya sabes, escapar de toda esa mierda de allá afuera.—
—Este... Parece un buen lugar para estar solo— Soltó Adam pronunciando una risa leve.
—¿Cómo te llamas?—
Preguntó aquél muchacho adoptando una posición más erguida mientras hacía su cabello hacia un lado pues este le caía por enfrente de sus ojos.
—Soy...—
El joven pensaba en mentirle respecto a su nombre pero sintió que no era algo correcto pues aquel hombre no lucía como una mala persona en absoluto, sino más bien parecía un joven tratando de huir de sus propios demonios tal y como él había dicho con otras palabras.
—¡Adam! Ese es mi nombre. ¿Puedo saber el tuyo?—
Mencionó titubeante.
El muchacho tiró la colilla de su cigarrillo soltando todo el humo que había inhalado y volviendo a adoptar su postura anterior pronunció.
—¿Quieres saber quién soy?—
La respuesta tan inusual causó un poco de incertidumbre en el muchacho quien no entendía el por qué de esa manera de contestar tan ilogicamente a una pregunta que bien podría responderse con una sola palabra, o en esta ocasión; un nombre.
—Me presento—
Continúo el joven, poniéndose de pie y tendiéndole el brazo a Adam acercándose a él.
—Me llamo Mikel—
Ambos estrecharon sus manos cordialmente.
—¿Recuerdas los asesinatos que se llevaron acabo hace algunos años justo en este lugar? Precisamente en la parte trasera de esta bodega.—
Dijo Mikel seriamente mientras miraba la expresión nerviosa del otro muchacho.
Adam asintió y puso sus manos dentro de los bolsillos para inspirar un poco más de seguridad pues él mismo notaba que su miedo era notable.
—Pues debo confesar—
Continuó aquel extraño muchacho— Debo confesar que yo estuve allí, precisamente en ese lugar y exactamente a la misma hora en que todo aquello ocurrió—.
Adam tragó saliva causando un sonido de deglución que aquel extraño logro captar.
El nerviosismo de Adam había ascendido considerablemente esperando reaccionar a la más mínima alerta posible.
—¿Qué-qué hiciste tú? ¿Te dió miedo?—
Tartamudeaba Adam intentando hablar sin titubear.
—ja,ja,ja ¿Miedo? Yo fuí quien les hizo todo eso—
Concluyó Mikel poniéndose de pie y esbozando una sonrisa de lado que en la escases de luz parecía el rostro de un psicópata o demente.
Adam retrocedió algunos pasos pues su estatura lo superaba por tan solo algunos centímetros pero el repentino actuar del joven lo hizo ponerse alerta, su barbilla temblaba inevitablemente, dió algunos pasos más hacía atrás y se echó a correr hasta llegar a las escaleras bajando apresurado mientras Mikel comenzaba a reír, pero Adam al intentar bajar el cuarto escalón dió un paso en falso causándole una caída de dos metros de altura cayendo en aquel duro y frío concreto.
Adam perdió la noción del tiempo y también la consciencia.
La noche había caído y la lluvia cesado, un frío gélido le enfriaba la espalda y un dolor inmenso en su cabeza y su coxis lo aquejaba.
Abrió lentamente los ojos titubeante y pudo visualizar el techo descubierto y en lo alto diminutos y brillantes destellos refulgentes se ocultaban detrás de espesas nubes en ese oscuro cielo, un escalofrío le recorrió por la columna vertebral como si de una honda eléctrica se tratase.
Con dolor se apoyó sobre las palmas de sus manos sintiendo aquel punzante dolor en sus sienes, se puso de pie con esfuerzo pues su cuerpo dolía enteramente y uno de sus pies se notaba débil pues se doblaba al apoyarse sobre él.
Se sentó en el último escalón de la escalera de las cuales se había caído y sacudió su ropa terrosa y después de un gran esfuerzo por ponerse de pie nuevamente logró mantenerse apoyado en la pared con una de sus manos.
Miraba a su alrededor aquel enorme lugar que se encontraba vacío, el sonido de los polluelos de paloma se escuchaban en medio de aquel inmenso silencio. Todo lucía solitario y no había indicios de que aquél muchacho siguiese allí.
Adam sacó su teléfono móvil y se percató de que tenía varias llamadas perdidas y de que ya eran pasadas de las ocho de la noche, así que se decidió a marcharse del lugar y comenzó a caminar tambaleándose hasta llegar a la salida de aquella enorme y fría bodega que le resultaba tenebrosa al estar allí en una total obscuridad.
Miró hacia el cielo y una enorme y amarillenta luna asomaba por entre las nubes iluminándolas con el hálito de su brillo.
El aroma a tierra mojada le inundaba la nariz, este olor le parecía agradable al olfato, se encaminó lentamente por aquella vereda que llevaba a esas bodegas abandonadas y empezó a renguear con cada paso, aquel dolor parecía desvanecerse de a poco, el camino era oscuro así que se guiaba por la luz de la linterna de su teléfono móvil.
Llegó hasta la carretera, dolorido y con frío, con sus ropas humedas y sucias, luego comenzó a caminar por la orilla de la carretera sin decidirse a pedir un aventón a la primer persona que pasara cerca de él y aunque este sabía del peligro que corría al caminar por la orilla de la carretera prefirió simplemente caminar sin parar un solo segundo, pero para su fortuna, un viejo gordo de piel rosada, largas barbas y ojos azules lo miró caminar con su cojera y a la orilla de la carretera dispuesto a ayudarle.
Llegó Adam a las nueve en punto de la noche sin decidirse a entrar a su casa pues ya veía venir una nueva reprimenda por parte de su estricto padre.
Aquel hombre lo había dejado fuera de su casa, el sonido del coche llegó hasta los oídos de su madre quien estaba en la sala con su esposo e hijo preocupados por no saber nada de su hijo menor, la mujer corrió la cortina de la ventana para asegurarse de quien era quien había aparcado frente a su casa, al mirar bajar a su hijo salió a toda prisa sin siquiera mencionar palabra alguna dejando a su esposo y a Alek con la incógnita.
—¡Hijo! ¡Adam! ¿Dónde habías estado, mi amor?—
Mencionaba su madre abrazando a su hijo aprisionándolo entre sus brazos afuera de su casa.
Adam miró a su padre y su hermano saliendo por la puerta y dirigiéndose hacía ellos, un impulso repentino lo obligó a alejarse de su madre liberándose de su abrazo y mirando a su padre con terror.
—¡Estoy bien! Estaba... con unos amigos, se me hizo tarde y me mojó la lluvia—
Su padre hizo un movimiento con su cabeza indicándole que debería de entrar a su casa, su hermano permanecía detrás de él con su mano apoyada sobre el hombro de su padre mientras mantenía su otra mano la mantenía a la altura de su tórax sostenida por una venda que le atravesaba por detrás del cuello con una espesa capa de yeso cubriéndola en gran parte dejando solo a la vista sus dedos.
Adam agachó la mirada y entró rengueando a su casa, su padre se hizo a un lado para dejarle el espacio libre, su madre le siguió detrás de él mientras se limpiaba las lágrimas.
Una sensación de fuerte presión y mareo se apoderaba de los sentidos del joven turbado por tanto ajetreo en ese día que había empezado como uno de los más amenos de su vida, la imagen de aquellos muchachos rondaba por su cabeza a cada instante y los reclamos de su furioso padre se escuchaban lejanos y opacos como si en su afán por apagar las voces se hubiera lanzado al mar silenciando por completo todo lo del exterior adentrándose cada vez más en esas frías aguas que lo abrazaban.
Sus ojos dejaban escapar unas leves lágrimas.
Después de vestirse con ropas abrigadas se sentó en el sofá individual de la sala justo enfrente de un enorme sofá y una mesilla de cristal ahumado con ceniceros igualmente de cristal oscurecido sobre su superficie, esa mesa servía en ocasiones para comer mientras veían el enorme televisor de la sala.
Estaba Adam sentado en aquel sofá bebiendo un chocolate caliente que al tocar con su lengua esta se sentía quemarse lo cuál lo obligaba a abrir un poco la boca para que se pudiese enfriar un poco.
Aquel trago pasó abrazador por su garganta sintiéndose como cuchillos desgarrando su laringe y garganta mientras sostenía aquel tarro con ambas manos, sus padres sentados enfrente suyo no apartaban su vista de él, su madre con una expresión triste y a la vez amorosa y su padre con una mirada seria y a la vez molesta pero ninguno se dignaba a hablar, pareciese que un viento gélido les hubiese congelado las cuerdas vocales.
Alek escondido a un lado de la puerta oculto solamente por el marco de ésta permanecía atento ante cualquier indicio o señal de una conversación o diálogo con su hermano.
—¡Adam!—
Rompió el silencio su padre apoyando su espalda en el respaldo del sofá y cruzándose de brazos, Adam levantó su vista y miró hacia en frente.
—¿Dónde habías estado?—
—¡Estábamos preocupados, mi amor!—
Intervino su madre pero Richard le indicó con su mano extendida hacia ella que guardara silencio.
Adam colocó su jarro de chocolate sobre la mesilla dispuesto a escuchar lo que su padre estaba por sentenciar.
—¡Hueles a alcohol, Adam! ¿A dónde fuiste? ¿Por qué motivo te saliste así de la iglesia durante la prédica? ¡Dejaste a los muchachos solos! ¡Te necesitaban allí! ¡Por Dios Adam! Llamaste la atención de todos, los distrajiste de sus oraciones y alabanzas.—
El joven se mantenía en silencio sintiendo un sentimiento de dolor creciendo desde su interior buscando salir de su cuerpo de alguna manera, pensaba en levantarse simplemente del sofá e irse a su habitación pero sus piernas parecían haberse desconectado del resto de su cuerpo.
—¡Contéstame Adam! ¿Dónde estabas? ¿A dónde fuiste?—
Las preguntas de su padre llegaron como ráfagaz de viento hiriente que Adam no pudo esquivar.
—Salí con unos...—
Titubeaba al hablar.
—Amigos—
Su padre frunció el entrecejo y lo miraba por encima del marco de sus anteojos.
—¡¿Amigos, Adam?!—
El joven apoyó sus manos a los lados de su asiento para ayudarse a levantar, estrujaba el pantalón de su pijama con su mano mientras apretaba las mandíbulas tratando de no explotar verbalmente.
—¡¿ A dónde vas, Adam!? ¡Estoy hablando contigo!—
Le riñó su padre mientras este se alejaba lentamente de la sala.
Detuvo el paso estando de espaldas a sus padres, su madre permanecía en silencio a petición de Richard.
—¡No quiero hablar, estoy cansado!—
Mencionó el joven con voz potente antes de emprender su camino.
Richard se levantó de un brinco del enorme sofá dispuesto a enfrentarse a su hijo pero su mujer lo detuvo sosteniéndolo del brazo.
Adam pasó al lado de su hermano quien miraba ésto espectante y con los ojos bien abiertos, se ignoraron mutuamente sin siquiera dirigirse una palabra.
Los malos momentos los mejoraba subido a lo alto de su hogar de dos pisos en la azotea donde el cielo iluminado con las estrellas y las iluminaciones de las calles y casas adornaban las noches de luces y colores haciéndolo olvidar por un momento que no todo estaba bien, aquella luna cuyo color lucía amarillento brillaba enorme y lejana en el inmenso firmamento decorado con nubes blancas y unas rojizas al caer la noche, el viento gélido le refrescaba el alma llenando su cabeza de mil pensamientos que lo distanciaban de esa cruel realidad que solía desequilibrar sus sentidos borrando casi por completo cada pensamiento intrusivo de negatividad.
Adam no podía cambiar él mismo su propio mundo pero sí podía quitarle un poco de su amargo sabor o insipiedad a la vida con algo tan simple como la noche, la música que le alegraba los ojos llorosos y lo incitaban a seguir sin importar la debilidad de su carácter.
El viento helado no era un impedimento para el joven pues cualquier inclemencia del tiempo era poco, comparado con su sentir.
Miraba hacia el cielo y se repente algún cometa, estrella fugaz o satélite eliminaba la insólita monotonía de aquel calmo cielo y esto le fascinaba, habíase vuelto para él un hábito mirar hacia arriba cada vez que la noche llegaba.
Al mirar la luna le era inevitable para sus ojos soltar alguna lágrima pues la luna se miraba tan cercana que sentía que si estiraba un poco más sus brazos la podría alcanzar y tomar entre sus manos pero al saber que por la lejanía de la luna era ésto imposible, un sentimiento de dolor y decepción se volvía parte de si mismo, la luna era como todo lo que deseaba tener, parecía ser fácil alcanzarla y estar a su alcance pero por más que él se esforzara le era imposible obtenerlo, así que se había conformado con ser solo un espectador y era este el motivo por el cuál el cielo se había vuelto su mayor distracción, se preguntaba entonces si es que la estrella más brillante del cielo nocturno o la luna lo miraban a él como él las miraba a ellas allá en alto brillando incansablemente hasta el final de su vida.
Aquel viento que peinaba su cabello hacia un lado le acariciaba las mejillas y las manos aunque llevara la capucha de su sudadera sobre la cabeza, aquello le resultaba esperanzador pues sabía que el frío que en aquel momento le enfriaba las mejillas podía quitarlo con irse hacia su habitación, desearía pudiera ser así con cada situación de su vida; poder cambiarlo con solo desearlo, que todo resultara tan fácil como vestirse un tibio abrigo para cubrirse del frío.