—¿Gavin, qué vas a hacer? —preguntó Emilia, ansiosa. A pesar del poco tiempo que llevaban juntos, había aprendido a conocerlo, tanto como para saber que esa mirada lujuriosa auguraba puras perversiones. —Shhh... No comas ansias, gatita. Déjame hacer mi trabajo. Cogió con dos dedos el elástico de la cintura de sus bragas y las bajó. Ella se apoyó sus palmas en la mesa para levantar el trasero y dejar que él la desnudara por completo. Agachándose, le quitó las sandalias de los pies y luego se levantó, agarró los pines que sujetaban su cabello en un moño y dejó que su espeso y sedoso cabello oscuro cayera sobre su espalda como una cascada. —Eres preciosa —le dijo, sonrojándola. Se tomó un momento para volver a mirar sus hermosas tetas, redondas y llenas y con una forma perfecta, y obser

