El sol se filtra tímidamente entre las cortinas pesadas de la habitación de Olivia. Ella despierta despacio, con la sensación cálida de un cuerpo junto al suyo. Sonríe satisfecha cuando sus ojos se posan en el rostro de él, aún dormido. Le gusta mirarlo en esos momentos: tan sereno, tan seguro, como si el mundo entero no fuera capaz de tocarlo. Se estira, suspira y acaricia el pecho de Alejandro con suavidad. Él abre los ojos con gesto adormilado, aunque en realidad ya llevaba un rato despierto. Ha aprendido a fingir con Olivia, a darle lo que necesita para que siga creyendo en él. Una noche de pasión bien medida basta para mantenerla complacida, dispuesta a seguir defendiéndolo con uñas y dientes. —¿Dormiste bien? —murmura Alejandro, con esa voz ronca que a ella le enloquece. —Como nun

