Margaret Blake dejó la taza sobre la mesa con un sonido seco, el leve “clic” de la porcelana que resonó más fuerte de lo que debía. Sus dedos, largos y elegantes, se entrelazaron sobre su regazo, mientras su mirada azul permanecía fija en Emilia, inquisitiva, severa.
—Interesante coincidencia —dijo finalmente, con ese tono suyo que sonaba a cortesía, pero que cortaba como una hoja de afeitar—. Nunca pensé que volvería a escuchar el apellido Montes en esta casa… y mucho menos de la mano de mi hijo.
El silencio fue tan tenso que si alguien hubiera dejado caer un alfiler al piso, se habría podido escuchar el sonido que hubiera provocado al chocar contra la madera. Emilia se obligó a mantener el mentón alto, aunque sentía las piernas temblarle.
—No creo que sea una coincidencia, madre —repl
