Un poco más de dos años después...
El corazón de Emilia latía con fuerza mientras atravesaba el vestíbulo de mármol de la imponente firma de arquitectos “Blake & Asociados”. El brillo de los ventanales, la seriedad de los trajes, la vibra de éxito que se respiraba en cada rincón… todo le parecía un sueño cumplido. Dos años de esfuerzo, noches en vela, lágrimas y coraje la habían llevado hasta allí.
Había pasado de ser la esposa sumisa y traicionada que se quedó sin nada luego del divorcio, a la mujer que había levantado su propia vida desde las ruinas. Ya no era la misma Emilia que lloraba frente al espejo preguntándose qué había hecho mal. Ahora era arquitecta, graduada con honores, con una licencia recién obtenida y la certeza de que podía enfrentarse al mundo entero.
Su sonrisa se iluminó al ver su nombre en la tarjeta que le entregaron en recepción: Arq. Emilia Burrel. La sostuvo entre sus dedos como si fuese un trofeo.
—Bienvenida —le dijo la asistente con una sonrisa amable—. La reunión de asignación de proyectos será en la sala principal. Debe ir allá para conocer el equipo en el que tocará trabajar y qué proyecto llevarán a cabo.
Con paso firme, Emilia se dirigió hacia el lugar que la asistente le indicó y entró en la sala de reuniones. El enorme salón estaba lleno de rostros ansiosos, todos talentosos, cada uno buscando dejar huella en la firma. Había alrededor de unos veinticinco arquitectos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pero todos con más experiencia que ella, que era la nueva.
Le sonrió a quiénes le sonrieron y saludaron amablemente, dándole la bienvenida, y tomó asiento, organizó sus notas y dejó volar la imaginación. Tenía tantas ideas, tantas ganas de demostrar de lo que era capaz.
Entonces, el murmullo de la sala se apagó cuando un grupo de hombres entró.
Los nervios se revolvieron en el estómago de Emilia cuando repasó los rostros serios de los cinco hombres.
Su mirada alcanzó el otro extremo del grupo y todos sus músculos se tensaron, el aire se congeló en sus pulmones y por un momento sintió que el mundo se tambaleaba a sus pies.
Estaba vestido con un traje gris perfectamente entallado, la misma presencia arrogante, la misma mandíbula tensa que recordaba. Dos años habían pasado desde que lo había visto por última vez, pero Alejandro seguía teniendo esa aura imponente que lograba llenar cualquier espacio. Y sin embargo, ahora había algo más en él: una dureza en la mirada, una sombra de rencor grabada en el gesto y Emilia sabía el porqué.
El recuerdo de ese último día en el que se vieron cara a cara atravesó la mente de Emilia. Alejandro estaba furioso por lo que Emilia le había hecho; lo dejó sin trabajo y su carrera prácticamente en ruinas, porque luego de la escandalosa forma en que había sido despedido de la antigua firma en que trabajaba, ninguna otra firma quería darle empleo. Durante el divorcio se quedó con todo: la casa, los muebles, el coche y el dinero; su alegato era claro: él había trabajado y comprado todas esas cosas, así que Emilia no tenía derecho a nada, porque además, cuando se casaron lo habían hecho bajo un acuerdo de bienes separados.
Lo único que Emilia había podido llevarse de la casa eran sus pertenencias: su ropa y sus zapatos que cabían en dos pequeñas maletas. Hasta eso había querido quitarle Alejandro, alegando que había sido comprado con el dinero que él ganaba, pero Emilia pudo demostrar que eso ella lo había pagado con lo que ganaba en su trabajo de medio tiempo.
Alejandro saboreó el triunfo, pero este le duró muy poco, pues, al no poder encontrar otra firma en la que le dieran trabajo, tuvo que vender el coche y la casa —junto con todo lo que había dentro— y había gastado hasta el último centavo que tenía ahorrado, para poder mantenerse durante ese año y medio en el que había estado desempleado. Ahora era uno de los directores de proyectos de Blake & Asociados, y ella, su ex esposa y la mujer que tanto odiaba por casi destruirlo, estaba allí, sentada casi frente a él
—Buenos días a todos —dijo uno de los hombres, que, al verlo más detenidamente, a Emilia le resultó ligeramente familiar—. Antes que nada, le damos la bienvenida a nuestro nuevo m*****o, la Arq. Emilia Burrel.
La señaló y todas las miradas se dirigieron a ella, provocando que por unos segundos la invadieran los nervios.
Emilia recorrió los rostros con una mirada fugaz y una sonrisa nerviosa en la boca y después volvió a fijar la mirada en aquel hombre que la inquietaba, porque le parecía que lo había visto en algún lugar, aunque no sabía dónde, exactamente.
—Espero que todos hagan sentir a la Arq. Burrel como parte de esta familia —continúo el hombre—. Estamos ansiosos por conocer su trabajo. Yo soy el Arq. Colton Blake, Director General de esta firma, y sepa que estoy aquí para apoyarla en todo lo que necesite, aunque no trabajaremos tan directamente, pues como todos saben, el encargado de esta área es mi hermano, el Director de Operaciones, Arq. Gavin Blake, pero en estos momentos él se encuentra en Houston resolviendo algunos problemas en nuestra oficina de allá.
Aunque no entendió muy bien lo que Colton explicaba, Emilia asintió y le agradeció con una sonrisa amable la bienvenida, evitando a toda costa que su mirada se encontrara con la de Alejandro. Verlo solo le causaba repulsión y ganas de vomitar.
De repente, para su sorpresa, la puerta de la sala se volvió a abrir y Emilia no pudo creer lo que sus ojos estaban viendo.
Con su cabello rubio perfectamente alisado, la blusa blanca impecable y la misma sonrisa venenosa que Emilia había aprendido a reconocer demasiado tarde, Isabela entró en la sala, cargando en sus manos un par de carpetas que le entregó a Colton en las manos.
El corazón le dio otro vuelco a Emilia.
¿Cómo era posible? La tierra era inmensa y tuvo que terminar en el mismo lugar en donde Alejandro e Isabela trabajaban.
No podía ser.
El universo, cruel y caprichoso, acababa de reunirlos en el mismo lugar.
Colton empezó a hablar de los proyectos con una voz firme y segura. Explicó que la firma había obtenido la licitación para varios desarrollos urbanos de gran magnitud, y que los equipos debían estar a la altura. Emilia trataba de escuchar, de concentrarse, pero solo podía sentir el peso de esas dos miradas: la de Isabela, que destilaba burla contenida, y la de Alejandro, fría como una cuchilla.
Cuando llegó el momento de asignar los grupos, la tensión explotó dentro de ella. Los nombres empezaron a sonar por toda la sala, siendo asignados en los cinco grupos en que habían sido designados: un Director de proyectos y un proyecto para cada uno.
«El destino no puede ser tan cruel», pensó Emilia, cuando los primeros cuatro grupos ya estaban llenos y su nombre no había sido llamado aún. Solamente quedaba el de Alejandro, que era uno de los directores de proyectos, y tal parecía, Isabela también iba a estar en ese grupo.
—Equipo cinco —anunció Colton, ignorando el pasado turbulento que se agitaba detrás—: Arq. Paul Davison, Arq. Trevor Jones, Arq. Isabela Grieveson, Arq. Emilia Burrel y Arq. Reina Claxton. Tendrán a su cargo el hotel King Plaza y el director del proyecto a cargo es el Arq. Alejandro Montes.
El mundo de Emilia se detuvo.
Podía escuchar el repiqueteo de su propio corazón en los oídos. ¿Era una broma del destino? Dos años de esfuerzo, de reconstrucción, de levantarse sola contra todo… ¿y ahora tenía que compartir equipo con ellos?
La reunión terminó entre aplausos y murmullos. Colton Blake se marchó y Emilia recogió sus cosas, todavía incrédula. Apenas estaba por salir de la sala cuando escuchó la voz de Alejandro:
—Burrel, a mi oficina. Ahora.
Todos la miraron. El orgullo no le permitió vacilar. Con la cabeza en alto, lo siguió.
La oficina de Alejandro era amplia, con ventanales que mostraban la ciudad desde las alturas. El hombre estaba de pie, de espaldas, mirando hacia el horizonte con las manos en los bolsillos. La tensión se podía cortar con un cuchillo.
—No pensé volver a verte aquí —dijo él finalmente, sin mirarla—. Pero debo reconocer que tienes talento… conseguiste el puesto.
Emilia no respondió. Sabía que ese era apenas el inicio.
Alejandro se giró. Sus ojos oscuros la examinaron con frialdad.
—Si fuera por mí, ya estarías despedida.
Ella apretó la mandíbula, pero no desvió la mirada.
—Entonces hazlo —lo retó.
Él sonrió, con ese gesto cínico que conocía demasiado bien.
—No puedo. Sería poco ético y arruinaría mi reputación despedirte sin motivos. Pero no te equivoques, Emilia… —dio un paso hacia ella, bajando la voz—. Voy a convertirme en tu peor pesadilla. Voy a hacer de cada día en esta firma un infierno, hasta que seas tú misma quien renuncie.
El silencio se hizo pesado. Emilia sintió la vieja herida abrirse en su interior, la rabia quemando en su pecho. Dos años atrás había llorado por él, había perdido todo lo que tenía. Pero ya no era la misma.
Se inclinó un poco hacia él y habló con voz baja, firme, envenenada de determinación.
—Inténtalo. No me voy a rendir. Esta vez no voy a dejar que ganes. No soy la misma mujer que conociste, Alejandro. Hazme la guerra y sabré golpearte en donde más te duele, así como te golpeé hace dos años.
Los ojos de Alejandro brillaron con un destello oscuro, mitad ira, mitad desafío. Por primera vez desde que se reencontraron, comprendió que ella ya no era la mujer dócil que conocía.
Cuando Emilia se puso en pie, sin esperar más palabras de odio, y salió de esa oficina, el pulso aún le temblaba, pero en sus labios se dibujaba una leve sonrisa. Alejandro podía intentar destruirla, podía ponerle mil obstáculos, pero lo que él no sabía era que de los escombros ella había aprendido a levantarse.
Y esta vez, no pensaba caer.