El sol se filtraba entre las cortinas delgadas del diminuto departamento, bañando toda la estancia con una luz cálida que contrastaba con el desorden que había dejado la noche anterior. Emilia se sentó en una de las sillas, aún en pijama, con una taza de café entre las manos que se enfriaba sin que ella le diera un solo sorbo. Apenas había dormido. Las palabras de Gavin seguían repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de apagar: «Si algo te pasa, no podría soportarlo».
Apretó los labios, tratando de convencerse de que él solo lo había dicho por preocupación, por culpa tal vez. Pero no podía negar el modo en que la había mirado cuando lo dijo, con esa intensidad que la desarmaba y la hacía sentir vulnerable. Una parte de ella quería creerle, confiar, rendirse a esa protección que pr
