Trisha se aferró al reposabrazos con una mano, poniendo la otra sobre el salpicadero para evitar rebotar de un lado al otro. Cara estaba haciendo un trabajo magnífico conduciendo, pero aquello no significaba que no la aterrase. Tanto Ariel como ella no habían dejado de maldecir como marineros.
Cara giró, adentrándose en una carretera de grava, y Trisha empezó a preguntarse si aquel sería un buen momento para recuperar la costumbre de rezar. Cara se esforzaba por mantener las luces traseras de la moto de Carmen a la vista, pero puesto que Carmen no había encendido los faros, la única luz que veían era cuando accionaba el freno, algo que no hacía con la frecuencia suficiente para gusto de Trisha. «Carmen debe de estar volando como si fuera un murciélago para sacarnos tanta ventaja», pensó.
