Cuando llegamos al apartamento de Gabriele, sentí aquel aroma amaderado. De alguna manera me sentí protegida y eso era algo bueno, al final de cuentas nunca antes había experimentado la sensación.
—Te voy a poner en la cama —sentí cómo Gabriele se agachaba —. No tardo, ya vengo.
Escuché sus pasos, no quería abrir los ojos porque me daba miedo que él volviera a ser el mismo ser tosco y rudo que había venido siendo.
Los pasos regresaron, así que supe que Gabriele había vuelto. Sentí cómo una toalla húmeda se deslizaba en mi rostro, la sensación fue agradable y sonreí.
—Deberías sonreír más seguido —la voz ronca de Gabriele erizó mi piel —. Se nota que has cambiado demasiado.
—¿Sabes lo que viene a mi mente en estos momentos? —hablé mientras tenía los ojos cerrados —. Quiero que me des u
