¡Lo había intentado, sí que lo intentaba, pero no daba resultado! Pasaba de medio día cuánto Ámbar entró con paso firme a la iglesia, habían unas pocas personas en los banquillos, de rodillas elevando plegarias, en apariencia, almas abatidas que buscaban un milagro o, cercanía con Dios. Y luego estaba ella, con intenciones egoístas y prohibidas, que no podían ser controladas. Caminó hasta la segunda hilera de banquillos y se sentó... —Aquí estoy, de nuevo... sabes que una parte de mi quiere resistirse a esta necesidad que siento, pero... me conoces, ¿Para que mentirte?, sabes que el deseo que siento por él es mayor, sé que querrás castigarme por mis deseos y pensamientos, pero... ¿Será un precio muy alto?... estoy dispuesta a pagarlo, dame la penitencia que debo cumplir, pero quiero

