Capítulo 1 | El fatídico encuentro

2281 Words
No, no, no. Quizás el reloj de mi muñeca marcaba mal la hora, quizás estaba adelantado veinte minutos y, aunque no quería confirmarlo porque aquello me estresaría bastante, tuve que hacerlo, por ello miré la hora en mi teléfono viendo que, en efecto, sí llevaba veinte minutos de retraso. Iba muy tarde a mi primer día de trabajo y quise golpearme en la frente, ¿En qué pensaba cuando creí que era buena idea tomarme dos botellas de vino yo sola en celebración al obtener un buen empleo? La respuesta era fácil, no lo había pensado y ahora tenía que lidiar con un molesto dolor de cabeza y, tal vez, estar desempleada de nuevo. «Qué tonta eres, Elle. Solo tenías que hacer una cosa bien y no lo conseguiste.» Me reprendí a mí misma al tiempo que corría por las calles de Londres en las que había ríos y ríos de personas yendo y viniendo en todas las direcciones, pero entre todos ellos yo era la única que zigzagueaba, apurada y con la respiración acelerada. Era la única persona que corría por mantener un trabajo que realmente necesitaba. Estaba a unas cuantas manzanas de llegar, pero desde mi ubicación logré ver el gran y alto edificio de color n***o que sobresalía de los demás, en la cima de este la palabra Walton en letras blancas y gigantes me hizo tragar saliva. Era imponente, sobrio y, no sabía por qué, sentí algo que reconocí como miedo acariciando mi interior. Un extraño presentimiento retumbó en mi pecho y tenía pintada de acompañarme por el resto del día. Luego de unos minutos en los que no dejé de correr como loca y en los que mi cabello comenzó a lucir como un verdadero nido de pájaros, finalmente llegué a la entrada principal y entré directo a la recepción, así como el exterior, en interior del edificio era ostentoso, toda la decoración era lujosa, candelabros colgaban sobre mi cabeza y flores de un intenso olor primaveral estaban esparcidas en diferentes partes del lobby. Era increíble que yo trabajaría en un lugar como ese o al menos eso creía. Me acerqué a la mujer de grandes ojos verdes y que tenía su cabello peinado en una coleta alta y pulcra. —Buenos días —le sonreí, arreglando mis mechones desprolijos—. Soy Eleanor Anderson y… Ella abrió los ojos de par en par al escuchar mi nombre y no me dejó terminar. —¡Oh, por Dios! ¡Es usted! —pronunció con algo de desespero—. El señor Walton no ha dejado de preguntar por usted, se encuentra muy molesto —aseveró y un nudo se apretó en mi estómago—. Será mejor que suba al decimo piso, Zoe la está esperando para su inducción y no se sorprenda si el señor Walton la cita en su oficina. De acuerdo, no esperaba ese recibimiento, no sabía a lo que debía enfrentarme en ese momento por lo que la ansiedad aumentó, el hecho de que el dueño de la compañía estuviera preguntando por mí no era buena señal, ¿Sería posible que millonario Richard Walton estuviera sentado en su oficina con mi contrato en sus manos listo para romperlo? No me detuve a pensarlo, le agradecí a la mujer y me dirigí al elevador, oprimiendo el botón con el número diez. Mientras estaba dentro, movía mi pierna de manera impaciente, estaba más que nerviosa, era mi primer trabajo formal luego de un largo año enviando mi currículum sin tener respuesta, no podía perderlo o mis problemas serían mayores. No podía echar a perder mi única oportunidad. Las puertas de metal se abrieron y entré a una sala llena de personas que tecleaban ágilmente en sus computadores, otros hablaban a gritos por medio de teléfonos, en la parte de atrás había hombres y mujeres con una tableta electrónica en sus manos y movían un lápiz sobre la pantalla. Yo los observaba a todos, pero ninguno de ellos notó mi presencia, sin embargo, al estar parada allí, como una completa idiota, noté que un chico se acercaba a mí con una sonrisa gentil en su rostro, acomodó sus lentes mientras que yo elevé la mirada ya que me me sacaba una cabeza de altura. —¿Primer día? —preguntó a estar a mi lado y me encogí de hombros, era evidente que estaba maravillada y llena de pánico a partes iguales. Resoplé, asintiendo. —Así es. —reí un poco, él no dejó de sonreír haciendo que un par de hoyuelos se formaran en sus mejillas. Mi primer pensamiento fue que el chico, que aparentaba ser de mi edad, era guapo. —Tranquila —hizo un ademán—. Te aseguro que todos teníamos esa misma expresión en nuestro primer día. La gentileza en su voz me hizo sentir como si no fuera la primera vez que nos veíamos, era muy agradable, además de atractivo. —Eleanor Anderson. —dije, ofreciendo mi mano para que la estrechara, no dudó en hacerlo. —Harold Miller, un placer. «Pero claro que es un placer.» Sacudí mi cabeza ante ese pensamiento y cuando su mano se unió con la mía, una sensación cálida llenó mi pecho, su sonrisa se hizo más grande y noté que sus ojos miel brillaron viéndome fijamente. Era un chico simpático y mordí mi labio inferior, soltando nuestras manos. Me aclaré la garganta cuando nos quedamos unos segundos observándonos solamente. —Quizás tú puedas ayudarme —hablé y él se mostró interesado en escucharme—. Tengo una cita con Zoe Kidman, ella es la encargada de explicarme todo sobre el cargo, ¿Sabes dónde pueda estar? Asintió, ladeando la cabeza. —Por supuesto, sígueme. Y eso hice, caminamos en silencio mirándonos de vez en cuando, el chico me condujo hasta una sección de la sala llena de cubículos, en cada uno de ellos había algún trabajador haciendo sus labores, nos dirigimos a la ventana que iba de piso a techo, allí nos detuvimos frente a una chica de cabello afro y ojos marrones que no se percató de nuestra presencia hasta que Harold fingió toser. —Oye, Zoe. —la saludó, ella negó revolcando unos papeles en su escritorio, no nos miró. —Ahora no estoy de humor, Harold. —chistó ella. Giré mi rostro hacia el chico con una expresión seria, él me guiñó uno de sus ojos con un aura relajada. —Nunca lo estás, pero te tengo buenas noticias. —insistió. La chica gruñó, rabiosa y dejó los papeles un momento, levantando abruptamente su cabeza. —¿Qué? —soltó, brusca. Alguien no estaba teniendo un buen día. —Te presento a Eleanor Anderson, la chica a la que querías ahocar —anunció Harold, señalándome y no supe qué hacer o qué decir—. Eleanor, ella es Zoe Kidman, tu dulce y pacifica compañera de trabajo. La ironía era perceptible en la voz de Harold, alcé una ceja, sonriendo tensa mientras que Zoe abrió la boca muy sorprendida y avergonzada. —¡Harold! —se quejó ella, sus mejillas se colorearon de un suave tono rosa—. Tal vez hice uno que otro comentario negativo, ¡Pero sí soy una persona tranquila y comprensiva! —dijo, viéndome apenada y le dio un golpe a Harold justo en el hombro. El chico, a mi lado, soltó una carcajada, de repente me hallé sonriendo, ambos parecían llevarse muy bien. —Es un gusto conocerte. —mascullé, la ansiedad había desaparecido y ahora me sentía más a gusto con ellos. El rostro de Zoe adquirió una mueca de disculpa genuina. —Creo que ya puedes irte, Harold. —espetó, entrecerrando sus ojos marrones. El chico chasqueó la lengua, haciendo un puchero, pero antes de marcharse dijo: —Como ordene, señorita Kidman —hizo un gesto militar con su mano, luego se fijó en mí—. Que tengas un bonito primer día, Eleanor. Su forma de hablarme tenía una pequeña pizca de coqueteo que reconocí perfectamente, asentí con la cabeza, sin más, Harold siguió por el mismo pasillo hasta desaparecer de mi campo de visión. En definitiva, deseaba no perder mi trabajo por una llegada tarde, sería interesante conocer un poco más a Harold. —Lamento mucho lo que Harold dijo —pronunció Zoe, parecía sentirse muy mal por haber pronunciado esas palabras—. Pero en mi defensa, el señor Walton me estaba volviendo loca, tú no aparecías y si no llegabas en dos minutos más, para ser exacta, tú y yo seríamos dos desempleadas y yo… Zoe hablaba muy rápido y no estaba procesando toda la información que salía de su boca. —Espera un momento, ¿Te amenazó con despedirte? —pregunté, entre molesta y asombrada—. Él no puede hacer eso. —Es el dueño, Eleanor, puede hacer lo que quiera. —respondió, encogiéndose de hombros y ordenando los papeles regados en la mesa. Negué con la cabeza, estando en desacuerdo. —Claro que no —expuse—. No puede usar su poder para intimidar sus empleados. Ladeó la cabeza, pensando las palabras que yo acababa de decir. Apretó los labios y dándome una mirada que no supe descifrar, masculló con una voz extremadamente dulce y chillona: —Bienvenida a Walton Asociados. No pude evitar sentirme responsable, por mi culpa ella se había llevado la peor parte. —Te prometo que hablaré con el señor Walton y, si es necesario, le diré que me despida. Rio entre dientes, echando la cabeza hacia atrás, cansada. —No creo que eso ponga de buen humor al señor Walton —afirmó—. Él no permite que lo contradigan, prácticamente su palabra es ley y eso no cambiará por una feroz pelirroja como tú, Eleanor. Me crucé de brazos, pensativa. —Pues esta feroz pelirroja le dirá cómo debe tratar a sus empleados si es necesario. —aseguré. Sin embargo, la chica estaba por reírse nuevamente cuando su expresión cambió de manera radical, un silencio denso y un ambiente extraño se apoderó del lugar. En un momento dado, Zoe veía un punto fijo a mi espalda y los vellos de mi nuca se erizaron. —¿Qué ocurre? —susurré, pero ella aplanó los labios y alternó la mirada del punto tras de mí a mi cara. No contestó y tuve que girar sobre mis talones para observar lo que ella miraba con, podría decir, temor. Y justo allí, a dos cubículos de distancia, se encontraba él, era un hombre alto con un gesto inexpresivo, sus ojos eran sombríos y su cabello tan n***o como la mismísima noche. Me miraba, estudiaba cada facción de mi rostro y noté que mi boca se secaba cuando analizó mis labios más de la cuenta. Vestía una camisa blanca de botones y un pantalón elegante de tono oscuro, sus manos estaban en los bolsillos de sus pantalones, pero podía ver como tensaba los músculos con cada segundo que transcurría. Su atractivo y el aura oscura que lo rodeaba eran como un imán, mis ojos no se apartaron de su rostro, no obstante, no podía olvidar el hecho de que nos observaba con tanta intensidad que comenzaba a incomodarnos. Zoe, a mi lado, se encontraba completamente rígida, ella lo conocía. —¿Podemos ayudarte en algo, amigo? —inquirí, tragando saliva, mis brazos seguían cruzados y me obligué a tener un gesto retador en mi rostro. El tipo siguió mirándonos en silencio. —Eleanor, será mejor que… —intentó advertirme Zoe y fue en ese momento que la voz del hombre se escuchó. —No, déjala que hable. —espetó, severo y Zoe obedeció. Lo observé frunciendo las cejas. —¿Quién te crees para mandar callar? —siseé, enojada—. ¿Acaso todos los hombres en esta compañía son así de imponentes y trogloditas? No respondió, sin embargo, su mandíbula cuadra se apretó al escucharme, el hombre misterioso permaneció en su lugar y vi un poco de curiosidad en su mirada petulante. Por primera vez se dirigió a mí, su voz me hizo estremecer. —¿A sí? ¿También tienes un problema con el dueño de la compañía? —interrogó con dureza. —Si es como tú seguro que sí. —contesté. Arqueó sus cejas y pasó su lengua por medio de los labios, seguí ese movimiento y percibí una pequeña, diminuta e insignificante sonrisa dibujarse en su boca. —¿Por qué estás tan segura de eso, Eleanor? —se interesó en saber, mi nombre en su boca se sintió erróneo. —Porque no tolero a las personas petulantes, dominantes y egocéntricas que se creen los reyes del mundo humillando a los demás. Él asintió, serio. —¡Eleanor, basta! —chilló alarmada Zoe. Mi frente se arrugó y me encogí de hombros, observándola sin entender porque estaba tan preocupada. —Solo estoy diciendo lo que pienso. —musité. —¡Pues deja de hacerlo! —volvió a chillar y miró al hombre, tragando saliva—. Lo siento mucho, señor Walton, ella es nueva y no… El suelo bajo mis pies se sacudió con fuerza y quise caer de bruces al entender, por fin, porque Zoe estaba aterrada y a punto de un ataque mientras hablaba con aquel sujeto. Yo y mi maldita boca. —Silencio —bramó, furioso, sin alejar sus iris de las mías—. La quiero en mi oficina ahora mismo, señorita Anderson. —ordenó con tanta seriedad que tal vez mi vejiga pidió ir al baño. Me sobresalté por el tono alto de su voz y, temiendo lo peor, me obligué a seguirlo hasta que estuvimos los dos solos en su oficina.
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