PRÓLOGO

2319 Words
PRÓLOGO Aunque Sarah Caldwell solo tenía dieciséis, tenía la cabeza en su sitio y captaba con claridad cuándo las cosas no andaban bien. Y esto no andaba bien. Casi estuvo a punto de no ir. Pero cuando Lanie Joseph, su mejor amiga desde la escuela elemental, la llamó esa misma tarde para pasar el rato en el centro comercial, no vino a su mente alguna razón convincente para no ir. Desde que se encontraron, sin embargo, Lanie lució en todo momento nerviosa. Sarah no entendía qué cosa de un paseo por Fox Hills Mall podía producir tanta ansiedad. Notó que cuando se estaban probando unos collares baratos en Claire’s, las manos de Lanie temblaban al intentar abrir el broche. La verdad es que Sarah ya no sabía en realidad qué era lo que ponía nerviosa a Lanie. Habían sido increíblemente cercanas a lo largo de la escuela elemental. Sin embargo, una vez que la familia de Sarah se mudó del sur de Culver City a la urbanización, igualmente de clase trabajadora, pero menos peligrosa de Westchester, poco a poco se fueron alejando. Unos pocos kilómetros separaban a las comunidades, pero sin automóviles, que ninguna de las dos poseía, o el compromiso serio de seguir conectadas, perdieron el contacto. Mientras se probaban un maquillaje en Nordstrom, varias veces Sarah miró a Lanie de manera disimulada en el espejo. En el cabello rubio pálido de su amiga había mechas de color azul y rosado. Tenía ya tanta sombra y delineador en sus ojos que realmente no había razón para probar nada del mostrador. Su piel clara parecía más pálida en el contraste con sus múltiples tatuajes, la camiseta sin mangas color n***o y los cortísimos shorts que llevaba. Mezclados con la muestra deliberada de arte corporal, Sarah no pudo dejar de notar algunos moretones. Miró su propio reflejo y la sorprendió el contraste. Sabía que también era bonita, pero de una forma más sutil y sensible. Su cabello castaño, que llegaba hasta los hombros, estaba recogido en una cola de caballo. Su propio maquillaje era ligero, y destacaba sus ojos color avellana y sus largas pestañas. Su piel olivácea estaba libre de tatuajes, y llevaba unos jeans desteñidos, además de una hermosa y discreta blusa verde azulada. Se preguntó si ella se vería ahora como Lanie, de haber permanecido en la antigua urbanización. Casi era seguro que no. Sus padres nunca le hubieran permitido poner sus pies en ese sendero. Si Lanie se hubiera mudado a Westchester, ¿se vería de todas formas como una prostituta adolescente que trabaja en una parada de camiones? Sarah sintió que se sonrojaba al sacar ese pensamiento de su cabeza. ¿Qué clase de persona era ella, para pensar cosas tan desagradables acerca de alguien con quien había jugado con la Barbie cuando era una niña? Se dio la vuelta con la esperanza de que Lanie no viese la culpa que, estaba segura de ello, se había pintado en su rostro. —Comamos algo en la plaza de comidas —dijo Sarah, tratando de cambiar la dinámica. Lanie asintió y ambas salieron, dejando detrás a una decepcionada vendedora. Una vez se sentaron a mordisquear una ración de pretzels, Sarah se decidió por fin a averiguar qué estaba pasando. —Bueno, ya sabes que siempre adoro verte, Lanie. Pero sonaste tan seria cuando llamaste y luces tan incómoda… ¿hay algo que no está bien? —No. Todo está genial. Yo solo… mi novio viene a saludar y creo que me siento nerviosa al pensar que vas a conocerlo. Es un poco mayor y solo hemos estado juntos unas pocas semanas. Siento quizás que podría estarlo perdiendo y pensé que tú podrías elogiarme un poco, y que si él me viera con mi más vieja amiga, ¿me vería él de una manera distinta? —¿Cómo te ve él ahora? —preguntó Sarah, algo preocupada. Antes de que Lanie pudiera responder, un chico se aproximó a la mesa. Sin que mediaran las presentaciones, Sarah supo que este debía ser el novio. Era alto y extremadamente delgado, con jeans ajustados y una camiseta negra que destacaba su pálida piel y sus múltiples tatuajes. Sarah notó que él y Lanie tenían la misma imagen de una pequeña calavera y dos tibias cruzadas en el envés de sus muñecas izquierdas. Con su cabello n***o, largo, puntiagudo, y sus penetrantes ojos oscuros, no es que fuera apuesto, es que era bello. Le recordaba a Sarah a unos de los vocalistas principales de esas bandas metaleras de melenudos de los 1980s, con los que su mamá se embelesaba, con nombres como Skid Row o Motley Row o algo Row. Tenía por lo menos veintiuno. —Oye, nena —dijo de manera casual y se inclinó para darle a Lanie un beso apasionado, sorprendente al menos para una pequeña plaza de comidas—. ¿Le dijiste? —No he tenido oportunidad —dijo Lanie mansamente, antes de voltearse hacia Sarah—. Sarah Caldwell, este es mi novio, Dean Chisolm. Dean, esta es mi más vieja amiga en el mundo, Sarah. —Encantada de conocerte —dijo Sarah, inclinando la cabeza de manera cortés. —El placer es todo mío —dijo Dean, tomando la mano de ella y haciendo una reverencia teatral y exagerada—. Lanie habla de ti todo el tiempo, y de cómo desea que ambas pudieran pasar más rato juntas. Así que me alegra en verdad que pudieran verse hoy. —A mí también —dijo Sarah, impresionada por el inesperado encanto del chico, sin que por ello dejara de recelar—. ¿Qué es lo que ella no tuvo oportunidad de decirme? Todo el rostro de Dean se resolvió en una franca sonrisa que pareció desvanecer sus sospechas. —Oh, eso —dijo—. Unos amigos vienen esta tarde a mi casa y pensamos que sería divertido que te unieras. Algunos de ellos están en bandas. Una de ellas necesita un nuevo vocalista principal. Lanie pensó que podría gustarte conocerles. Dice que eres una cantante realmente buena. Sarah miró a Lanie, que le sonrió de vuelta sin decir nada. —¿Es eso lo que quieres hacer? —le preguntó Sarah. —Podría ser divertido intentar algo nuevo —dijo Lanie. Su tono era casual, pero Sarah reconoció la mirada en sus ojos, que suplicaba a su amiga no decir nada que la avergonzara delante de su nuevo novio de turno. —¿Dónde es eso? —preguntó Sarah. —En las adyacencias de Hollywood —dijo él, con un destello de satisfacción en sus ojos—. Salgamos. Será divertido. * Sarah se sentó en el asiento trasero del viejo Trans Am de Dean. La reliquia estaba bien mantenida en el exterior, pero el interior estaba regado con colillas de cigarrillo y envoltorios enrollados de McDonald’s. Dean y Lanie se sentaron adelante. Con la música a todo volumen, era imposible sostener una conversación. Cruzaron Hollywood en dirección a la Pequeña Armenia. Sarah miró a su amiga en el asiento delantero y se preguntó si realmente la estaba ayudando al venir. Sus pensamientos volvieron al baño de damas del centro comercial justo antes de irse; allí Lanie por fin se había franqueado de alguna manera con ella. —Dean es super-apasionado —le había dicho mientras una vez más revisaban su maquillaje en el espejo del baño—, y me preocupa que si no le sigo el paso, voy a perderlo. Es decir, él es tan sexy. Podría tener las chicas que quisiera. Y no me trata como una adolescente. Me trata como una mujer. —¿Es por eso que tienes esos moretones, porque te trata como una mujer? Trató de captar los ojos de Lanie en el espejo, pero su amiga se rehusó a verla directamente. —Solo estaba molesto —dijo—. Dijo que yo estaba avergonzada de él y que por eso no se lo presentaba a ninguna de mis respetables amigas. Pero la verdad es que ya no tengo esa clase de amistades. Fue entonces que pensé en ti. Me imaginé que si los dos se conocían, sería como matar dos pájaros. Él sabría que yo no le estaba escondiendo, y tú me harías ver bien porque al menos tengo una amiga que, ya sabes, tiene un futuro. Toparon con un bache y los pensamientos de Sarah volvieron abruptamente al presente. Dean se detuvo junto a un espacio paralelo a la calzada de una sórdida calle con una hilera de pequeñas casas, todas con rejas en las ventanas. Sarah sacó su teléfono e intentó por tercera vez enviar un breve texto a su mamá. Pero seguía sin señal. Era extraño, porque no se encontraban en una zona remota o algo parecido; estaban en el corazón de Los Ángeles. Dean estacionó el vehículo y Sarah guardó de nuevo el teléfono en su bolso. Si la recepción seguía así de mala en la casa, usaría un teléfono fijo. Después de todo, su mamá era muy comprensiva, pero irse por varias horas sin hacer una llamada de cortesía iba definitivamente contra las reglas familiares. Mientras caminaban por el sendero que llevaba a la casa, Sarah podía oír el ritmo palpitante de la música. El hormigueo de una incertidumbre cruzó su cuerpo pero ella lo ignoró. Dean golpeó fuertemente la puerta y esperó mientras alguien en el interior abría lo que sonaba como varias cerraduras separadas. Finalmente, la puerta se abrió con un crujido y mostró a un chico cuya cara estaba oculta bajo una masa de largos y desordenados cabellos. El fuerte olor a yerba se esparció y golpeó a Sarah de manera tan inesperada que comenzó a toser. El hombre vio a Dean y le dio un suave golpe con el puño, abrió entonces por completo la puerta para dejarlos pasar. Lanie entró y Sarah permaneció detrás de ella, muy cerca. Separando el vestíbulo del resto de la casa, estaba una gran cortina de terciopelo rojo, como algo sacado de un cursi acto de magia. Cuando el melenudo volvió a echar las cerraduras detrás de ellos, Dean corrió la cortina y los guió hasta el recibidor. Sarah se sintió impactada con lo que vio. La habitación estaba repleta de divanes, sofás de dos puestos y pufs. En cada uno de ellos había parejas liándose y en algunos casos, haciendo algo más. Todas las chicas se veían como de la edad de Sarah y la mayoría se veía bastante drogada. Unas pocas parecían haber perdido el conocimiento, lo que no impedía que los hombres, todos los cuales se veían mayores, continuaran haciéndolo. La vaga sensación de inquietud que había sentido mientras caminaba hacia la casa regresó, pero ahora más fuerte. Este no es un lugar en el que quiera estar. El aire estaba saturado de yerba, y de algo más dulce y más fuerte que Sarah no reconoció. Casi como una señal, Dean le pasó un pitillo a Lanie. Esta aspiró profundamente antes de ofrecérselo a Sarah, que lo rechazó. Decidió que ya tenía bastante con aquel sitio, que se veía como el set de una vieja película porno. Sacó su teléfono para pedir un Uber, pero vio que seguía sin señal. —Dean —gritó por encima de la música—, necesito llamar a mi mamá para hacerle saber que llegaré tarde, pero no consigo conectarme. ¿Tienes un teléfono fijo? —Por supuesto. Hay uno en mi habitación. Te lo mostraré —contestó solícito, desplegando de nuevo esa amplia, cálida sonrisa, antes de girarse hacia Lanie—. Nena, ¿me buscas una cerveza en la cocina? Es por allí. Lanie asintió y se encaminó en la dirección que él le había señalado, mientras Dean indicaba a Sarah que le siguiera por un corredor. Ella no estaba segura de porqué había mentido sobre la necesidad de llamar a su mamá. Pero algo en esta situación la hizo sentir como que no sería bien recibido que ella dijera que quería largarse. Dean abrió una puerta al final del pasillo y se apartó para dejarla entrar. Ella miró en derredor pero no vio teléfono alguno. —¿Dónde está tu teléfono? —preguntó, volteando hacia Dean mientras escuchaba que la puerta se cerraba. Vio que él ya había girado el cerrojo y colocado la cadena junto al dintel de la puerta. —Lo siento —dijo, encogiéndose de hombros, pero sin sonar para nada arrepentido—, debo haberlo trasladado a la cocina. Supongo que lo olvidé. Sarah sopesó qué tan agresiva necesitaba ser. Algo no andaba nada bien allí. Estaba encerrada en un dormitorio de lo que parecía algo cercano a un burdel, en una parte sórdida de la Pequeña Armenia. No estaba segura de qué tan efectivo sería pedirle que saliera, bajo las actuales circunstancias. Sé dulce. Actúa como ignorante. Solo sal. —Está bien —dijo animada—, vayamos a la cocina entonces. Mientras hablaba escuchó que tiraban de la cadena. Se volvió para ver que la puerta del baño se abría, mostrando a un enorme hispano con una camiseta blanca parcialmente subida sobre su enorme y peluda barriga. Su cabeza estaba afeitada y tenía una larga barba. Detrás de él, estaba echada, en el suelo de linóleo del baño, una chica que no podía haber tenido más de catorce. Solo tenía puestas las pantis y parecía estar inconsciente. Sarah sintió una opresión en su pecho y que su respiración se aceleraba. Intentó ocultar el creciente pánico que sentía. —Sarah, este es Chiqy —dijo Dean. —Hola, Chiqy —dijo ella, obligándose a mantener la calma en su voz—. Siento tener que cortar, pero voy a la cocina a hacer una llamada. Dean, si pudieras abrirme la puerta. Decidió que en lugar de tratar de encontrar la cocina, donde dudaba que hubiera un teléfono de todas formas, se dirigiría directo a la puerta principal. Una vez afuera, le pediría a alguien un aventón. Entonces llamaría al 911 para conseguir ayuda para Lanie. —Déjame verte mejor —ordenó Chiqy con una voz cavernosa, ignorando lo que ella había dicho. Sarah sintió ganas de vomitar. —¿Qué piensas? —preguntó Dean ansioso. —Creo que con un vestido veraniego y unas trenzas tendremos una sólida fuente de ingresos aquí. —Me voy ahora mismo —dijo Sarah, y se apresuró a ir hasta la puerta. Para su sorpresa, Dean se apartó, con una mirada divertida. —¿Usaste el amortiguador para que ella no pudiera llamar o enviar un mensaje de texto? —escuchó que Chiqy preguntaba detrás de ella. —Sí —contestó Dean—, la observé muy de cerca, Intentó muchas veces pero nunca pareció hacer conexión. ¿O sí, Sarah? Luchó torpemente con la cadena y casi logró quitarla cuando una inmensa sombra bloqueó la luz. Comenzó a girarse pero antes, sintió un golpe seco en la parte de atrás de su cabeza y todo se volvió n***o.
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