Capítulo 2: Propuesta de matrimonio

2543 Words
Helena no sabía si había escuchado bien a la pareja que tenía frente a ellos. Por suerte, la cafetería se encontraba prácticamente vacía por ser viernes. La chica era un poco supersticiosa y sabía que ese día era trece, viernes trece, algo podía pintar mal. Solo esperaba que todo fuera una broma de mal gusto. Leonora había tenido razón en decirle que necesitaba un té para los nervios, por lo que tomó la taza de porcelana blanca entre sus manos y le dio un sorbo hasta ver el fondo del recipiente. Sonrió con nerviosismo. —¿Casarme con su hijo? es una broma ¿verdad? —dijo Helena con un ligero temblor en los labios a causa de no entender nada. Gonzalo se reacomodó en su asiento, un tanto inquieto por la perplejidad de la muchacha. —No hija, no es una broma hablamos en serio, creemos que tú eres la indicada para que te cases con nuestro hijo. Helena sentía como el nerviosismo le estaba transpirando las manos que aún se aferraban a la taza de té vacío sobre la mesa. —Señor Gonzalo déjeme aclararle algo, soy una muchacha que necesita trabajar porque soy lo único que se tiene en la vida —se aclaró la garganta— me dejaron en un convento de monjas al nacer y lo único que tengo en la vida es pagar una renta y alimentar a un gato escuálido que encontré en la calle, es n***o por cierto, y creo que son de buena suerte. —Y creo que por tal razón niña es que mi esposo y yo te haremos una propuesta que no podrás negar —dijo Leonela, le puso una mano sobre la muñeca de Helena para tranquilizarla. Un silencio se apoderó de sus oídos por un momento, solo se podía escuchar de fondo el andar de los carros sobre la avenida principal y el jazz que la cafetería tenía como ambientación. Helena estaba tan acostumbrada a los aromas a hierbas y café que no lograron tranquilizarla. —Verás Helena —comenzó a decir Leonela después de dar un sorbo a su café— lo único que buscamos es que mi hijo siente cabeza, ya sabes, las fiestas y los viajes por el mundo lo han cambiado bastante, y creemos que un paso importante en su vida, como el matrimonio, puede ayudarle a sentar cabeza. De todas las cosas por las que había pasado Helena en su corta vida de veintidós años, ésta era la más rara y extraña que jamás había vivido. Por lo general, eran los novios, los prometidos, los hombres que estaban interesados en contraer matrimonio los que hacían la tan esperada pregunta en la vida de una mujer “¿Te quieres casar conmigo?”. En cambio ella, se encontraba frente a una pareja de “apenas conocidos” proponiéndole matrimonio para su hijo. —Señora Leonela, con todo respeto, su hijo es un desconocido para mí ¿Por qué debería aceptar a casarme con un completo desconocido? —Helena se cruzó de brazos sin despegar los ojos de la pareja. Observaba cada detalle de sus facciones. Gonzalo se aclaró la garganta. Hizo a un lado el pan de plátano, como si ese gesto hiciera que hubiera más claridad en él. —Sé que eres una joven de grandes aspiraciones Helena. Puedo ver una gran ambición por comerte al mundo, y has luchado con uñas y dientes para salir sola de ésta situación en la que estás. Si tú te casas con mi hijo, me comprometo a pagarte la universidad, cursos, todo lo que quieras de educación. Helena escuchó las palabras de Gonzalo como una música celestial para sus oídos. Era el sonido mágico que le anunciaba que un “milagro” había aparecido frente a ella. La universidad. Había conseguido ese trabajo porque, por lo general, era el punto de reunión de maestros y alumnos. Fue ahí donde conoció a María, la bibliotecaria que le prestaba los libros de manera clandestina. Siempre había soñado con ser arquitecta y renovar las instalaciones del convento. Pero cumplir un sueño de la manera fácil a cambio de pertenecer a un desconocido la hizo sacudir su cabeza. —Le agradezco mucho su oferta, pero pagarme la universidad por perder mi libertad por un extraño, casarme sin amor sin saber cómo es siquiera mi futuro esposo, es un alto precio a pagar. Así que mi respuesta es no. Helena podía ser una desvergonzada algunas veces, pero tenía claro sus valores y lo que ella quería en la vida. En definitiva, un matrimonio de por vida sin amor, no era lo que ella deseaba. Se había prometido así misma formar una familia como la que nunca tuvo, criar a sus hijos y darles mucho amor de madre, claro, sin dejar de lado sus aspiraciones profesionales. La incomodidad del silencio se volvió a apoderar de ellos. Leonela veía un punto fijo al azar, sobre la mesa, pensando sobre la plática que estaban teniendo en ese momento. Gonzalo por otro lado, no le quitaba la mirada a la muchacha. Era de decisiones fuertes, y eso era admirable para una chica huérfana, realmente la admiraba. —Creo que no hemos establecido los términos de éste matrimonio querida —dijo al fin Leonela con una amplia sonrisa que gritaba un buen trato— ¿Te parecen cinco años? Leonela recargó sus manos sobre la superficie de la mesa, en medio de las tazas de té y café. —¿Cinco años? —preguntó Helena. La muchacha no pudo evitar pensar que era una oferta tentadora, aunque era demasiado pensar que gastar cinco años de su vida amorosa por alguien que no conocía era demasiado. —Si en cinco años la relación con mi hijo no funciona eres libre. Gonzalo observaba a su esposa negociar con la muchacha. Leonela siempre había sido una buena negociadora que se salía con la suya y esperaba que el resultado fuera positivo a favor de ellos. Aunque, por el semblante de seriedad de Helena, le daba la sensación de nerviosismo perdedor. —Señora Leonela, señor Gonzalo, les agradezco mucho su oferta y el hecho de que me hayan considerado a mí, a una simple huérfana como una candidata para casare con su hijo, pero creo esto es una locura. —¿Por qué piensas que es una locura? Te estamos ofreciendo la oportunidad de entrar a la universidad —dijo Gonzalo. —Y es algo que en verdad agradezco, pero se me hace increíble que tengan que ser ustedes quienes estén tomando una decisión tan importante para su hijo y no sea él mismo quien lo haga ¿qué tal sino soy su tipo? ¿o qué tal si tiene novia y ustedes no lo saben? ¿o qué tal si ni siquiera esté en sus planes casarse y quiera vivir eternamente en la soltería? Hubo un momento de silencio, donde sólo se escuchaba la cafetera a fondo, mientras la encargada atendía a un par de estudiantes, de los últimos que habían salido de las instalaciones de la universidad en pleno viernes. Sin duda Helena tenía un punto enorme a su favor. La pareja se dedicó una mirada acongojada. Leonela suspiró como una madre con el corazón lleno de preocupación. Se llevó una mano al pecho aumentando el dramatismo de su expresión corporal. —Helena, te diré ésto como una madre llena de preocupación por su hijo. La verdad de las cosas es que mi hijo… ¿cómo decirlo? —titubeó Leonela por la vergüenza de contarlo. —Vemos que difícilmente nuestro hijo sea capaz de construir un futuro por sí mismo. Leonela y yo hablamos muchas veces sobre su futuro y la única manera de ayudarle es interviniendo. —Es difícil para nosotros como padres intervenir de ésta manera y asegurarle una esposa, pero, Oh Helena si lo conocieras entenderías a lo que nos referimos. Helena escuchaba con atención todo lo que la pareja decía. Tenía un debate interno entre lo fácil que era conseguir el acceso a la universidad, pero al mismo tiempo era del tipo de personas que se preguntaba con regularidad si lo que estaba por hacer rayaba en los límites de la moralidad. Aunque algunas veces traspasaba el límite. —Siento decepcionarlos de verdad, pero mi respuesta sigue siendo no. Helena les dedicó una débil sonrisa. Se levantó de su asiento con la intención de irse de ahí. Sin embargo; Leonela fue tan rápida como Flash al momento de tomarla de la muñeca de su mano con la intención de pararla. —Niña piensa bien la propuesta, nadie más va a ofrecerte la oportunidad de entrar a una de las universidades más prestigiosas de todo el país gratis —concluyó la señora. —Pero ¿a qué costo? —preguntó Helena. Se despidió de la pareja de manera educada antes de regresar a trabajar. Había sido el día más raro de su vida. Cerraron el café alrededor de las diez de la noche. Helena tuvo dificultad de regresar al convento donde vivía, pues la lluvia nocturna impidió que llegara a tiempo a la parada del camión. Al subir al camión y sentir su ropa sus jean y su blusa polo empapados se arrepintió severamente por no haberle hecho caso a la hermana Teresa de llevarse el paraguas. Por suerte la hermana Sofía la esperaba impaciente en la parada de autobús cerca del convento con un paraguas en mano. Al llegar al convento Helena le dio las gracias a la hermana Sofia, ésta le preparó la cena mientras Helena había ido a su litera a cambiarse. Al regresar a la cocina se sentó estirando las piernas. Sentía la comodidad de la tela desgastada de su pijama, mientras se llevaba a la boca un atole de arroz que le quitó el tiritar de frío casi al instante. —De nuevo hay goteras —dijo Helena observando cinco cubetas distribuidas en la cocina, donde aterrizaban las gotas caídas del techo. —Es el problema de siempre —dijo la hermana Sofía— el problema se ha agravado al dormitorio de los niños pequeños. Helena se quedó un momento en silencio, contemplando el calor, a través de su piel, de su taza con atole alrededor de sus manos. Suspiró. Se llevó un pedazo de tamal a la boca, sonriendo amable a la hermana Sofía. —¿Sabes una cosa hermana? —dijo de pronto Helena— voy a donar mis ahorros para reparar los techos, los niños no puede estar durmiendo con goteras con éste frío. —No —dijo rotundamente Sofía— Helena has estado ahorrando desde que tenías trece años y siempre terminas donando todo al orfanato. Tienes que pagar tu universidad. —Hermana Sofía no me cuesta nada donarlo, además debí de haberme ido de aquí hace casi cuatro años, y aun me dan una cama dónde dormir. —No. Y no se te ocurra ir con la madre superiora que yo misma me encargaré de hablar con ella. Helena estaba tan exhausta, que esa noche no discutió con la hermana Sofía sobre las reparaciones del techo. Al dia siguiente se paró muy temprano para ir a trabajar, ésta vez se aseguró de llevarse el paraguas que la hermana Teresa le había regalado. Se puso su chamarra azul, una de las tantas que le habían donado al orfanato, había tenido la suerte de que su prenda estuviera agujerada por dentro, lo que le daba un aspecto “pasable” por fuera. Durante la mañana Helena, mientras trabajaba no dejó de pensar si el señor Gonzalo y la señora Leonela regresarían alguna vez al café. Era muy probable que no. Ella les había dado un rotundo no. Sin embargo; esa tarde del sábado a las seis en punto la pareja entró de nueva cuenta repitiendo la dinámica del día anterior. Helena se encontraba de nueva cuenta sentada frente a ellos con un té de tila bien cargado. Mientras su jefa atendía a la poca clientela del fin de semana con otra cuantiosa recompensa. —Hija, ayer estuvimos reflexionando sobre nuestra propuesta y creemos que tienes razón —dijo Leonela— ofrecerte la universidad es un pago muy bajo, pero si te casas con nuestro hijo tendrías acceso a sus cuentas bancarias. Helena comenzaba a creer que el nombre de la madre de la señora Leonela había acertado en ponerle aquel nombre a su hija. —Lo que Leonela quiere decir es que una vez que seas parte de la familia, tendrás una cuenta personal para tus gastos —agregó Gonzalo al ver la cara llena de dudas de Helena. —Señor Gonzalo, señora Leonela, no se trata del dinero, pero prácticamente me están pidiendo que me case sin amor con un extraño a cambio de dinero, y no creo estar dispuesta a hacer un sacrificio así. —Entendemos tu punto hija, pero debes entender que la vida muchas veces te da oportunidades únicas que no se vuelven a repetir —dijo Gonzalo. Tomó su capuchino entre sus manos que le supo a gloria. Leonela tomó su bolsa de mano chanel, sacando del lujoso accesorio una tarjeta de presentación con sus números personales. —Podemos llegar a un acuerdo si decides cambiar de opinión querida —dijo depositando la tarjeta en sus manos— estaremos disponibles para ti incluso en las madrugadas si decides aceptar éste negocio. —Su hijo debe ser un caso especial para empeñarse en conseguirle esposa —dijo Helena en voz alta. Se llevó las manos a la boca al ver los rostros preocupados de la pareja— lo siento no era mi… —Tienes razón. Si decides conocerlo sabrás a qué me refiero. Definitivamente necesita nuestra ayuda, de lo contrario no creo que el mismo sea capaz de conseguir una esposa —la interrumpió Leonela, su voz denotaba cierta melancolía. El resto de la tarde pasó tranquila sin saber que esa noche las situaciones de la vida le daría un desastroso motivo para aceptar dicha propuesta tan inusual. Helena había iniciado su domingo entre los escombros de la mitad del orfanato derrumbado a causa de la tormenta que se suscitó en la noche. Las hermanas del convento lloraban mientras intentaban salvar algunas pertenencias en medio del lodo y lágrimas. La muchacha intentaba ayudar a tranquilizar a los niños, que se encontraban asustados al ver en ruinas su habitación. La hermana Teresa había tenido razón, las condiciones del orfanato no eran buenas y solo había sido cuestión de tiempo para que el lugar se fuera abajo. Las lágrimas le daban comezón a sus ojos azulados. ¿Qué harían ahora? no tenían ningún lugar a dónde ir, ni el apoyo de ninguna institución gubernamental. Sintió como su corazón se iba rompiendo en pedacitos al ver la desolación del lugar. —Hermana Sofía, prométeme que cuidarás bien de los niños, y les darás apoyo a las demás hermanas. Helena se mordía el labio inferior en un intento de matar el llanto que estaba a punto de escupir al aire. Tenía que ser valiente. —Por supuesto que lo haré ¿a dónde vas? —preguntó Sofía, pues no era típico de Helena querer huir en una situación y menos de esa magnitud. —A hacer un milagro.
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