CAPITULO 1

2582 Words
Massimo —Massimo, ¿sabes lo que esto significa? Giré la cabeza hacia la ventana, mirando el cielo sin nubes, y luego moví los ojos hacia mi visitante. —Me haré cargo de esta empresa, le guste o no a la familia Manente.— Me puse de pie, Mario y Domenico se levantaron de sus sillas y se pusieron en fila detrás de mí. —Fue un placer conocerte, pero has estado decidiendo demasiado tiempo. —Abracé a los presentes en la habitación y fui hacia la puerta. —Mira, esto será bueno para todos.— Levanté mi dedo índice. —Me lo vas a agradecer. *** Me quité la chaqueta y me desabroché otro botón de mi camisa negra. Estaba sentado en el asiento trasero del coche, disfrutando el silencio y la frescura del aire acondicionado. —A casa,— Resoplé bajo mi nariz y empecé a navegar por los mensajes de mi teléfono. La mayoría de ellos estaban relacionados con los negocios, pero entre ellos también encontré un SMS de Anna: "Estoy mojada, necesito un castigo". Mi polla se movió por debajo, suspiré, la corregí y la apreté con fuerza. Oh sí, mi polla sintió bien mi humor. Sabía que esta reunión no iba a ser agradable y no me dejaría ir. También sabía lo que me relajaba. Era bonita, tan femenina, todo mi personal tenía que ser así, me gustaba todo lo que era bonito. —Arrodíllate...— Estaba boquiabierta, tirando de ella hacia abajo. Sin dudarlo, ella llevó a cabo la orden. Ronroneé, alabando su correcta sumisión, y con mi pulgar pasé por su boca, que ella obedientemente abrió. Jamás estuve involucrado con ella, y sin embargo ella sabía exactamente qué hacer. Apoyé su cabeza contra la pared y comencé a desabrochar mi cremallera. La azafata tragó su saliva en voz alta, y sus grandes ojos me miraban todo el tiempo. —Silencio— dije con calma, pasando mi pulgar sobre sus párpados. —No empezarás a abrir hasta que yo te lo permita. Mi polla saltó de mis pantalones, dura y casi dolorosamente inflada. Se apoyó en los labios de la chica, y la chica educadamente y con la boca abierta. No sabía lo que le esperaba, pensé, y lo puse hasta el final, manteniendo la cabeza abajo para que no se pudiera mover. Sentí que se ahogaba, la empujé aún más profundo. Sí, me gustaba que abrieran los ojos con horror, como si realmente pensaran que las iba a estrangular. Me retiré lentamente y la toqué en la mejilla, casi acariciando, suavemente. La vi calmarse y lamer la saliva espesa de sus labios, que salía de su garganta. —Te cogeré por la boca.— La mujer estaba un poco temblorosa. —¿Puedo? No tenía ninguna emoción en mi cara, ninguna sonrisa. Por un momento, la chica me miró con ojos gigantescos y, después de unosbsegundos, sacudió la cabeza en sentido afirmativo. —Gracias— susurré, moviendo ambas manos sobre sus mejillas. Apoyé a la chica contra la pared y una vez más le bajé la lengua hasta la garganta. Ella apretó sus labios a mí alrededor. ¡Oh, sí! Mis caderas empezaron a empujar con fuerza hacia ella. Sentí que no podía respirar,después de un rato empezó a pelear, así que la agarré con más fuerza. ¡Muy bien! Sus uñas se atascaron en mis piernas, primero trató de apartarme, luego trató de lastimarme arañando. Me gustaba, me gustaba cuando peleaban, cuando no tenían fuerzas. Cerré los ojos y vi a mi Dama, arrodillada ante mí, su mirada casi negra me atravesó. Le gustaba cuando la tomaba así. Apreté mis manos aún más fuerte en el cabello, sus ojos estaban llenos de deseo. No pude soportarlo más, dos golpes más fuertes y me paralicé, y el esperma se derramó fuera de mí, estrangulando aún más a la chica. Abrí los ojos y miré su maquillaje borroso. Me retiré un poco para hacer espacio para ella. —Traga,— dije haciéndole una coleta, tiré de su pelo otra vez. Las lágrimas fluían por sus mejillas, pero ella obedeció mi orden. Le saqué la polla de la boca y cayó sobre sus talones, deslizándose por la pared. —Lámelo. —La chica se congeló. —Hasta que esté limpia. Apoyé ambas manos contra la pared delante de mí y la miré enfadado. Se volvió a levantar y cogió mi hombría con una pequeña mano. Comenzó a lamer los restos de semen. Sonreí un poco, al ver la edad que tenía. Cuando creí que había terminado, me alejé de ella, abrochándome la cremallera. —Gracias.— Le di una mano, y ella se paró junto a mí sobre sus piernas ligeramente temblorosas. —Ahí está el baño.— Apunté la dirección con mi mano, tal vez ella conocía este avión como la palma de su mano. Asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. Volví con mis acompañantes y me senté en la silla. Había bebido un sorbo de la bebida perfecta, que ya había perdido un poco la temperatura. Mario dejó el periódico y me miró. —En la época de tu padre nos habrían disparado a todos. Suspiré, girando los ojos, y con irritación golpeé el vaso contra la parte superior. —En los tiempos de mi padre, habríamos comerciado ilegalmente con alcohol y drogas, y no dirigiríamos las mayores empresas de Europa. Me apoyé en el sillón y puse mi mirada furiosa en mi consejero. —Soy el jefe de la familia Toricelli y esto no es una coincidencia, sino una decisión meditada de mi padre. Casi desde que era niño, me he preparado para que la familia entre en una nueva era cuando yo tome el mando—, suspiré y me relajé un poco cuando la azafata se nos escabulló casi imperceptiblemente. —Mario, sé que te gustaba dispararte a ti mismo.— El hombre mayor, que era mi consejero, sonrió un poco. —Estamos a punto de disparar.— Lo miré seriamente. —Domenico—, ahora me volví hacia mi hermano, que me miró. —Deja que tu gente empiece a buscar a esa puta de Alfred.— Miré a Mario. —¿Quieres un tirador? No creo que te extrañe. Tomé otro sorbo. El sol se estaba poniendo sobre Sicilia cuando aterrizamos en el aeropuerto de Catania. Me puse mi chaqueta y nos dirigimos a la salida de la terminal. Me saqué las gafas oscuras y sentí el golpe de aire caliente. Miré a Ethna, hoy se le podía ver en toda su gloria. Los turistas están contentos, pensé y entré en el edificio con aire acondicionado. —La gente de Aruba quiere reunirse por el caso del que hablamos antes— comenzó Domenico, caminando a mi lado. —También tenemos que lidiar con los clubes de Palermo. Lo escuché atentamente, elaborando en mi cabeza una lista de las cosas que todavía debo hacer hoy. De repente, aunque mis ojos estaban abiertos, se hizo oscuro. Y entonces la vi. Pestañeé nerviosamente unas cuantas veces; antes había visto a mi dama sólo cuando yo deseaba. Abrí bien los ojos y ella desapareció. ¿Mi condición se deterioró y las alucinaciones se intensificaron? Tengo que ir a ver a ese idiota para hacer mis pruebas. Pero eso será más tarde. Ahora es el momento de terminar con el contenedor de cocaína que murió por mí. Aunque "muerto" no era el término más exacto en esta situación. Estábamos llegando al coche cuando la vi de nuevo. Joder, eso es imposible. Me metí en un coche aparcado y casi arrastré a Domenico dentro, que abrió el segundo par de puertas traseras. —Era ella—, susurré con la garganta comprimida, mostrando a la delantera a la chica que caminaba por la acera, alejándose de nosotros. —Esa es la mujer. Me sonaba la cabeza, no podía creerlo. ¿O era sólo yo? Estaba perdiendo la cabeza. Los coches se pusieron en marcha. —Más despacio.— Dije bajo cuando nos estábamos acercando a ella. —¡Oh, joder!— Se quejó cuando nos acercamos a ella. Mi corazón murió por un segundo. La chica me miraba directamente, sin ver nada a través de una ventana casi negra. Sus ojos, su nariz, su boca, era exactamente como yo pensaba que era. Agarré la manija, pero mi hermano me detuvo. Un poderoso hombre calvo estaba llamando a mi dama, y ella fue hacia él. —Ahora no, Massimo. Me senté como un hombre paralizado. Estaba aquí, viva. Existía. Podría tenerla, tocarla, llevármela y estar con ella para siempre. —¡¿Qué demonios estás haciendo?!— Grité. —Está con gente. No sabemos quién es. El coche aceleró, y todavía no podía quitar los ojos de la figura de mi dama que desaparecía. —Ya estoy enviando gente tras ella. Antes de que lleguemos a casa, sabrás quién es ella. ¡Massimo!— Levantó la voz cuando no reaccioné. —Has esperado tantos años, que no podrás esperar unas cuantas horas más. Lo miré con tanta furia y odio, como si estuviera a punto de matarlo. Restos razonables de mis pensamientos eran adecuados para él, pero todos los demás, que eran mucho más, no querían escucharle. —Tienes una hora— estaba gruñendo, mirando irreflexivamente al asiento de enfrente. —Tienes sesenta putos minutos para decirme quién es. Aparcamos en la entrada y cuando salimos del coche, la gente de Domenico se acercó a nosotros y le entregaron un sobre. Me lo dio, y fui a la biblioteca sin decir una palabra. Quería estar solo para poder creer que todo era verdad. Me senté detrás de mi escritorio y con mis manos ligeramente temblorosas arranqué la parte superior del sobre, vertiendo su contenido en la parte superior. —¡Maldita sea! Me agarré la cabeza cuando las fotos ya no eran cuadros pintados por artistas, sino fotografías que mostraban la cara de mi dama. Tenía un nombre, apellido, pasado y futuro que ni siquiera esperaba. Escuché un golpe en la puerta. —¡Ahora no!— Grité, sin apartar la vista de las fotos y las notas. —Laura Biel— dije para mí, tocando su cara en el papel de tiza. Después de media hora de analizar lo que conseguí, me senté en la silla y empecé a mirar la pared. —¿Puedo?— Preguntó Domenico, metiendo la cabeza por la puerta. Como no reaccioné, entró y se sentó enfrente. —¿Y ahora qué pasará Massimo? —La traeremos aquí— respondí impasible, moviendo mis ojos hacia la joven de la foto. Se sentó, asintiendo con la cabeza. —Pero, ¿Cómo vas a hacer eso?—Me miró como un idiota, lo que me molestó un poco. —Vas a un hotel y le dices que cuando moriste, tuviste visiones, y en ellas...— Miró la nota que estaba delante de mí. —Y en ellas, tú, Laura Biel, y ahora serás mía, he tomado esa decisión. —La secuestraré.— Lo decidí sin dudarlo. —Envía gente al apartamento de este...— Deje de hablar buscando el nombre de su novio en las notas —Martin. Que averigüen quién es. —Tal vez sea mejor que le preguntes a Karlos. Está allí.— Habló Domenico. —Bien, dejemos que la gente de Karlos escarbe todo lo que pueda. Necesito encontrar una manera de traerla aquí lo antes posible. —No tienes que encontrar una manera.— Miré a la puerta, una voz de mujer surgió. Domenico también se dio la vuelta. —Aquí estoy yo.— Ella estaba caminando hacia nosotros. Sus largas piernas del cielo se alcanzaban. Maldije en mi mente. Me olvidé completamente de ella. —Te dejo con eso.— Domenico se levantó con una estúpida sonrisa y se dirigió hacia la salida. —Me ocuparé de lo que hemos hablado y mañana terminaremos con esto—, añadió. La rubia se me acercó. Con su pierna me separó suavemente las rodillas. Olía a locura como siempre, una combinación de sexo y poder. Enrolló un vestido de cóctel de seda negra y se sentó sobre mí, metió su lengua en mi boca sin avisar. —Pégame—, pidió, mordiéndome el labio y frotando su coño contra la tela de mis pantalones de traje. —¡Con fuerza! Me lamió y me mordió la oreja, y miré las fotografías que estaban esparcidas en el escritorio. Me quité la corbata, que se había aflojado antes, y me levanté, deslizando a Anna en el suelo. Le di la vuelta y la amarré en los ojos. Sonrió, lamiéndose el labio inferior. Ella estaba sosteniendo su mano en el escritorio. Abrió bien las piernas y se acostó sobre el escritorio de roble, con el trasero bien asentado. Ella estaba sin bragas. Me acerqué a ella por detrás y le di un fuerte golpe. Ella gritó en voz alta y abrió la boca de par en par. La vista de las fotos esparcidas sobre el escritorio y el hecho de que estuviera en la isla hizo que mi polla se pusiera dura como una roca. —Oh, sí— estaba gruñendo, frotando su húmedo coño sin dejar de lado las fotos de Laura. La sostuve por el cuello y agarré todos los papeles que cubría con su cuerpo, luego la puse de nuevo en el mostrador, levantando las manos por encima de su cabeza. Arreglé las fotografías para que me miraran. Tener a la mujer de las fotografías... no quería nada más en ese momento. Estaba listo para llegar en cualquier momento. Rápidamente me quité los pantalones. Le metí dos dedos a Anna, y ella estaba gimiendo, retorciéndose debajo de mí. Era estrecha, húmeda y extremadamente caliente. Empecé a mover con la mano derecha su clítoris y ella se agarró con más fuerza al escritorio sobre el que estaba tumbada. La agarré por el cuello con la mano izquierda y la golpeé con la mano derecha, sintiendo un alivio inexplicable. Una vez más miré la foto y la golpeé aún más fuerte. Mi novia gritó, y la golpeé como si eso la hiciera convertirse en Laura. Su nalga estaba casi morada. Me incliné y empecé a lamerla, estaba caliente y palpitaba. Extendí sus nalgas y empecé avretorcer la lengua alrededor de su dulce agujero, y tuve a mi dama frente a mis ojos. —Sí— gimió en voz baja. Tengo que tener a Laura, tengo que tenerla a ella toda, pensé, levantándome y golpeando a Anna en mí mismo. Se dobló la espalda en una curva y luego cayó sobre la madera empapada de sudor. Me la cogía duro, mirando constantemente a Laura. Pronto. En un momento, esos ojos negros me mirarán cuando se arrodille ante mí. —¡P*ta!— Me mordí los dientes, sintiendo que el cuerpo de Anna se ponía rígido. Me empujé a mí mismo con fuerza y dureza hacia ella, sin prestar atención a la ola de orgasmos que la inundaba. No me importaba. Los ojos de Laura me hacían sentir que no tenía suficiente, pero no podía soportarlo más. Tenía que sentir más, más fuerte. Saqué mi polla de Anna y la puse en su estrecho culo con un pequeño movimiento. Un grito salvaje de dolor y placer salió de su garganta y sentí que se apretaba a mi alrededor. Mi polla explotó, y todo lo que pude ver fue mi dama.
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