—Buenas tardes —Grita Enzo, dejando su saco en el perchero. —¡Hijo! —grita una mujer, reuniéndose con nosotros en la sala. La mujer se acerca a Enzo y le da un fuerte abrazo, al separarse de él la sonrisa en su rostro se desvanece cuando me ve y apenas me dedica un asentimiento de cabeza y una sonrisa forzada. —¿Están todos en casa? —pregunta Enzo, ajeno a la reacción de su madre. —Alicia llegó hace unos minutos y está arriba acomodando sus cosas. Emilio está afuera con tu padre —contesta ella, luego agrega—: ¿No vas a presentarme a tu amiga? Enzo me toma de la mano y sonríe. —Lo haré cuando estemos todos juntos, iremos con papa y Emilio, ¿puedes llamar a Alicia? —Seguro, cariño. Ella da media vuelta y se dirige a las escaleras para ir en busca de su hija. —Creo que voy a vomitar

