Ignoro el hecho de que me ve de pies a cabeza y camino hasta él, me detengo a su lago y tomo una caja de cereal al azar, la sostengo en mi mano y la giro, fingiendo que leo la tabla nutrimental; no es que me importase ingerir carbohidratos o grasas, solo quiero hacer tiempo y estar a su lado lo suficiente para que se decida a hablarme.
Él comienza a moverse en signo de irse sin siquiera atreverse a mirarme de nuevo.
«¡Tienes que hacer algo! No puedes dejar que se vaya sin haberle sacado provecho a esta situación» pienso.
Accidentalmente, la caja resbala de mi mano en el momento justo en que él se está girando y cae directo en sus pies.
—Lo lamento —susurro.
Él se agacha para recoger la caja y me la entrega dibujando una perfecta sonrisa en su rostro.
—No te preocupes —responde.
Tomo la caja y le agradezco.
—¿Una chica que lee la tabla nutrimental y compra cereal de chocolate?
Miro hacia la caja en mi mano: arroz inflado sabor chocolate.
—Una chica sabe hasta donde puede cuidar su dieta. El chocolate definitivamente no puede faltar en la mía —contesto, igualando su tono divertido.
—Eso es admirable. Por cierto, mi nombre es Enzo De Santis.
¿Enzo De Santis? Un momento… yo conozco ese nombre, pero ¿de dónde? Estoy segura de haberlo escuchado antes o mínimo haberlo leído en algún lado, pero ¿dónde?
—¿Sucede algo? —pregunta al notar que me quedo pensativa.
—Es que… tu nombre…
Suprime una sonrisa.
—¿Qué tiene mi nombre?
—Lo he escuchado antes —confieso.
Suelta la risa reprimida, pero no sabría especificar si a este punto está riéndose conmigo o de mí.
—¿Cuál es tu nombre?
—Cassandra Brown.
Ahora es su turno de fruncir el ceño.
—¿Qué pasa?
—Tu nombre… no se me hace en absoluto conocido.
Ruedo los ojos en automático.
—¡Qué gracioso! —espeto, sarcástica,
—Lo sé —responde, partiéndose de risa.
Me parece algo extraña su reacción, posiblemente se trate de algún chiste privado que no estoy en posición de intentar entender.
—Bueno, Enzo De Santis, fue un placer conocerte.
Le tiendo la mano con una sonrisa en el rostro, él corresponde a mi saludo y una vez que me libera, comienzo a darme la vuelta.
«Por favor, ven tras de mí. No me dejes ir».
—Oye, espera.
Me giro para verlo, fingiendo sorpresa.
—¿Aceptarías ir a tomar un café conmigo?
Lo pienso un rato, claro que quiero vengarme de él, hacerle pagar con la misma moneda… y eso significaba que no podía rechazar su invitación.
—No suelo ir con extraños —comienzo y puedo ver un atisbo de decepción reflejarse en sus ojos—. Pero estoy dispuesta a hacer una excepción a mi propia regla.
Me sonríe abiertamente y terminamos de hacer la compra mientras charlamos un poco sobre nuestros gustos y pasatiempos. Siempre he sido buena para mentir y el tener una buena memoria me lo facilita bastante, así que puedo mentir con suma facilidad cuando él me pregunta sobre mi época de estudiante.
Luego de dejar nuestras respectivas compras en nuestros autos, regresamos al centro comercial y dejo que Enzo me guie hasta una pequeña, pero coqueta cafetería con unas cuantas mesas y sillas en el exterior.
Tan pronto elegimos una mesa, él saca la silla para mí como lo haría todo un caballero. Le agradezco el acto y él se sienta frente a mí.
—Bienvenidos, ¿qué les puedo ofrecer? —pregunta una joven camarera a mi derecha.
Observo el enorme menú que está detrás de ella, pensándomelo un momento.
—Yo quiero un chocolate caliente con caramelo —responde él, sin siquiera mirar el menú.
—Un Mocha Frappuccino con leche deslactosada y sin nata, por favor.
La chica anota nuestra orden y se va con la promesa de regresar pronto.
—Creí que no cuidabas la línea —comenta Enzo.
—Solo en ciertas ocasiones. Pero en realidad es más porque la leche entera me cae pesada —me acerco, como si fuera a contarle un secreto de estado y agrego—: Además, si pides sin nata de montar, te dan más Frappuccino.
Ríe.
—Excelente consejo.
Nos enfrascamos en otra conversación ligera, esta vez sobre el café, hasta que ingeniosamente hago una referencia sobre el baile y él termina pescándola más rápido de lo que me gustaría.
—Por cierto, ¿a qué te dedicas?
¡Rayos!
—Soy… bailarina —mentí.
—¿De Ballet?
—Algo así —murmuro.
—Interesante.
La camarera llega con nuestra orden y mientras deja el chocolate caliente frente a Enzo, le doy una mirada más al lugar. Todos están sumergidos en sus notebooks, charlando entre ellos y uno que otro leyendo lo que me imagino será un buen libro. Cuando estoy a punto de volver mi atención a la mesa, una chica cierra lentamente el libro que estaba leyendo y puedo ver el título, se trata de un libro que compré y evidentemente devoré el mes pasado, justo cuando salió a la venta.
En ese justo momento todo hace clic en mi cabeza y volteo sorprendida a ver al hombre frente a mí.
—Tú eres Enzo De Santis —digo, sin caber todavía en mi asombro.
—Sí, lo sé, te lo dije cuando nos presentamos —contesta, claramente divertido.
Ruedo los ojos.
—Sí, pero en ese momento no recordé de dónde se me hacía conocido —comienzo a señalar a la chica del libro—. ¡Esa chica está leyendo “La última promesa”!
Enzo, posiblemente más divertido que nunca en su vida, asiente.
—¿Y por qué estás acosando a las personas en la cafetería?
Ignoro su pregunta.
—Está leyendo “La última promesa” y tú escribiste ese libro. ¿Por qué no lo recordé antes si me leí ese libro en tres días?
Pude percibir su risa nerviosa.
—¿En serio leíste mi libro? —pregunta, dándole un sorbito a su chocolate.
—Sí, lo esperé desde el verano pasado cuando terminaste con “Hechizo de sangre”, moría por saber qué pasaría en este spin off.
Por más que intento reprimir mi emoción en la voz, me resulta un tanto difícil hacerlo. Enzo aumenta su sonrisa y se reclina en el asiento, sosteniendo su taza para darle otro sorbo.
—Y… ¿Qué te pareció?
—Fue excelente —admito—. Aunque yo hubiese matado a Taylor de una vez.
Casi se atraganta con su bebida al soltar una risotada.
—No podía matarlo, lo necesito para el siguiente libro.
Alzo una ceja.
—¿Qué sucederá en ese libro?
—No te lo diré —dice, sin perder la sonrisa en los labios.
—No es justo.
Intento hacer un mohín, pero me gana la risa y él simplemente se encoge de hombros.
—Deberás esperar… como el resto de los lectores.
—Y… —comienzo a jugar con mi cabello distraídamente—, ¿no podrías hacer una excepción con una chica linda como yo?
Ambos estamos bastante divertidos y cuando suelto la pregunta, intento ponerme seria, pero fallo terriblemente. Nuestros ojos se cruzan con cierta intensidad y soy presa de un par de ojos verdes; algo que hizo la noche anterior en el burdel. Su mirada resulta demasiado hipnotizante, atrayente y profunda… Increíblemente me siento pequeñita ante su mirada y completamente expuesta.
Seguimos charlando completamente ensimismados. Las personas del local de vez en cuando se volteaban al escuchar nuestras risotadas, pero poco nos importaba. Personas iban y venían y nosotros seguimos uno frente al otro charlando de todo y nada en especial. En algún punto dejé de pensar llevármelo a la cama para hacerlo pagar por lo que me había hecho, solo quería conocerlo más y que él me conociera a mí, a la verdadera Cassandra que muy pocas veces salía a relucir al mundo. Por mi estilo de vida siempre tenía que fingir ser tonta o despistada, pero con él y su agudeza mental, me sentía completamente distinta. Él estaba descubriendo una versión de mí que nunca se mostraba ante los demás; que usualmente estaba bajo llave, pero que hoy, por cuestiones incomprensibles para mí, había escapado de su encierro permanente y estaba aquí, charlando con él: un hombre inteligente, atractivo, interesante, gracioso, dulce, original…
De pronto fui consciente del tiempo, miré el reloj de pared que estaba cerca de la caja registradora y casi me da un infarto, ¿cómo es que había pasado tanto tiempo?
—Tengo que irme —digo sin apartar la vista del reloj de pared.
¿Cómo demonios habían pasado cinco horas desde que salí del burdel? Nunca demoro tanto en una compra; seguramente Anthony estará furioso.
—¿En serio? Nos la estamos pasando bastante bien, ¿tienes algo más que hacer?
La desilusión en su voz es completamente palpable.
—Sin duda pasé una tarde memorable: conocí a uno de mis escritores predilectos y pasé horas hablando con él, pero nada es para siempre y esta tarde en el café debe terminar.
Me pongo de pie para tomar mis cosas al mismo tiempo que él se levanta también.
—¿Quieres que te acompañe a tu auto?
Niego con la cabeza.
—No creo que sea necesario. Gracias por el Frappé, fue una tarde realmente agradable.
Recojo mi bolsa y comienzo a alejarme cuando siento como Enzo me toma del brazo y al girar el rostro para verlo, terminamos quedando excesivamente cerca. Tan cerca que puedo oler la menta de su shampoo y la colonia amaderada, la misma que llevaba anoche.
—Por favor, prométeme que nos volveremos a ver —susurra contra mi rostro.
Inhalo su agradable aroma y sé que él está haciendo lo mismo. Una pequeña sonrisa tira de las comisuras de mis labios y termino respondiendo que sí, definitivamente nos volveremos a ver y su sonrisa se agranda al escuchar mis palabras.
—Gracias.
—De nad… nada —tartamudeo, ligeramente nerviosa.
Entonces me besa.
No se trata de un beso como los que compartimos anoche, sino más bien un beso más pausado y dulce. Su lengua explora cautelosa dentro de mi boca y al sentir su cálido contacto no puedo hacer más que resistirme, ¿cómo hacerlo si una enorme parte de mí se estaba muriendo por probar sus labios de nuevo?
Cuando terminamos el beso, nuestras frentes se quedan pegadas mientras compartimos unos pequeños jadeos casi inaudibles.
—Debo irme —susurro, sintiendo un completo pesar porque es lo último que realmente quisiera hacer.
—Hasta pronto, Cass —susurra, sin despegarse de mí.