Me miro en el espejo, mi maquillaje está corrido, mi ropa llena de limonada y mi piel comienza a sentirse pegajosa. Puede que sea una prostituta, pero nunca en mi vida me había sentido tan humillada como ahora. —¿Cass? —escucho su voz detrás de la puerta del baño seguida de un par de golpesitos en la madera. Enjuago mi rostro, tratando de quitarme un poco mi maquillaje corrido y suspiro ante mi reflejo. —Cass, abre la puerta. Lo ignoro y continúo observando mi reflejo con cierto pesar, en este momento toda ilusión creada a partir de los acontecimientos de ayer y hoy, ha desaparecido. —No me obligues a derribar la puerta. Exploto. —¿Para qué quieres que abra? ¿Para continuar siendo la burla de tu familia? —grito, furiosa. —Cass —susurra, con cierto pesar—. Por favor, hablemos. —No

