Capítulo 4. Una musa para Enzo.

1513 Words
A la semana siguiente nos reunimos. Y a la siguiente. Y así durante al menos dos meses. Hacer que Anthony me dejase salir semana tras semana se volvió cada vez más complicado con el paso del tiempo, sin embargo, en esos dos meses no hubo día que fallara a mi cita con Enzo cada jueves en nuestra cafetería habitual. Me concentraba en ser complaciente con Anthony y con cada cliente que me tocase atender para así ganarme mi salida a “almorzar” fuera. Hoy me toma más tiempo llegar a nuestra cita porque alguien creyó que sería buen idea conducir a exceso de velocidad con el pavimento mojado por la lluvia, lo que ocasionó un tráfico horrible. Entro al local sacudiéndome las gotas de agua del cabello y me quedo mirando alrededor del local sin poder localizar a Enzo en primera instancia, estoy comenzando a caminar hacia la barra donde la dependienta a estas alturas nos reconoce bastante bien como sus clientes frecuentes de los jueves. De pronto siento unas manos cubrir mis ojos, poniéndome en alerta de inmediato. —Sabía yo lo que es amar —comienza, susurrando en mi oído—, ojos jurad que no, porque nunca había visto una belleza así. Sonrío reconociendo su voz. —¡Oh, Romeo! —respondo, impregnando mi voz con cierto dramatismo que me hace reír de inmediato. Enzo descubre mis ojos y me giro para verle. —Una de mis frases favoritas para la ocasión. Alzo una ceja. —¿Hay más? Sonríe, toma una de mis manos y se la lleva a los labios. —“No sé si mi mano —comienza, alzando la voz y atrayendo algunas miradas en el camino. Acompaña todo con una pequeña reverencia, todo sin soltar mi mano— podrá expresar lo que mi corazón siente”. Desvío la mirada de sus ojos esmeralda cuando siento el rubor subir hasta mis mejillas. Él me libera inmediatamente y se endereza, aún con la sonrisa en los labios. —Te sonará absurdo pero desde la última vez que nos vimos no he podido dejar de pensar en ti —admite, apenado. Al mirarlo percibo cierta emoción contenida. —Me pasa algo similar, caballero —respondo, igualando un tono juguetón. Ambos reímos con cierto tinte de nerviosismo y nos dirigimos a la mesa que él había estado ocupando. Me pido un té frío de arándonos para bajar mi temperatura corporal porque a este punto siento que mi rostro está más rojo que un tomate maduro. Enzo me cuenta cómo le va con su nueva novela y me explica ciertos comportamientos de los personajes que encuentro interesantes y nuestra charla pronto fluye hacia las aspiraciones de éstos para terminar en nuestras propias aspiraciones. —Quiero mostrarte algo —menciona, emocionado. —Adelante —sonrío, esperando que saque su portátil y me muestre un pequeño avance de su trabajo. —Es algo personal… —admite—. Un lugar especial. No he llevado a nadie ahí antes, ¿vendrías? Siento el calor subir nuevamente, jugueteo con un hilo suelto de mi blusa blanca y miro el reloj de pared. Hemos pasado cuarenta y cinco minutos conversando, tal vez debería regresar a “casa”, pero cuando lo miro de nuevo y veo esa linda sonrisa ladeada no puedo evitar mi respuesta. —Contigo iría hasta el fin del mundo. Luego de pagar la cuenta, salimos al estacionamiento y Enzo insistió en que su vehículo sería más idóneo para llegar a su lugar especial. Debo de admitir que cuando lo vi caminando hacia una motocicleta me quedé un tanto perpleja. Enzo parece un hombre tranquilo, culto y hasta cierto punto reservado, así que verlo sobre una motocicleta era lo último que me imaginaba. —¿Y tu auto? —pregunté, mientras me pasaba el casco. —Mi hermano está en la ciudad y tenía que ir a una entrevista así que le dejé mi coche y él me dejó su motocicleta. No tienes miedo, ¿o sí? Lo golpeo juguetonamente con el casco antes de ponérmelo, todo sin dejar de reírnos. —Para nada —respondo—. Solo no me imaginaba al enigmático Enzo De Santis en una motocicleta conduciendo por las empapadas calles de la ciudad. Alza una vista al cielo nublado. —Al menos ha dejado de llover —se encoge de hombros—. No te preocupes, todavía te falta mucho por descubrir. Sonrío ante su respuesta y una vez que estamos sobre la moto, me encaramo a su espalda y dejo que la adrenalina de la velocidad y de encontrarnos tan cerca el uno del otro, hagan que mi corazón palpite con fuerza en mi pecho. Durante un camino en completo silencio, me encuentro divagando en lo que sea que tenemos. Enzo es incluso más de lo que yo habría llegado a imaginar. Se preocupa por mí, cariñoso, pero respeta mi espacio personal… un total caballero de los que ya no existen y del tipo de hombres que yo extrañamente conocería en mi posición. Al llegar me ayuda a bajar de la moto y en medio de mi estupor, me quito el casco y doy unos cuantos pasos hacia el hermoso claro lleno de florecillas silvestres de diferentes colores y un verde pasto que me hace sentir en una fantasía mágica. Cercano a donde estamos se escucha una corriente de agua, pero los árboles cubren el camino, como si lo protegiesen. Sonrío. Decir que es hermoso es quedarse corto. —He aquí mi lugar de inspiración —susurra cerca de mi oído. Mis ojos se llenan de la hermosura del lugar. Doy algunos pasos en dirección al centro, me agacho y toco una florecilla color lavanda, algunas gotas de agua me humedecen la palma, pero estoy tan impresionada con el prado que poco me importa. Aspiro la esencia del lugar, un aire limpio y con un delicioso olor a césped húmedo me llena de a poco. —Es hermoso —susurro, encantada. —Vengo aquí cuando quiero aislarme del mundo —responde, caminando hasta mi lado—. Cuando no quiero sobrepensar algunas cosas o no quiero que alguien me moleste, recurro a la tranquilidad de este lugar. —Seguramente aquí encontrarás mucha inspiración. Doy un par de pasos hacia adelante, pero cuando no me sigue me giro para verlo. Su mirada está fija en mí y una pequeña sonrisa se dibuja en su semblante. —No puedo encontrar más inspiración en nada más que no seas tú. Siento el rubor apoderarse de mis mejillas, ¿cómo es que logra hacerme sonrojar tantas veces en tan poco tiempo? Una habilidad suya que sin duda odio por dejar ver mi vulnerabilidad hacia él. —¿Pasa algo? —pregunta ligeramente alarmado cuando mi mirada se rehusa a reunirse con la suya. —Odio sonrojarme —confieso. Enzo rie, se acerca a mí y con una mano acaricia mi mejilla caliente. —Te ves muy tierna cuando te sonrojas. Si es posible, siento cómo mis mejillas arden con más fuerza. —Lo considero una debilidad —debato—. Y no me gusta parecer débil. —No —niega con la cabeza—. No es una debilidad, es una virtud —susurra, sin soltar mi mejilla—. Una que resalta tu belleza. Nuestras miradas se juntan por un largo rato donde ninguno de los dos dice nada, pero el silencio no se vuelve incómodo ni pesado… es más como un silencio compartido. —Me gustas, Cass —susurra, rompiendo el silencio. ¿Gustar? ¿Cómo sabe eso? El “gustarle” a alguien es algo que vi muchas veces descrito en los libros, pero nunca había sido objeto de ello, al menos no de la manera en que lo decía Enzo. No puedo responderle de la misma forma frívola en que respondo a este tipo de declaraciones en el burdel, entonces ¿Qué se supone que conteste? ¿Un “gracias”, un “tú también me gustas”? ¿También me gusta? ¡Como lo sabría! Nunca nadie me ha “gustado”, ¿cómo reconocer ese sentimiento en Enzo? Él es una persona totalmente diferente a las que he conocido a lo largo de mi vida, ¿merecía ser objeto de la admiración de Enzo? O mejor aún, ¿él se merecía una mujer como yo? Tantas preguntas… tantas preguntas asaltando mi cabeza con solo tres palabras que pronunció. Tres palabras que hacían mi cabeza un completo lío. Busqué sus ojos, ¿qué decirle? ¿qué contestarle? ¿cómo reaccionar? No sé qué hacer, decir… incluso creo que me olvido de respirar por unos segundos…. Entonces lo decido. Abro paso a mis instintos y acorto la distancia entre nosotros uniendo nuestros labios en un beso pausado que é no tarda en responder. Pero mientras una parte de mí responde al mágico beso que estamos teniendo, otra parte de mí se pregunta una y otra vez qué es lo que siento por él.
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