La noche estaba avanzada, y el bar prácticamente vacío. Saúl intentaba por enésima vez convencer a Arthur de irse a casa, pero el jefe estaba fuera de sí. Sentado frente a una mesa con dos botellas a medio terminar, Arthur no daba señales de querer abandonar su rincón de autocompasión. —Vamos, jefe. Ya es tarde y no tiene sentido que sigas aquí. —Saúl suspiró mientras intentaba arrebatarle el vaso que Arthur sostenía. —No voy a ninguna parte —respondió Arthur, arrastrando las palabras y señalándolo con el dedo tambaleante—. A menos que… —pausó, como si estuviera formulando el plan más ingenioso del mundo—. Tráeme a Juliette. Saúl frunció el ceño, incrédulo. —¿Qué estás diciendo? Juliette está en la mansión cuidando a los niños. No puedes simplemente ordenarme que la saque de su tra

