Aurora miró el reloj, ansiosa. Habían pasado años desde la última vez que había visto a Franco, su primo favorito, y aunque le alegraba volver a verlo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Su realidad, esa que tanto había evitado compartir con sus familiares lejanos, estaría expuesta en cuestión de minutos. Ajustó la manta sobre sus piernas, buscando cubrirlas con un gesto casi inconsciente. El timbre del apartamento sonó, rompiendo el silencio. Aurora respiró hondo, maniobró su silla de ruedas hacia la puerta y la abrió. Allí estaba Franco, cargando un par de maletas, y a su lado Marian, con el vientre ligeramente abultado. —¡Aurora! —exclamó Franco, sonriendo ampliamente, pero su expresión cambió al instante cuando bajó la vista y la vio sentada en la silla de ruedas—.

