Arthur salió de su oficina como un huracán. Su rostro estaba tenso, sus pasos firmes y decididos. Cruzó la casa ignorando las miradas curiosas de los presentes hasta llegar a la cocina. Ahí estaba Juliette, con un delantal, cortando limones en la encimera. —¡Juliette! —dijo, su voz más fuerte de lo que pretendía. Ella se giró de inmediato, sorprendida por el tono autoritario. —¿Se le ofrece algo, señor Thorner? Estoy preparando una limonada… Arthur no respondió. Se acercó a ella, tomó su brazo con firmeza, pero sin lastimarla, y la llevó fuera de la cocina. —¡Oiga! ¿Qué está haciendo? —protestó Juliette, confundida. —Necesito hablar contigo, y no quiero oídos curiosos. La llevó al cuarto de limpieza, un espacio estrecho y lleno de estanterías con productos y trapos. Cerró la pue

