Aleksei llegó a la mansión Brown cuando el sol ya se había ocultado, bajo la tenue luz de las farolas que apenas iluminaban el imponente jardín de la propiedad. El sonido de los pasos firmes del ruso resonaba en la entrada mientras avanzaba, acompañado de sus hombres, todos en una formación discreta pero imponente.
Un mayordomo lo recibió en la puerta y lo condujo al interior de la mansión sin preguntar. Sabía que la familia Brown estaba esperando a ese hombre que, aunque lejano, ahora estaba conectado a ellos por un destino que Michele Brown había aceptado hacía mucho tiempo, aunque sin mucho entusiasmo.
Al entrar al salón principal, los ojos de Aleksei captaron por segunda vez los detalles de la casa, la mansión Brown era hermosa, grande, aunque no tanto como la suya en Rusia. Pero su mirada no se detenía en nada en particular, su mente estaba enfocada en su propósito.
—El señor Michele Brown lo espera en su oficina —anunció el mayordomo con voz firme pero controlada, haciendo una señal para que Aleksei lo siguiera.
Cuando abrió la puerta de la oficina, encontró a Michele de pie junto a su esposa Katherine, quien lo observaba con una mezcla de curiosidad y precaución. Junto a ellos estaba Kristal, la pequeña hermana de Nyx, con sus ojos heterocromáticos que reflejaban tanto la dulzura como la curiosidad propia de su edad. Y, por supuesto, sobre uno de los muebles altos estaba Raven, el cuervo de la familia, con su habitual mirada penetrante, estudiando al visitante.
—Aleksei —saludó Michele con un tono neutral, con una mezcla entre respeto y tensión flotando en el aire.
Aleksei hizo un ligero asentimiento, pero no perdió tiempo en cortesías. Su misión era clara, y no tenía la intención de demorarla.
—Ocurrió algo y debo regresar a Rusia de inmediato —anunció Aleksei con su voz gruesa, en un tono bajo y firme, mientras Michele tomaba asiento en la silla detrás del escritorio—. Y Nyx vendrá conmigo —agregó sin dilaciones, mientras observaba fijamente al padre de su prometida.
El silencio se apoderó de la habitación en un segundo, como si el aire mismo hubiese dejado de moverse. Michele, que solía mantener una postura inquebrantable, frunció levemente el ceño ante la declaración tan directa y carente de cualquier petición o explicación del ruso.
—¿Pretendes llevártela sin un compromiso formal de por medio? —preguntó Michele, rompiendo el silencio, su tono estaba cargado de la autoridad de un hombre que no solía ser desafiado, y también de cierta impotencia de pensar en que su respuesta fuese afirmativa.
Aleksei mantuvo su mirada sobre él, sus ojos se notaban fríos y calculadores, como los de un hombre acostumbrado a hacer su voluntad, sin intención de excusarse. Se tomó su tiempo para responder, dejando que la pausa dejara claro que las formalidades le resultaban irrelevantes, pero estaba dispuesto a seguirlas solo por una cuestión de prudencia.
—No —respondió Aleksei, con una media sonrisa apenas perceptible en sus labios—. Aunque a mí me es indiferente, haré las cosas de manera correcta —declaró el ruso, con seguridad.
La madre de Nyx, que hasta ese momento se había mantenido observando en silencio, intercambió una mirada rápida con su esposo. Había algo en la presencia de Aleksei que la perturbaba, aunque lo disimulaba bien. Su intuición de madre la hacía sentir cierta inquietud, pero entendía que eso iba más allá de sus preocupaciones personales. Sin embargo, la firmeza con la que Aleksei se manejaba era indudablemente intimidante.
—Nyx se quedará en mi casa —continuó Aleksei, ignorando cualquier reacción a su alrededor—. Se le acomodará en una habitación separada por el tiempo que sea necesario, durante una semana quizá. El compromiso formal se llevará a cabo, y, por supuesto, la boda será prontamente después de eso —agregó el ruso, haciendo que Michele se tranquilizara. El padre de Nyx podría comprender que Aleksei no deseara hacer una celebración, no con el reciente funeral de su padre. Sin embargo, sabía que eso al ruso no le interesaba. Lo supo cuando a la semana de la muerte de Sergei Ivanov, lo primero que hizo fue volar para reclamar a su prometida.
Su tono era más una declaración que una negociación. No estaba buscando la aprobación de Michele ni la de nadie. Solo estaba informando de los hechos. Michele se quedó callado por un instante, evaluando cada palabra, sabiendo que el poder que Aleksei ejercía no era uno que él pudiera desafiar fácilmente, al menos no sin consecuencias que prefería evitar.
Kristal, aún con su inocencia, miraba a Aleksei con una mezcla de admiración y desconcierto. Para ella, él parecía más una figura de cuentos que alguien real. Un hombre tan frío y distante no podía pertenecer al mismo mundo que ella. Kath la tomó de la mano, alejándola ligeramente de la tensión creciente entre los dos hombres.
Raven, graznó desde su posición, como si también sintiera el cambio en el ambiente. El cuervo era conocido por su carácter astuto y territorial y parecía que Aleksei no era de su agrado.
Michele, finalmente, rompió el silencio, inclinándose ligeramente hacia Aleksei.
—Espero que, aunque el compromiso formal sea un mero trámite para ti, entiendas lo que esto significa para nuestra familia. Nyx es mi hija, Una Brown, y aunque esta unión sea conveniente para ambos, quiero que quede claro que espero que la protejas.
Aleksei sostuvo su mirada con calma, sin dejar que las palabras de Michele lo afectaran en lo más mínimo. No era un hombre que actuara por sentimientos, ni ahora ni antes, y el compromiso con Nyx era algo que cumpliría por honor y deber, pero no porque le importara la preocupación de su futuro suegro.
—Cumpliré con mi palabra —dijo, finalmente, apagando el cigarro que había estado sosteniendo en su mano, dejando que la ceniza cayera en el cenicero de mármol frente a él—. Ella estará segura. Y en cuanto a las formalidades, ya están en marcha. Se hará como debe hacerse —culminó con serenidad.
Kath observaba la interacción en silencio, con una leve inquietud en el rostro. No podía evitar preocuparse por lo que esto significaría para su hija. A pesar de que Michele confiaba en Aleksei, confiaba en que sería un hombre de palabra. Kath era madre, y ver a su hija marchar con un hombre tan distante le producía un nudo en el estómago. Sin embargo, sabía que no podía interferir.
Aleksei hizo un ligero movimiento con la cabeza, un gesto que indicaba que la conversación había terminado para él. Dio media vuelta, y antes de marcharse de la habitación, se dirigió a Michele una última vez.
—Estaré esperando a Nyx mañana. Los detalles del compromiso se discutirán más adelante, pero no habrá demoras. Viajaremos cuanto antes.
Y con eso, Aleksei abandonó la oficina, dejando tras de sí una sensación de inevitable destino. Michele permaneció en su lugar, tenso pero resignado, mientras Kath apretaba suavemente la mano de su hija menor, sintiendo que una nueva etapa comenzaba, una en la que ni siquiera ella podría prever los peligros que acechaban.
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Cuando Aleksei estaba a punto de marcharse de la oficina, la voz de Kath lo detuvo. Había sido silenciosa hasta ahora, dejando que Michele manejara la situación, pero como madre, había preguntas que no podía dejar sin respuesta.
—Espera —lo llamó, manteniendo la calma en su tono, aunque había una tensión evidente en sus palabras—, antes de que te vayas, necesito saber algo —inquirió llamando la atención del ruso.
Aleksei se giró lentamente, posando su mirada fija en Kath. Notó de inmediato el parecido físico entre ella y Nyx: la misma elegancia natural, la fuerza que parecía emanar de cada gesto. Pero Aleksei apartó ese pensamiento rápidamente; no estaba allí para hacer comparaciones familiares.
—Dime —respondió con su tono grave y directo, sin dejar de mirarla.
Kath avanzó un paso, tomando aire, visiblemente preocupada por lo que iba a preguntar, pero determinada a obtener una respuesta.
—Quiero saber cuál será el papel de Nyx en tu vida… en la Bratva. Sé lo que significa para ustedes el poder y la jerarquía, pero ella es mi hija, y no puedo dejarla ir sin entender qué le espera —declaró Kath, lo cual, sorpresivamente para Aleksei no fue un insulto.
La pregunta flotó en el aire por unos segundos, mientras Aleksei la miraba con una mezcla de respeto y frialdad. No era común que alguien fuera tan directo con él, pero Kath tenía el derecho de preguntar por el futuro de su hija.
—Nyx será respetada como mi esposa —dijo Aleksei finalmente, con la misma calma imperturbable—. Eso significa que tendrá el estatus de la mujer de un líder de la Bratva. Será protegida —declaró con naturalidad.
Kath no parecía del todo satisfecha con esa respuesta, pero también entendía que en el mundo en el que Aleksei Ivanov se movía, había cosas que no podían explicarse en términos simples. El respeto, en la Bratva, iba más allá de lo que la mayoría de la gente comprendía. Ser la esposa de Aleksei significaba que Nyx ocuparía una posición de poder, pero también la expondría a peligros que Kath, como madre, temía profundamente.
Kath apretó los labios, procesando las palabras. Sabía que el destino de Nyx estaba sellado desde hacía tiempo, pero escuchar a Aleksei decirlo en voz alta hacía que todo pareciera más real, más ineludible.
Aleksei inclinó ligeramente la cabeza hacia Kath en un gesto de despedida. Luego, sin más palabras, giró sobre sus talones y se encaminó a la salida del despacho, dejando a la familia Brown en un silencio pesado.
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Mientras tanto, Nyx caminaba por los pasillos de la mansión Brown, su mente distraída, pero una sensación de inquietud la mantenía alerta. Desde que Aleksei había llegado, algo en el ambiente había cambiado. Las conversaciones en voz baja de sus padres, las miradas cargadas de preocupación de su madre, y el control frío que Michele intentaba mantener eran señales claras de que algo estaba a punto de suceder. Y, aunque no quería admitirlo, Nyx ya tenía una idea de lo que estaba por venir.
Al acercarse al despacho de su padre, escuchó las voces apagadas, pero distinguió la profunda y firme de Aleksei dominando la conversación. Se detuvo en seco justo antes de entrar, y su corazón comenzó a latir más rápido. La tensión era palpable, envolviendo el aire como una tormenta que estaba por desatarse. Respiró hondo, apretó los puños a sus costados, y decidió entrar, no sin una mezcla de furia y frustración arrastrándose por sus venas.
Cuando cruzó la puerta, todos los ojos se posaron sobre ella. Michele estaba sentado en su habitual postura firme y alerta, su madre, Kath, tenía una expresión de preocupación. Y allí, de pie frente a ella, Aleksei. La mirada de Nyx se cruzó con la de él, y por un segundo el tiempo pareció detenerse.
Aleksei la observó con detenimiento. Él no la saludó, no se molestó si quiera en mostrar un gesto de cortesía.
—Mañana salimos a primera hora —su voz no era más que un susurro grave pero cargado de autoridad—. No necesitas llevar nada contigo. Yo me encargaré de todo lo que necesites —avisó antes de que Nyx pudiera decir nada.
Nyx sintió una oleada de ira recorrer su cuerpo. Su mandíbula se tensó mientras lo miraba, pero no movió un músculo. ¿Cómo se atrevía a darle órdenes tan descaradamente? ¿A tratarla como una simple pertenencia? La furia que había intentado contener comenzó a brotar. Era demasiado. No podía soportar la idea de ser llevada como si fuera un objeto, sin voz ni decisión en lo que estaba ocurriendo.
Sus ojos, verdes y desafiantes, se clavaron en los de Aleksei con un odio tan palpable que ni siquiera Kath ni Michele se atrevieron a intervenir. Nadie jamás había osado mirarlo de esa manera, con una mezcla de desafío y desprecio que podría haber congelado a cualquier otro hombre. Pero no a Aleksei.
El silencio entre ellos se extendió. Ni uno ni el otro apartaba la mirada, ambos sabiendo que aquel momento no era solo una discusión más. Era un enfrentamiento directo, una batalla silenciosa entre voluntades. Aleksei mantenía su calma, pero había una chispa de interés en sus ojos. ¿Realmente Nyx se atrevía a desafiarlo? ¿A mirarlo de esa manera, sin miedo?
La frustración dentro de ella crecía. Podía sentir cómo el control de la situación se deslizaba entre sus dedos. El hombre frente a ella era más que un obstáculo; era una montaña inamovible. Y aunque quería gritar, golpear algo o simplemente desquitarse, sabía que no podía. No de esa manera. Sin embargo, algo en ella se negaba a dejarse doblegar tan fácilmente.
Los segundos pasaban, pero se sentían como horas. Finalmente, fue Nyx quien rompió el contacto visual. No porque quisiera ceder, sino porque sabía que quedarse allí, mirándolo, no cambiaría nada. Su furia y cualquier sentimiento que pudiera tener, todo se encontraba atrapado en ese breve intercambio de miradas. Aleksei había ganado esta pequeña batalla, al menos por ahora, y ella lo sabía.
El ruso no dijo nada más. Simplemente se dio media vuelta, mirando a Michele una última vez antes de dirigirse hacia la puerta. Kath parecía a punto de decir algo, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta cuando Aleksei salió de la habitación.
Nyx se quedó de pie, sintiendo que el aire en la habitación se hacía pesado. Aleksei tenía poder, más del que ella había imaginado, pero eso no le daba derecho a controlarla por completo. No iba a ser fácil, pero de alguna manera encontraría la forma de retomar las riendas de su vida. Aunque, en el fondo, algo le decía que, a partir de ese momento, nada volvería a ser igual.