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            Narra Ester Harris. —¿Analgesia… congénita? —repetí al escuchar a Élan en el salón principal.             Élan levantó la vista de su tablet. —Es la incapacidad que tiene Rodrig para sentir dolor —dijo.             Regresó a su asunto, aún sentado en el sofá. Awas, cada vez me sorprendía más este hombre con cada una de sus costumbres y condiciones. —¿Seguro estás de que puedes sólo? —preguntó la rubia madre de ellos cuando Rodrig le quitó el algodón de las manos para curarse él mismo.             El hombre de grises ojos no respondió nada, únicamente sostenía el espejo y palpaba con la mota su frente, aplicando cicatrizante, por suerte no fue una herida abierta, sólo un raspón e inflamación había en el lugar de la pedrada. —No quise… golpearlo. Señor Rodrig —dije en vo

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