Rebeca se había cansado de llorar en silencio. Un día, decidió que jamás volvería a ser una víctima pasiva. Si su matrimonio era un acuerdo superficial, al menos lo usaría para labrar su propio camino. Se prometió a sí misma que controlaría cada aspecto de su vida, y si eso implicaba jugar con el poder de la seducción, no dudaría en hacerlo. Ahora, la llegada de Luciano al hogar le parecía casi poética. Un joven talentoso y ambicioso que, según ella, podía transformarse en un arma para sus propios fines… o, tal vez, en alguien que la hiciera sentir viva de nuevo, aunque de manera retorcida.
Aquella mañana, al salir del baño, Rebeca frunció el ceño mientras cerraba las llaves de la ducha. No quería siquiera recordar la palabra “sentir”; hacía tiempo que había bloqueado aquellas emociones.
