—O como el primer verso de una canción que solo nosotros conocemos —respondió él, bajando la llama y batiendo el beurre blanc hasta lograr una emulsión sedosa. Sus manos se rozaron cuando ella agregó el culantro recién picado, y un pequeño flash recorrió ambos cuerpos, como electricidad bajo la piel. Una lluvia de pimienta rosa crujió sobre la salsa, y el color subió de tono, volviéndose un verde pálido salpicado de rojo. Linda, acostumbrada a la disciplina de la alta cocina, sonrió al ver la libertad con que Luciano aromatizaba sin balanzas, confiando en el instinto. Al final, él colocó la trucha sobre la mezcla burbujeante, tapó la sartén y bajó el fuego al mínimo. Mientras el pescado terminaba de confitarse, Linda abrió dos cervezas artesanales que habían traído de una micro cervecerí

