II

2738 Words
Después de dormir un par de horas, me levanto a limpiar más profundamente nuestro pequeño hogar, lavo la ropa, hago un inventario de las cosas que empiezan a hacer falta y sin más, salgo por las compras. Casi todos los días es esta misma rutina. En la noche voy a trabajar, dejo a mi bebé ya después de darle la cena, con Milly, quien lo deja dormidito y se queda hasta las cinco de la mañana, cuando la llamo diciendo que puede marcharse porque voy en camino. No me preocupa que mi bebé esté mucho tiempo solo porque Milly es la vecina, y está pendiente hasta que me ve llegar. Luego yo le hago el desayuno, lo alisto a la escuela y lo llevo, me devuelvo a casa, duermo un poco, y después de eso arreglo y procuro que no falte nada, para luego buscar nuevamente a mi hijo en la tarde, pasar con él la tarde, hacerle la cena, y repetir el proceso. No es una buena vida, ninguna que tenga que ver con los negocios nocturnos lo es, pero me siento conforme, gano buen dinero y mi hijo es feliz, no le falta nada, así que está bien. Cuando Millicent y su familia se enteraron a lo que me dedico, me sugirieron mil cosas más que podría hacer, pero ¿qué oportunidades puede tener alguien como yo? No terminé la secundaria, la dejé en el último año, y limpiando o atendiendo mesas o lo que sea, no ganaré lo mismo de lo que lo hago bailando. Además, que es algo que me apasiona. No ser manoseada, cosificada o denigrada, eso es una puta mierda. Pero cuando estoy sobre el escenario puedo olvidar todo eso y simplemente soy yo haciendo algo que amo, bailar. No me importan esos degenerados gritando obscenidades, lanzándome billetes o proponiendo mil cosas; en ese momento solo soy yo y la música guiándome. Luego de eso solo tengo que acostarme en una cama y dejar que hagan lo que quieran. Esa parte también es una puta mierda, pero ya dejé de sentir hace mucho tiempo. Bueno, a veces me siento asqueada, tanto que podría vomitar. Pero no es algo que no pueda manejar. Al menos ahora puedo elegir cuando hacerlo y cuando no, también tengo la posibilidad de poner reglas, lo que es fantástico. Brianna normalmente me dejaba a mí los golpeadores, creo que me odiaba por ser una de las más solicitadas. En realidad, no le veo el motivo por el que envidar algo como eso, pero cada enfermo con sus mierdas. – Cuanto daría por ese culo… – hace un tiempo hubiese volteado y le habría hecho una cotización, ya si está tan interesado, podría pagarme. Pero me prometí dejar esas cosas cuando una vez llegué a casa y Lyon se quejó del olor que tenía. Olía a perfume de hombre, uno desagradable y asqueroso, muy intenso. Desde entonces procuro darme una rápida ducha antes de irme, y en lo posible, dejar de hacer ese tipo de trabajos. – Dahlia, hola buenas tardes – dejo las bolsas en el piso y volteo hacia Georgia, la única mujer del edificio que no me mira con odio y la madre de Millicent. – Señora Georgia, buenas tardes – le doy una rápida mirada antes de volver a enfocarme en la cerradura. No es que me caiga mal, es una buena mujer, y la he escuchado defenderme de las demás vecinas. Pero la verdad es que no creo en la amistad y tampoco es como si esperara tener una relación con ella más allá de una cordial convivencia como vecinas. – Linda, he pensado en hacer una cena y quería invitarte a ti y a el pequeño Lyon ¿te gustaría? – suspiro con pesadez. No podría rechazarla porque mi hijo adora su comida. – ¿A qué hora? – A las ocho de la noche… – inmediatamente niego. Una pena, pero a esa hora estoy yéndome al trabajo más o menos, y no me siento cómoda dejando a mi hijo ir sin mí. Me sentiré como que se lo estoy dando a otra familia mientras trabajo, y no es así, yo puedo encargarme de él perfectamente. – Lo siento, trabajo esta noche, muchas gracias por tomarnos en cuenta – intento sonreírle un poco, pero cuando intento entrarme a mi casa, vuelve a llamar mi atención. Me retengo de rodar los ojos. No quiero ser grosera, pero para estas alturas, ella debería entender que yo solo soy cordial y no me interesa hacer amigas. – Mañana es sábado, creí que al menos podrías tomarte esta noche – imposible, el club se llena más que nunca durante los fines de semana, faltar a uno seria reducir bastante mi sueldo del mes. Además, que también recibimos propinas más generosas estos días. – Los fines de semana no puedo, señora Georgia, otra vez, muchas gracias – le doy una última sonrisa y sin más, cierro la puerta. Espero no haber sido grosera, pero si lo fui, espero que eso funcione para que la aleje un poco de mí. Hago un rápido almuerzo para mí, arreglo todo lo que compre, y finalmente, salgo de casa para buscar a mi hijo. Creo que esta es la segunda mejor parte del día. La primera es cuando llego en la mañana, agotada de la vida y él me sonríe de esa manera tan brillante al verme llegar, haciendo que todo el cansancio se desvanezca. – ¡Mami! – eso es todo lo que necesito escuchar para sentirme realmente feliz. Me acuclillo y extiendo mis brazos para recibirlo. Él corre todo lo rápido que puede y se arroja hacia mí. Me pongo de pie llevándolo conmigo y lleno toda su carita de besos, amando como suena su risa. – Hola mi príncipe adorado – me despido de la mano con la profesora de mi bebé y sin más, emprendemos camino a casa. – Mami, hoy dibujamos a nuesta familia y yo te hice con un vestido y yo tenía una codona poque tú dices que soy un príncipe y Karla dice que los príncipes usan codona, entonces… – y el resto del camino es solo Lyon hablando sin parar sobre todo lo que hizo. Desde el motivo por los que pintó mi vestido rojo, pasando por los números que aprendió hoy, me presumió que ya se sabe las vocales, luego me comentó sobre la película que vio y claro, también me dio sus opiniones al respecto. Eso sí, no faltaron sus repetitivos “¿poqué?” – ¿Mami porqué los leones tiene así mucho, mucho pelo y las leonas no? – bueno, y qué mierda yo iba a saber el porqué de eso. Apenas sé que es un maldito león y viene mi hijo con estas preguntas. Pero claramente yo nunca le diré algo como eso a mi bebé. – Porque los leones son muy vagos y no se cortan el cabello, las leonas si lo hacen – lo que me recuerda que ya va siendo hora del primer corte de mi bebé. Tiene el cabello liso y un copetico que amo peinar, pero recuerdo que hace un tiempo Georgia me comentó que era normal que en el maternal se le pegara algún piojo. Y por la mierda que yo dejaré que un bicho de esos le caiga a mi hijo. – ¿Eso malo? – asiento. Esta será una de esas mentiras blancas necesarias en la crianza para que mi hijo no me desobedezca. Así como cuando le dije que si no comía todo santa no iba a venir o si no se dejaba bañar el monstro debajo de la cama lo comerá porque le gusta los niños sucios. Ahora incluso los días que me siento tan cansada que prefiero dejar el baño para el día siguiente, él me levanta de donde sea que este entre quejas y lloriqueos teniendo miedo que ese monstruo se lo vaya a comer. Quizás con ese fui un poco mala, pero también le tome cariño a la carita roja y llorosa de mi bebé. Es tan jodidamente tierno cuando hace puchero que mi fondo de pantalla es una foto de mi hijo llorando. – Sí, muy malo, los niños tienen que ir con el cabello corto o sino no correrán rápido – digo lo primero que se me ocurre, acordándome de algo que vi por ahí en algún programa de animales. – ¿Shi? – asiento con seguridad, así como si yo tuviese la verdad absoluta en mis manos, aunque claramente no es así. – Sí, por eso las leonas son más rápidas que los leones, ellas son las que cazan la comida y son muy fuertes, más que los machos – sostengo a mi hijo entre mi brazo y mi cadera mientras intento abrir con la otra mano. – ¿Y tú poqué tienes pelo largo? – Porque no me gusta correr, pero a ti te encanta ¿cierto? – lo dejo encima del sofá cama donde dormimos y empiezo a quitarle el uniforme. Primero le daré un baño, haremos tarea, y luego la cena. – ¡Shi! – por supuesto que lo hace, nunca olvidaré la vez en la que mi corazón casi se detiene al verlo caer de cara por intentar correr como el maldito tipo de la televisión. Estuve a nada de un infarto y de lanzar ese aparato del diablo por la ventana, pero después recordé que esa es mi única ayuda para distraerlo mientras cocino y me cambio. – Entonces mañana iremos a cortar ese precioso cabello que tienes – una vez desnudo, lo dejo en el piso y voy por la toalla y todo lo que voy a necesitar. – ¡Pero ya soy ápido! – y demostrando la veracidad de sus palabras, pasa corriendo por mi lado, con su cosita colgando y su lindo culito al aire. ¿En qué momento ese niño creció tanto y con el permiso de quien lo hizo? Porque yo no se lo he dado, y yo soy la máxima autoridad aquí. – No, hijo, te noto lento – se detiene abruptamente y voltea a verme con sus ojitos azules muy abiertos. Yo finjo pesar y veo mi reloj – Sí, ve, te tardaste mucho en llegar hasta ahí, y puedo jurar que ayer fuiste más veloz. – ¿Qué? – asiento y me agacho frente a él. – Sí mi amor, eres más lento que ayer, tu cabello creció mucho y tendremos que cortarlo si quieres ser más rápido – parece horrorizado y tengo que aguantar las ganas de reír que me invaden. – Pero…pero…pero – asiento con pesar y lo atraigo hacia mí en un abrazo. – Si mi vida, es difícil pero ya pasará, mañana iremos a cortar tu cabello y volverás a ser tan veloz como el viento ¿sí? ¿quieres eso? – sinceramente, yo sería feliz con que las únicas dificultades de mi hijo a lo largo de toda su vida sean como esta mierda de si corre rápido o no. Pero la vida es más hija de puta que eso. Aun así, todavía no es momento para eso, y mientras esté en mi poder, las únicas dificultades de Lyon será que no pasen su programa favorito y no poder comer dulces después de las seis de la noche. Luego de unos minutos consolando el dolor de mi hijo por su pérdida de velocidad, voy a bañarlos con agua cálida, tarareando e inventado historias con sus muñecos para distraerlo y cuando salimos, ya olvidó completamente su dolencia anterior. Le hago su comidita y mientras se enfría, me apresuro a vestirme. – Mi vida, no quiero que te duermas tarde, mañana cuando venga por ti iremos al parque ¿sí? – amo compartir todo el tiempo que pueda con mi bebé, y es por eso que los fines de semana son los mejores días en mi vida. Es agotador porque no duermo prácticamente nada, pero tengo todo el día para disfrutar de mi hijo y su crecimiento. Ya puedo permitirme dormir los demás días de la semana mientras está estudiando. – Shi mami, besito – no tiene ni que pedírmelo. Yo me arrodillo frente a él y lo lleno de besos y cosquillas hasta que el sonido del timbre me trae de vuelta a la realidad. Me despido una vez más de mi hijo, luego le abro a Millicent, y le repito lo mismo de todos los días. Si mi hijo quiere merendar, dejé fruta picada en la nevera, ella también puede tomar lo que quiera, pero Lyon ya no puede ingerir golosinas o bebidas dulces a esta hora, la televisión la pueden usar todo lo que quieran con la única petición que no vea cosas inapropiadas con él, ya cuando mi hijo se duerma, pues que si quiere ver la película más tenebrosa que lo haga, mi casa es su casa. Se lo ha ganado por ser tan dulce con mi hijo. Y sé que no tiene sentido repetirle lo mismo, se quién es esta niña y lo bien que cuida a Lyon, pero considero que no está de más. – No te preocupes, Dahlia, lo cuidaré como si fuera mío – más le vale, porque soy de las que no le tiemblan la mano para arrancar las cabezas de quien joda a mi niño. Aun así, no se lo digo, ella solo tiene dieciséis, no tengo porque intimidarla y menos sin motivos. – Bien, gracias, Millicent, se cuidan y cualquier cosa me llaman – dejo otros mil besos en la carita de mi hijo y sin más, me voy al trabajo. El camino siempre es el mismo, también al llegar es lo mismo. Saludar a Sandra, e ir a maquillarme ignorando a las demás. Ahora bien, somos más de veinte trabajadoras en esta parte, y nos repartimos los turnos trabajando de a cinco, y cada noche tenemos que haber diez. No solo bailamos, también entretenemos algunos clientes en privados y si alguna desea hacer un trabajo extra, solo tiene que notificarlo para que se cubra su trabajo en lo que termina. Todo bien hasta ahí, no tengo problema, no me importa las circunstancias de la vida que las trajo a bailar y desnudarse para los demás, a ellas tampoco les importa el motivo por el que yo lo hago. Mi problema radica en que todas son unas malditas perras, yo también, un poco, pero ellas son envidiosas, inmaduras, y definitivamente les falta una apaleada para que sepan lo que es una pelea real. Pero si quiero mantener este trabajo, me tengo que contener y simplemente ignorarlas. Si quieren más clientes deberían bailar mejor, no joderme. – Escuché que hoy viene otra vez el señor Bogdanov – me encargo de sostener muy bien mi cabello para ponerle la maya y posterior a eso, la peluca, una azabache y lisa hasta los hombros. Entre menos parecida me vea a mi yo habitual, me quedo satisfecha. – Uy, ese dios delicioso que nos libró de la maldita de Brianna, cuando quiera se lo agradezco – ignoro por completo sus risas irritantes y ahora voy por mi maquillaje. Otra vez, me esmero por verme lo más diferente que puedo. – Escuché que es casado… – No importa, quiero su polla, no su vida. – Pero si tiene el poder de deshacerse de Brianna y traer a otra encargada, diría que no está nada mal tomar su vida también, a mí no me molestaría desnudarme solo para él. – Ya te digo que no hay esposa que valga, si él está aquí por algo será, y si esa vieja no lo satisface, mi coño lo hará, quien sabe, quizás lo enamoro – y otra ronda de risas de hienas. – Son patéticas – suelto sin poder contenerme. Ya estoy lista, tengo mi vestuario, y maquillaje. – ¿Qué? – volteo a verlas y arqueo la ceja hacia ese grupo de mujeres patéticas. – Que son patéticas – les sonrío con hipocresía – Buenas noches – y sin esperar más, me acerco a Pete, el Dj, indicándole que ya estoy lista. Yo solo vine aquí a des estresarme y ganar dinero mientras lo hago, no escuchar a esas hienas sentirse superiores por algo de lo que no deberían. No es que me avergüence lo que hago, me da igual, pero soy consciente que esto no merece de aplausos y porras.
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