Noah
Ocho años. Ochenta y seis meses. Tres campeonatos de la NBA. Un anillo de MVP. Cientos de portadas, miles de millones de dólares en patrocinios y una reputación blindada como el deportista más frío y disciplinado de la liga: Noah "Ice" Carter.
Había construido una vida tan vacía como perfecta. Elegí el Draft y el Draft me había respondido con una riqueza y fama que me permitía flotar por encima de cualquier emoción humana. Mi vida era una rutina de entrenamientos, vuelos privados y relaciones superficiales que nunca duraban más de una temporada. La regla era simple: cero inercia emocional. Usaba el sexo como una anestesia eficaz y el trabajo como un escudo impenetrable.
Mi sede era Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Irónico, porque yo rara vez dormía más de cinco horas, a menudo despertando en la oscuridad con el eco de la voz de Maggie en mi cabeza: "La inercia de tu dolor es un mecanismo de defensa..."
A pesar de todo el éxito, el agujero que Maggie Lawson había dejado en mi alma nunca se cerró. Era una herida limpia, vetada, pero que dolía en cada silencio. Jayden, mi único verdadero amigo y ahora un gurú tecnológico multimillonario en Silicon Valley, me había perdonado, pero nunca me había dejado olvidar mi cobardía. Jayden, quien se había mantenido como el guardián del silencio de Maggie, nunca me mencionaba su nombre. Troy seguía siendo mi mánager de logística, un caos adorable y leal, pero ajeno a la magnitud del secreto.
"Vamos, Ice. Una sonrisa, por el amor de Dios. Esto es un evento benéfico," me susurró Troy, mientras caminábamos por el lobby de mármol pulido del hotel Plaza, una noche de otoño neoyorquino.
Estaba a punto de inaugurar un evento de gala para mi fundación.
Me dirigía al ascensor privado cuando sucedió.
La física siempre exige la verdad.
Una mujer salió del ascensor de servicio, con la vista fija en su teléfono y un maletín de piel bajo el brazo. Venía a toda velocidad, sin mirar. Nos impactamos. El golpe fue seco. Sus papeles volaron por el aire, su maletín cayó con un ruido sordo, y su cuerpo se tambaleó.
Mi reacción fue instintiva: la sujeté por la cintura. Mis manos se cerraron en la pequeña curva de su espalda, una forma que mi cuerpo reconoció al instante, a pesar de los ocho años y tres anillos de campeón.
Ella levantó la cabeza. Sus ojos. Esos ojos de un color indefinido entre el ámbar y el verde, rodeados de unas gafas elegantes, me miraron con una mezcla de shock, furia helada y una pizca de... ¿dolor reprimido?
Maggie.
Mi corazón, que había funcionado como una bomba mecánica, se detuvo. El lobby de mármol, todo se convirtió en un silencio de vacío.
Ella fue la primera en hablar. Su voz era más profunda, más segura, más profesional. Pero el tono era tan frío que haría que mi apodo pareciera un cumplido.
"Disculpe, Sr. Carter. Debería mirar por dónde camina," dijo, empujándome con un movimiento elegante. Su inglés era impecable, con un ligero acento europeo.
"Lawson," dije, mi voz áspera, el nombre quemándome la lengua. Me incliné automáticamente para recoger sus papeles: gráficos de ondas, fórmulas de física cuántica, un folleto del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
"Es Doctora Lawson ahora," me corrigió, quitándome los papeles de las manos. Su contacto fue breve, eléctrico. "Y no es asunto suyo."
La examiné. Ella era una fuerza de la naturaleza.
"¿Qué haces en Nueva York, Maggie? ¿Vienes a darme un sermón sobre la física?" pregunté, mi arrogancia regresando, el único mecanismo de defensa que conocía.
"Estoy aquí para dar una conferencia sobre el proyecto de fusión nuclear. Mi trabajo ha avanzado, a diferencia de otras cosas," replicó.
"Yo también he avanzado, Doctora. Un anillo de MVP es una prueba de que mi proyección era correcta."
"Su proyección no ha cambiado, Sr. Carter. Sigue siendo una línea recta y predecible. Es aburrida. Ahora, con permiso, tengo trabajo," sentenció.
Ella se fue. Yo me quedé paralizado.
Troy se acercó, su rostro era una mezcla de confusión. "¡Demonios! Es Maggie. Está más helada que tú, Ice. ¿Por qué demonios volvió? Pensé que estaba perdida en el espacio, o algo así."
"No lo sé, Troy," dije. "Pero acaba de romper mi trayectoria."
Mi fundación, la gala, la prensa, todo se esfumó. Tenía que encontrarla.
Llamé a Jayden. Él era el único que podía hacer esto.
"Tienes cinco segundos para decirme por qué me despiertas a medianoche, Noah," gruñó Jayden desde la otra línea.
"Maggie está en Nueva York. Acabo de verla. Necesito saber todo sobre su vida aquí. Dónde se hospeda, el motivo de la conferencia. Lo que sea," exigí.
Hubo un largo silencio, pero Jayden no se sorprendió. "Parece que el veto terminó. ¿Por qué la buscas, Noah? ¿Para joderle la vida otra vez?"
"No. Necesito saber si... si cometí el error más grande de mi vida. Necesito la verdad, Jay. La quiero."
Hubo un silencio glacial. "No, Noah. No te daré la información de Maggie," dijo Jayden. La voz de Jayden se elevó, por primera vez en años, llena de rabia. "¡Tú decretaste que Maggie era una 'distracción inaceptable' y que su nombre estaba 'vetado de tu universo'. Yo no voy a traicionar su silencio y su paz solo porque tu maldito ego se reactivó. Usa tus recursos, pero no me uses a mí."
La llamada se cortó. Jayden me había cerrado la puerta. La rabia se transformó en una obsesión fría y calculada. Si el dinero podía arreglar esto, yo lo inundaría de dinero.
A las 5 de la mañana, mi loft se convirtió en un centro de comando. Contraté a la agencia de investigación privada más costosa de Nueva York.
"Quiero su ubicación temporal, su agenda. Quiero el nombre de su pareja si es que la tiene. Y quiero el informe de su vida durante los últimos ocho años. Todo," ordené.
Horas después, tenía su agenda: Hotel Peninsula, Conferencia MIT y una cena de gala esa noche.
A las 9 de la mañana, me puse una sudadera con capucha y gafas de sol y me dirigí al Hotel Peninsula. La obsesión era total. La esperé en el lobby. La seguí a su conferencia en la Universidad de Columbia.
Me convertí en su sombra. No solo la seguí; la absorbí. La vi en las aulas, dirigiendo un seminario. Sus manos se movían con la misma pasión con la que una vez tocaron mi piel. Su voz, que antes usaba para el sarcasmo, ahora dictaba ecuaciones complejas a una audiencia hipnotizada. Ella no había desperdiciado un segundo. Yo sí.
La dolorosa puñalada llegó a la hora del almuerzo, cortesía de mis investigadores.
Estado Civil: Soltera.
Pareja Actual: Doctor Edward Hayes. Colega en el MIT. Profesor de Ingeniería Nuclear.
Ella estaba legalmente soltera, pero tenía un hombre. Un sustituto intelectual perfectamente estable.
Mis investigadores me enviaron un audio grabado con un micrófono direccional durante el almuerzo de Maggie con Edward Hayes.
"Edward, el ritmo de trabajo aquí es brutal. Extraño la casa, pero tengo que asegurarme de que esta presentación sea perfecta. Gracias por venir a apoyarme," dijo Maggie.
"Lo haría por ti, Maggie. Eres la científica más brillante que conozco. Esta noche en la gala serás la estrella," respondió el tal Edward.
La voz de Edward era cálida, calmada, el tipo de estabilidad que un hombre frío, arrogante e impulsivo como yo nunca podría ofrecer.
Mi estrategia cambió: el ataque no sería sobre el pasado, sino sobre el presente. No podía permitir que la imagen de ese hombre, con su aura de tranquilidad académica, se interpusiera entre nosotros.
Conduje mi coche a la entrada del Hotel Peninsula. La esperé. No iba a dejar que se fuera a esa cena de gala con el Profesor de Ingeniería.
Mis investigadores me habían advertido sobre la agenda de Maggie. La cena de gala de los científicos se celebraba a las siete. Yo tenía que hacer mi movimiento antes.
Me vestí de civil, con una camiseta de cuello alto y un abrigo de diseñador. Me sentía ridículo, pero mi presencia tenía que ser discreta. No podía arriesgarme a que la prensa me viera persiguiendo a una científica.
A las 6:30, Maggie salió del ascensor. Se veía deslumbrante en un vestido de noche. Pero no estaba sola. El Dr. Edward Hayes estaba a su lado, ofreciéndole su brazo. Los celos me golpearon con la fuerza de un camión. No eran celos por el físico de Edward; eran celos por la intimidad intelectual que compartían.
"Pareces un golden retriever en modo caza furtiva," susurró Troy, que estaba aparcando mi coche a la vuelta de la esquina. "Si vas a hacer un movimiento, hazlo ahora, antes de que el Profesor de Física se la lleve."
Mi corazón latía con una urgencia que no sentía desde la cancha. Necesitaba ver si la supernova de hace ocho años podía revivir. Necesitaba que me mirara con deseo, no con ese desinterés profesional.
Bajé del coche. Mi silueta, de 1.92, con mi aura de estrella de la NBA, se cernió sobre ellos en la acera.
"Doctora Lawson," dije, mi voz baja y controlada, cargada de una amenaza silenciosa y la intensidad de ocho años de obsesión. "Tenemos que hablar de su trayectoria. Y de nosotros."
Maggie se congeló, sus ojos avellana se abrieron en shock. Edward Hayes frunció el ceño, poniéndose instintivamente delante de ella.
El juego había comenzado de nuevo. Y yo no iba a dejarla escapar.