Capitulo XIV

1710 Words
Ignacio Fernández 8 de marzo de 2009, 8:00 pm. Ahora estoy hablando con Samanta por teléfono, había decido ir hacia a su departamento para cenar con ella. He llegado a extrañar la presencia de ella por años, así que, me satisface mucho a que tengamos una cena romántica esta noche, de esta forma recordaría muchas cosas que tuvimos cuando éramos adolecentes… El tiempo pasa volando y me siento feliz de que la mujer de quien he amado realmente esté presente en mi vida. -Estoy por llegar a tú departamento, estés pendiente de cuando termine de llegar por allá – empiezo a conducir con una sola mano. -Sí, claro… ¿No tienes trabajo por terminar? -Sí, pero lo pospuse, todo el tiempo trabajo y trabajo, sé que valió la pena… Pero a veces me canso de la rutina, a pesar de que amo mi profesión, creo que simplemente no estaría mal descansar de todo un poco – suspiro. -Ah, te entiendo, yo he sentido mucho estrés por eso. -No debiste, aunque, cada quien no tiene la misma forma de vivir. Pero sé que el estrés es una hormona muy mortal. -Lo sé, no entiendo como no he llegado a ser calva, ya que había escuchado que el estrés provoca la caída de cabello. -Es cierto, tengo un amigo que le ha ocurrido. -¿Por dónde vienes? -Ya estoy por estacionarme en el edificio. Me estacioné en la acera, según la indicación que me había dado ella por mensaje de texto. Me baje del auto y alcé la mirada hacia el edificio, es totalmente moderno pero no tan lujoso. Di unos cuantos hacia la entrada y Samanta salió a mi encuentro, se veía tan hermosa y delicada, definitivamente las mujeres son tan atractivas pero mi novia la considero una de las más perfectas… Si, el típico efecto del amor. -¿Todo el tiempo usas traje? – me indica. -Pues, la ropa casual la uso de vez en cuando, pero esto lo considero no casual. -Ah, ¿Sí? – me sonríe. -Bueno, mejor llévame a tú departamento – ajunto las manos. Ella me tomo de la mano para poder orientarme, me emocioné al ver el simple afecto que me tenía. -Haces que mi corazón esté latiendo más rápido – le susurro en el oído de Samanta. Me hacía gracia verla sonrojarse, además de ser de piel blanca, se nota mucho la diferencia. -Ah, sí, que bien – me dice. -Te estás sonrojando – le vuelvo a susurrar. -¡Claro que no es cierto! ¿Qué dices? -Te estoy observando muy bien con mis ojos – le sonrío. -Es la temperatura del ambiente – ella se excusa. -Bueno, tengo entendido que la temperatura apenas está en treinta y ocho grados, no es suficientemente para que tengas muy coloridas las mejillas – me fulmina con la mirada. Ella no me contesto, me orientaba por los pasillos del edificio, hasta llegar al ascensor. Recordé lo previamente sucedido y la percibía a ella un poco molesta, así que se me ocurrió seguir bromeando. -Está bien, tenías razón, tuvo que ser la temperatura que te ha hecho sonrojarte – me cruzo de brazos. -Me estás mintiendo, sólo lo haces es para molestarme más, sabes que es así – me dice. -Ah, no te sigas molestando – la abrazo por detrás. Ella me mira de forma agresiva, así que me retiré lentamente de ella. > -¿Por qué te molestas? Ella duró un rato pensando, pero no podía descifrar lo que maquinaba en su mente. -Me siento a veces un poco mal, pero no es físico, sino emocional – se cruza de brazos – hago lo que me gusta hacer, pero no soy tan reconocida que digamos, sólo soy la jefa de redacción de distintas editoriales, me vine a España por temporada vacacionales de cuatro meses, me enfermé y tuve recién una recaída. -¿Qué realmente quieres hacer? -Quiero que ser reconocida por mi obra, me sentiría satisfecha y por las que pienso hacer, aunque, de esta forma el mundo literario me consideraría más que una persona que sabe de gramática, literatura y poemas… Desearía a que me viesen como una maestra en ello, lo inteligente que me vuelvo en ello y que mis relatos valen la pena de apreciar. -Bueno, sé que el camino de todo escritor no es fácil, como cualquiera… Lo que quiere en verdad decir, es que tú éxito aun te espera. -En cambio de ti, eres una persona prestigiada. -Bueno, antes me sentía el ser más invisible de la tierra, pero contigo me devolvías las ganas de vivir. -Valió la pena creer en ti, salvas la vida de muchas personas. Adoro su forma de pensar y más con lo que he escuchado me subió los ánimos hasta el cielo. La tome de sus brazos y le propiné un buen beso, creo que esa forma ella también se sienta especial igual que yo. -Sabes, me haces tan feliz – le sonrío. -Ya me lo has dicho, creo – frunce el ceño. -Te lo diré todo el tiempo – respondo - ¿Qué tiene que ver con lo que me has contado, sobre tú mal humor de hace rato? -Bueno, cuando me siento triste, no llego a tolerar las bromas, simplemente. -Ah, entiendo, ahora te tengo más miedo. Ella se ríe de mí y me da un golpe en mi hombro fuerte. Habíamos llegado a su departamento, es acogedor y algo sostificado. Recordé la vez cuando iba antes a su casa cuando vivía con sus padres, siempre jugábamos juegos de mesa y yo siempre dejaba a que ella ganase, también salíamos a sitios públicos como al museo, el cine, al estadio y otros más que todo de sus gustos, pero eso formo parte de mi vida jovial y ella me hace sentirlo de nuevo. -Siéntate, yo preparó la cena – se dirige a la cocina. -¿Sabes cocinar? Yo pesaba que aún no sabías ni siquiera freír un huevo – me río de ella – todavía debes de comer comida rápida. -¡Eres un bromista! – se acerca a mí. -Yo preparo algo de cenar, no te preocupes, puedes sentarte. -Definitivamente no lo permitiré, te ayudaré en preparar la cena – se cruza de brazos. -Como usted mande, mi amor – le beso en la frente. Pensé en ser un poco flexible con ella, está algo malhumorada y con algo de afecto llego a nivelar su estado de ánimo. Empecé en cocinar comida ligera, mi novia me facilito una bata de chefs rosa, hasta ella se reía de mí por eso, creo que los colores no tiene dominio sobre algún sexo, pero la hacía reír por las bromas que decía, hasta imité a mi abuela cuando cocinaba, siendo ella un poco ida de la vista y no escuchaba muy bien por su avanzada edad. -¿Dónde aprendiste a cocinar? – ella coloca platos en la lavavajillas. -Bueno, de mi abuela – me acerco a ella. -Ah, de quien tú te estás burlando, eres un mal nieto – me dice con ironía. -Soy el mejor nieto que tiene, en su regalo de cumpleaños le ofrecí un viaje a Roma, y ella todavía me lo agradece, ese fue su gran sueño que quiso cumplir. -Oh, impresionante – dice. -Por ejemplo, la salsa madre es lo que me enseño ella a preparar, al parecer siempre ha sido buena con los ingredientes y me fascinaba verla cocinando. -Bien, sólo queda esperar – camina hacia la sala – vamos a bailar un rato. -¿Bailar? -Sí, bailar, mover el cuerpo al son de la música – copia mi voz de cuando juego. -Ah, no lo sabía – digo con ironía. -Ven, bailemos algo suave – me toma de la mano. -No sé bailar – me sonríe nerviosamente. -¿Cómo que no sabes bailar? -En realidad es cierto lo que digo. -Estas mintiendo – me fulmina con la mirada. -Entonces, debes de darme clases de baile. -Creo que no ameritas clases de baile, necesitas clases de sinceridad. -Está bien, bailemos, me gusta la bachata – me dice. -Lo sabía, cuando mientes no evitas reírte. -Por eso soy malo mintiendo, debo admitirlo – levanto los hombros. Este es uno de los momentos favoritos de mi vida, donde te dices a ti mismo que has encontrado el centro de tú felicidad y que lo demás es solo vanidad. Bailé con ella por unos breves momentos, de esa forma aproveché llegar estar más cerca de Samanta, detallar su cuerpo y su fina sonrisa. Prefiero estar aquí en su departamento que en cualquier sitio, porque ¡Oh Dios! No puedo creer aún el efecto que tiene sobre mí, definitivamente, estar enamorado es la estación más preferida de cualquier persona, aunque, también es la más difícil de disfrutar. Escuché el cronometro de la cocina sonar, indicando que la comida en el horno estaba lista. -Debo de ir – le digo a ella – no quiero que se pase de cocción. -Sabes, yo antes me decía que tenía que casarme con un chefs, para así nunca llegar a cocinar – me sonríe. -Ah, prácticamente, quieres es un esclavo. -Bueno, tú eres un buen esclavo. -No tengo problema en ello – estira los labios. Ella se sube encima de mi espalda, logré agarrar sus piernas y camine hacia la cocina, todo fue desprevenido y eso fue lo que me encanto. Corrí alegre hacia la cocina e imite el sonido de un motor de un auto, parecíamos la pareja más feliz del mundo, sin embargo, seguiré estando a su lado, hasta que me permita la vida de estarlo. -¿Recuerdas que lo hacíamos de adolecentes? -Sí, nunca lo he olvidado - sonrío como niño mimado. No quiero presumir, pero tengo que hacerlo, la cena por mí se ha vuelto espectacular. Por lo menos, Samanta tenía un buen vino blanco y un juego de copas de fino material. El romance torno el ambiente y nos desvelamos los dos juntos, embriagándonos unos del otro y las acaricias nos hacía acercándonos uno del otro y en conjunto con la comida completo la hermosa noche en su departamento.
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