Leía Adrián me ama. A mí. Las palabras seguían resonando en mi cabeza como un eco que no podía silenciar. Me las había dicho hacía dos días, en el baño de la casa de sus padres, con una honestidad tan desarmante que me había dejado sin aire. ¿Y qué hice yo? Me fui. Salí de esa casa como si hubiera visto un fantasma, huyendo no solo de él, sino también de lo que sus palabras significaban. Desde entonces, hubo solo silencio. Ni una llamada. Ni un mensaje. Y lo entendía. No podía culparlo. Si alguien me hubiera hecho lo mismo, tampoco querría hablar con esa persona. Pero no era como si no lo hubiera intentado. Había enviado mensajes, dejado notas de voz que me sonaban vacías incluso a mí, intentos desesperados por explicarle lo inexplicable. Ninguna respuesta. Lo había lastimado. Y

