Adrián Leía se había ido hacía quince minutos, y mi mente seguía anclada en la imagen de ella con ese vestido. Un maldito vestido que me había vuelto loco durante todo el jodido día. Mis ojos habían tratado de evitarla, pero ¿cómo podía hacerlo cuando su mera presencia parecía llenar todo el espacio? Estaba molesto. No con ella, sino con la situación. Sobre todo, porque mi madre había insistido en mantener todo este asunto de la cena en completo hermetismo. ¿Por qué tanto misterio? ¿A quién demonios había invitado para esa bendita cena? Me convencí a regañadientes de que era un momento seguro para dejar mi despacho. Reuní mis cosas, tratando de ignorar el nudo de frustración en mi pecho, y salí de la oficina. Apenas había cerrado la puerta cuando me encontré con un hombre joven sostenie

