—¡Tengo tanta hambre! —exclamó Alice mientras caminábamos hacia la larga mesa de madera que estaba en la playa. El sol se había puesto en el horizonte, proyectando un resplandor rojo dorado sobre el océano. Ya nos habíamos puesto ropa seca cuando nos llamaron para cenar en la playa. Miré a mi alrededor, amando el ambiente. Faroles colgaban de los árboles cercanos, iluminando la mesa que estaba llena de mariscos a la parrilla, verduras asadas y muchas otras comidas. —Tendrías hambre después de todos esos gritos. Dios mío, pensé que alguien intentaba matarte o algo así —comentó Caspian, ganándose una mirada fulminante de su hermana. —¿Eres siquiera mi hermano? —preguntó ella—. ¿Cómo pudiste salpicarme agua de esa manera? Les diré a papá y mamá que me intimidaste en este viaje. —¿Cuántos

