El Silencio Del Segundo Día

1087 Words
Elisa despertó con la sensación tibia del sol filtrándose a través de las cortinas pesadas de su habitación. La primera respiración del día fue lenta, cargada de ese peso suave, pero persistente que llevaba desde que Elián había decidido alejarse. Un día entero sin verlo había sido extraño… pero el segundo empezaba a sentirse insoportable, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso sin su presencia. Era ridículo que una ausencia de apenas cuarenta y ocho horas la afectara así. Ridículo y peligroso. Pero no podía evitarlo. Se vistió con calma: una blusa suave, pantalones holgados, el cabello recogido de forma más práctica que estética. Mientras se miraba al espejo, se sorprendió al notar un cambio en su reflejo. Su piel se veía más pálida de lo normal, pero no enferma; era como si brillara ligeramente, como si algo subyacente estuviera despertando. Sus ojos también tenían un matiz distinto, un destello plateado cuando la luz les daba de frente. —Consecuencias… —susurró, recordando la segunda entrega de sangre. Con un suspiro, salió de la habitación. La mansión estaba silenciosa de un modo extraño como si los pasillos, las paredes y las sombras estuvieran atentos a sus movimientos. Cada vez que pasaba cerca de una ventana, podía sentir el viento nocturno acumulado del día anterior recorriendo los cristales, empujando su propia inquietud hacia dentro. Elisa descendió las escaleras. El eco de sus pasos era lo único que quebraba el silencio. Al llegar a uno de los salones laterales, vio a Elvira limpiando polvo inexistente de un mueble antiguo. —¿Ha visto a Elián? —preguntó sin pensarlo. La empleada se tensó. No de manera grosera, sino como si la pregunta hubiera tocado un tema delicado. —El amo Elián… ha estado ocupado, señorita Elisa —respondió con una sonrisa educada pero cautelosa—. Tiene asuntos importantes que atender. Importantes. Siempre lo eran. Elisa apretó los labios. —¿Está en la mansión? La mujer vaciló apenas un segundo. —Sí. Pero ha pedido no ser interrumpido. La frase cayó sobre Elisa como un balde de agua helada. No porque la sorprendiera, sino porque la confirmó: él realmente la estaba evitando. Asintió, agradeció, y siguió caminando. No insistió; no quería parecer desesperada. Pero sus pensamientos, sus emociones, su propio cuerpo la estaban traicionando. Había algo dentro de ella, una fuerza que no conocía que reaccionaba solo con pensar en él. Cada vez que imaginaba sus ojos, su presencia, el sonido suave de su voz cuando la llamaba “Elisa”… algo se encendía dentro de ella, como si la sangre misma respondiera a su nombre. Esa idea la asustó… y la atrajo aún más. Fue a la biblioteca y tomó un libro de tomo grueso de historia vampírica, pensando que podría encontrar respuestas. Lo abrió al azar y leyó: “El vínculo de sangre es más que magia; es un llamado profundo, una interdependencia emocional y sensorial. Quien entrega su sangre puede comenzar a sentir la ausencia del receptor como un vacío físico.” Cerró el libro de golpe. No quería leer más. Ese vacío físico, ese hormigueo en el pecho, ese deseo de acercarse… era eso. Abandonó la biblioteca. El aire se sentía pesado. Había pasado solo una hora desde que se había despertado y ya estaba cansada de caminar en círculos. Su mente estaba demasiado ocupada, demasiado inquieta, demasiado consciente del hecho de que Elián estaba en alguna parte de la mansión… y no quería verla. Lo buscó sin buscarlo. Caminó por pasillos que esperaba encontrar vacíos… pero con la secreta esperanza de ver una figura alta apoyada en un marco de puerta. Entró a jardines interiores donde sabía que él pocas veces iba… pero donde lo imaginaba sentado bajo la sombra. Recorrió corredores antiguos llenos de cuadros olvidados… donde creía sentir su presencia detrás de cada esquina. Nada. Pero el silencio… parecía mirarla. Al mediodía decidió almorzar, aunque no tenía hambre. Apenas comió un par de bocados. La comida tenía sabor a nada. La sensación de vacío interno crecía, como una corriente que tiraba de ella hacia una dirección invisible. —Ridículo —murmuró mientras se levantaba de la mesa. Quizás necesitaba ver a su hermana. Eso la centraría. Se dirigió al ala donde la mantenían bajo supervisión médica. La encontró dormida, tranquila, respirando con una suavidad casi infantil. Elisa se sentó a su lado, tomándole la mano. Su hermana olía igual que siempre: a hojas frescas, a hogar, a una vida antes de la mansión. —Estoy bien… —susurró Elisa, como queriendo convencerse a sí misma—. Solo lo extraño un poco. Es normal, ¿no? Pero la respuesta dentro de ella fue un latido acelerado, un temblor leve en sus dedos. No, no era normal. No debía extrañar así a un vampiro que apenas conocía. No debía sentirse atraída por él. No debía querer escucharlo, verlo, sentirlo cerca. Y, sin embargo… La mano de su hermana se movió ligeramente, como si su cuerpo reaccionara al tono emocional de Elisa incluso dormida. Esa simple caricia la quebró un poco por dentro. Se inclinó sobre ella y apoyó la frente en su brazo. —No debería haber aceptado esto —susurró con un hilo casi roto—. Él tiene siglos de ventaja… y yo apenas empiezo a entender lo que me está pasando. Una sombra de un pensamiento cruzó por su mente: ¿Y si él siente lo mismo? ¿Y si por eso se aleja? ¿Y si teme lo que podría pasar si se acerca? La idea la reconfortó y la atormentó a la vez. Por la tarde, la mansión entera pareció cambiar de temperatura. El aire se volvió más frío como si una presencia poderosa hubiera despertado. Los latidos de Elisa se aceleraron al instante. No necesitó verlo. No necesitó escucharlo. Simplemente… supo que él estaba cerca. Era como si su sangre lo hubiera reconocido antes que ella. El corazón se le aceleró de forma casi dolorosa. No era su imaginación. Había algo en ella respondiendo a él. Esa noche, al intentar dormir, el vacío se volvió aún más palpable. Deseaba verlo. Deseaba escucharlo. Deseaba… tenerlo cerca. Se odió un poco por ello. Pero no pudo evitarlo. Porque ahora lo sabía con una claridad devastadora: La sangre no solo había creado un vínculo… Había creado una necesidad. Y el segundo día sin él… Fue el día en el que Elisa comenzó a entender que quizás, solo quizás ya no podía vivir sin su presencia.
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