La Puerta Del Cuarto Día

1245 Words
Al cuarto día, Elisa despertó nuevamente antes que el amanecer. No fue una decisión consciente; su cuerpo simplemente reaccionó, como si un llamado silencioso la hubiera arrancado del sueño. Se incorporó, respirando de forma inestable, y se llevó una mano al pecho tratando de entender por qué sentía ese vacío tan torpe, tan físico, tan absurdo. La presencia de Elián se había vuelto una necesidad. No un deseo. Una necesidad. Algo que dolía en su piel, que pesaba en la lengua cuando intentaba hablar, que quemaba por dentro cada vez que inhalaba sin encontrar su aroma. Un hueco en el aire que no podía llenarse con nada ni con nadie. No con el desayuno. No con los libros que intentaba leer. No con los paseos por el invernadero que había hecho con su hermana cuando lograba despertar del sueño profundo en que la hacía caer su enfermedad. Ni siquiera con la preocupación constante por ella. Y ese pensamiento la destruyó un poco. Porque no podía poner toda su atención en su hermana enferma… porque su mente regresaba una y otra vez al mismo lugar, como un pájaro que choca contra un vidrio invisible: ¿Dónde está? ¿Por qué no viene? ¿Por qué se esconde… después de decirme eso? Elisa cerró los ojos y apretó los puños. Debía ser fuerte. Debía ser racional. Pero la racionalidad ya no tenía cabida en su cuerpo. La sangre misma se había convertido en un mapa que apuntaba hacia él. La única explicación posible era la más simple Elián la evitaba para protegerla. Y durante tres días, esa excusa había sido suficiente. Una manta que la cubría. Un razonamiento lógico. Pero ahora… ahora se había vuelto una mentira que se deshacía en su lengua como ceniza. Porque protegerla no debía sentirse como abandonarla. No después de su confesión. No después de lo que ella había sentido en sus sueños. No después del momento en que el vampiro, por un instante, dejó de ser un ser inmortal… y se convirtió en un hombre. La mañana avanzó pesadamente. Elisa cuidó a su hermana con torpeza, con movimientos más bruscos de lo normal. La joven, somnolienta, no pareció notarlo, pero Elisa sí. A cada segundo sentía que fallaba. Fallaba como hermana. Fallaba como humana. Fallaba porque no podía arrancarse a Elián de la cabeza. Intentó leerle un libro en voz alta a su hermana, pero las palabras se enredaron. Intentó salir al jardín, pero las flores parecían más opacas sin él. Intentó almorzar, pero la comida no sabía a nada. Todo lo que hacía terminaba con la misma pregunta girando como un veneno dulce. ¿Por qué me dejaste sola después de confesar algo tan grande? Su pecho ardió. Su garganta picó como si fuera a llorar. Pero Elisa no lloró. No quería darle esa victoria al vacío. Entrada la tarde, cuando el sol comenzaba a hundirse entre los árboles del bosque que rodeaba la mansión, Elisa simplemente se rindió. No a él. No al deseo. Se rindió al impulso. Un impulso que nació silencioso y creció como un temblor. Ve a buscarlo. Se levantó. Sus piernas se movieron antes de que su mente alcanzará a detenerlas. Caminó por el pasillo sin mirar atrás. No se despidió de su hermana, que dormía profundamente. No llamó a ninguna enfermera. Nadie la vio. Nadie la detuvo. La mansión, en un giro extraño, parecía cooperar. Las luces se atenuaban a su paso. El aire se hacía más frío, más espeso, más antiguo. Era como si la casa supiera exactamente lo que planeaba hacer… y contuviera el aliento, expectante. El corredor que conducía a la habitación del vampiro era más oscuro que los demás. Elisa lo recorrió con pasos cada vez más apresurados, con el corazón en la garganta y un temblor en las manos que no podía controlar. Y entonces llegó. La puerta. Esa puerta inmensa, negra, llena de filamentos tallados que parecían moverse a la luz tenue. La puerta que nadie se atrevía a tocar. La puerta detrás de la cual Elián se había encerrado durante cuatro días. El lugar donde él se escondía de ella. Elisa tragó saliva. Sintió un nudo en la garganta. Sus dedos temblaban mientras levantaba la mano. Pero aun así la apoyó en la madera. Fría. Dura. Impenetrable. Como él. Un suspiro escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo. —Estúpido vampiro… —murmuró, mucho más dolida que molesta—. ¿Crees que así desaparece todo lo que confesaste? El silencio que siguió fue absoluto. Como si la mansión entera hubiera dejado de existir por un segundo. Pero entonces… Entonces sintió algo. Una vibración débil. Una onda de energía apenas perceptible, como un impulso del otro lado de la puerta. Como si… como si el corazón inmóvil del vampiro hubiera intentado latir por un instante. Por ella. Elisa retrocedió, sorprendida, casi asustada por su propia osadía. ¿Había imaginado eso? ¿Era posible que él… reaccionara a su voz? ¿A su cercanía? No sabía. No podía saberlo. Pero su cuerpo sí lo supo. Porque, de pronto, un deseo extraño nuevo, inquietante, intenso se expandió dentro de ella como un fuego lento. Quería verlo. Quería escucharlo. Quería sentirlo cerca. Quería que la mirara como la había mirado antes. El pensamiento era peligroso. Lleno de riesgos. Lleno de consecuencias. Y, sin embargo, se aferró a él como si fuera la única verdad que tenía. No debía querer eso. No debía necesitarlo. Pero lo hacía. Lo hacía con cada pulso de sangre alterada en su cuerpo. Con cada respiración irregular. Con cada palabra que él había dejado suspendida entre los dos. —¿Por qué no sales? —susurró, esta vez con la voz quebrada. Silencio. Pero no un silencio vacío. Un silencio tenso. Un silencio que ardía. Un silencio que decía más que cualquier frase. Elisa apoyó la frente contra la puerta, vencida por la mezcla de frustración, deseo y rabia contenida. —Yo no sé qué me estás haciendo… —confesó en un hilo de voz—. No sé si lo haces a propósito o si quieres que esto desaparezca. Pero no voy a seguir fingiendo que no me afecta. Su mano resbaló por la madera hasta quedar colgando a un costado. —No voy a fingir que no te quiero cerca —admitió, apenas audible—, aunque no debería. Y entonces la vibración se intensificó. Sutil. Pero real. Como si el vampiro del otro lado estuviera pegando su mano donde había estado la de ella. Como si estuviera escuchando cada palabra. Como si estuviera luchando consigo mismo… para no abrir la puerta. Elisa cerró los ojos con fuerza. Un estremecimiento la recorrió. —Eres un cobarde —susurró. La puerta no se abrió. Él no apareció. Pero por primera vez en cuatro días, Elisa no se sintió sola. Se dio la vuelta lentamente, el corazón latiendo más rápido de lo que podía controlar. Mientras se alejaba, con pasos temblorosos, sintió la energía detrás de la puerta moverse, inquieta, como una llamada silenciosa. No miró atrás. Si lo hacía, golpearía la puerta hasta derribarla. Si lo hacía, imploraría verlo. Y no estaba preparada para admitirlo en voz alta. Lo necesitaba. Con una urgencia que rozaba el peligro. Con una intensidad que no era humana. El Día 4 terminó así con Elisa caminando de regreso a su habitación, temblando por dentro, y con un vampiro detrás de una puerta oscura… que había escuchado todo.
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