Después de la extracción su corazón estaba latiendo más rápido de lo normal, sentía una electricidad extraña en las manos y un leve zumbido en los oídos que no desaparecía ni cuando respiraba profundamente.
Cuando llegó a su habitación se sentó al borde de la cama y el piso pareció inclinarse por un instante. Cerró los ojos, apoyando una mano contra la sien. No era un mareo normal. Era como si su sangre se moviera más rápido de lo que debía, como si respondiera a un llamado silencioso.
Abrió los ojos y las sombras de la habitación parecieron retroceder, como si fueran animales que la observaban desde la distancia. El pensamiento la asustó. Parpadeó y la habitación volvió a ser la misma.
—Estoy imaginando cosas —susurró, aunque su voz temblaba.
Se levantó y caminó hacia el espejo. Esperaba encontrarse pálida, exhausta. Y sí, lo estaba, pero había algo más: sus pupilas parecían más grandes, más oscuras, como si absorbieran la luz. Sus labios estaban un poco hinchados, no de dolor, sino como si la sangre fluyera demasiado cerca de la piel.
“Es psicológico”, intentó decirse. “Es solo estrés.”
Al bajar al salón principal, los trabajadores evitaban mirarla directamente. Elvira la observó con atención, como quien mira una herida que no quiere empeorar.
—Desayuno ligero —dijo simplemente, dejando frente a ella una bandeja con frutas y pan.
Nada de carne. Nada rojo. Elisa notó el detalle.
—¿Elián? —preguntó.
Elvira apretó los labios.
—Está ocupado. Ordenó que no fuera perturbado.
Elisa sintió un pinchazo de decepción. Después de la extracción, esperaba una explicación. Una conversación. Algo que le dijera que no la veía como un error o, peor, como una amenaza.
Tomó una mordida de pan, pero el sabor le resultó extraño. Insípido. Como si algo en ella hubiera cambiado de tal manera que la comida humana ya no encajara del todo.
Un escalofrío le recorrió la columna.
Cuando se levantó de la mesa, un mareo agudo la obligó a sostenerse del borde. Elvira corrió hacia ella, algo que nunca hacía.
—¿Se encuentra bien?
—Sí… solo es cansancio.
Pero la verdad era otra en su interior algo vibraba, algo que no reconocía como suyo.
—Quizás deba ver a los médicos de mi hermana —murmuró.
Necesitaba una referencia real, un punto seguro.
—No será necesario —dijo Elvira, demasiado rápido—. El señor Elián se encargará.
Aquello solo aumentó su inquietud.
Decidió ir a la habitación de su hermana por su cuenta. La encontró durmiendo, respirando suavemente. Los monitores emitían pitidos tranquilos. Elisa se sentó a su lado, tomando su mano.
—Elena… ¿Qué me está pasando?
La habitación permaneció en silencio, salvo por el sonido de la máquina.
Entonces lo sintió.
Un tirón muy suave en su pecho. Como si algo o alguien se acercara.
Elisa se llevó la mano al corazón, respirando entrecortada. La sensación era demasiado familiar.
Era la misma que sintió cuando Elián tomó su sangre.
Retrocedió asustada. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie.
—No —susurró—. No puede ser él… ¿puede?
Salió de la habitación apresurada, caminando por el pasillo como si la casa se hubiera vuelto demasiado pequeña, demasiado llena de ecos. La sensación la seguía, como si la sangre dentro de ella respondiera a un llamado invisible.
En una de las ventanas del corredor, de repente, vio algo reflejado detrás de ella una silueta alta, oscura.
Se giró de inmediato.
Nada.
Se obligó a caminar más rápido.
Al llegar al salón del ala oeste, la vibración dentro de su pecho se intensificó. Su visión se volvió borrosa durante un segundo y tuvo que apoyarse en una columna. Las luces parecían más brillantes, los colores más intensos, como si el mundo hubiera acelerado.
—Elisa.
La voz resonó detrás de ella, suave, contenida, como si estuviera hecha de control y culpa.
Elián estaba allí, al final del pasillo, con los ojos oscuros, los hombros tensos. Su presencia llenaba el espacio entero, como si la mansión respirara alrededor de él.
—Tú… —ella tragó—. ¿Estuviste siguiéndome?
—No —respondió él sin moverse—. Pero te sentí.
La piel de Elisa se erizó.
—¿Qué significa eso?
Elián se acercó lentamente, como si cada paso fuera deliberado. No parecía el hombre distante de siempre. Había algo diferente en él.
—Hay consecuencias de una segunda entrega tan rápida —dijo con voz baja—. No solo para mí.
—Lo siento… me siento… distinta —admitió ella, con un temblor en la voz.
Él la observó.
—Lo sé.
Su mirada descendió al brazo de Elisa, donde la marca de la aguja aún brillaba muy levemente bajo la piel.
—¿Qué es? —preguntó ella, retrocediendo un paso.
Elián respiró hondo.
—Es un vínculo.
Elisa sintió que el mundo se encogía a su alrededor.
—¿Un vínculo? Pero… eso no lo acepté.
—No fue intencional —replicó Elián, acercándose un paso más—, pero tu sangre respondió a la mía. No debió suceder. No bajo estas condiciones.
Elisa retrocedió hasta tocar la pared.
—¿Entonces… por eso siento estas cosas?
Él asintió con un gesto casi imperceptible.
—Tu cuerpo está reaccionando. Tu mente también. Y la mansión… —desvió la mirada, como si guardara un secreto—. La mansión reconoce a quienes están vinculados conmigo.
Elisa se estremeció.
No quería estar “reconocida” por ningún lugar que perteneciera a él.
—Elián… Esto no está bien. Yo no pedí un vínculo. Solo quería ayudar a mi hermana. Solo quería… sobrevivir.
Él cerró los ojos un segundo, como si sus palabras lo hirieran.
—Lo sé. Y por eso intentaré mantener distancia. Hasta que se estabilice —dijo acercándose con cautela—. Tu sangre está en mí ahora… y la mía dejó huella en ti. Es algo que no debió pasar.
Elisa sintió un nudo en la garganta.
—Entonces… ¿qué va a pasar conmigo?
Elián tardó demasiado en responder.
—No lo sé con certeza —admitió—. Pero no voy a permitir que nada te haga daño. Ni siquiera yo.
Elisa lo miró, respirando entrecortada. Cada palabra de él despertaba un eco dentro de ella, un eco que no debería existir.
—Entonces empieza por decirme la verdad —dijo ella, dando un paso hacia él—. ¿Qué estoy sintiendo realmente?
Elián la sostuvo con la mirada, como si midiera su resistencia.
—Estás sintiendo mi llamado.
Elisa sintió que su corazón se detenía un segundo.
—¿Tú… qué?
—Mi deseo de acercarme a ti —admitió él, con voz ronca—. Mi necesidad de tu sangre, de tu presencia. Y tú… —hizo una pausa, mirando el temblor en sus manos—. Tú estás sintiendo la respuesta.
La consecuencia.
La conexión.
La atracción.
La amenaza.
Todo mezclado.
Elisa sintió que el aire se volvía más pesado entre los dos. No sabía si quería acercarse o huir.
Elián tensó la mandíbula.
—Voy a encontrar una forma de romperlo —susurró él—. No dejaré que esto te controle.
Pero cuando la vio tambalearse, corrió hacia ella y la tomó por los brazos.
Y en el contacto, ambos inhalaron al mismo tiempo.
Un choque eléctrico.
Un hilo invisible tensándose.
Y en ese instante, ambos entendieron que las consecuencias eran mucho más profundas… y peligrosas… de lo que cualquiera de los dos había imaginado.