Capítulo 5

1655 Words
Pero esto es una falta de respeto, que alguien me explique ¿que hace esa señora aquí? —Madre cálmate—le dice Alexander tomándola por el brazo— esto no te hace bien, recuerda que sufres del corazón. —Y ¿cómo no voy a sufrir del corazón, si tengo que ver a gente como esta?... ¡tu lo único que quieres es su dinero!, siempre nos haz tenido envidia —dice gritando. Mariangela es una señora con unos años mas que su cuñada, pero su piel morena la hace lucir más joven. Con cabello castaño, el cual se mezcla con algunas canas grises. Ella nunca aceptó la ayuda económica de su hermano mayor, siempre decía que ella tenía la capacidad de valerse por sí misma. Es por esto que era una señora humilde, la cual vivía modestamente en una casa de un barrio popular de la zona. Por lo tanto no era del agrado de la señora Elizabeth, quien le gustaba compartir solo con gente de su misma clase social. —¿Yo? ¿envidia de ti? —le dice viéndola a la cara— ja ja ja de esa cara que se le parece a una muñeca de cera a punto de derretirse. No mi amor —dice mientras voltea sus ojos La señora Belanger, a lo largo de los años, fue rejuveneciendo su rostro a través del botox, pero el tiempo le ha pasado factura, pareciendo que todo se estuviese derramando de su rostro. —Pero que total falta de respeto, ¡por favor Estella! llama a seguridad para que saquen a esta mujer de aquí. Alexander intenta calmar a su madre, pero está parece no escuchar a su hijo, mientras que Julio César, no toma cartas en el asunto, solo observa y se ríe desde su puesto. Al igual que Estella, quien intenta disimular la gracia que le ha hecho el comentario de la señora Mariangela. —Discúlpame señora Belanger, pero fue el mismo señor Alfonso quien pidió que su hermana estuviera presente, así que por tal motivo, no podemos sacarla del lugar. —¡Que insolente eres! mi madre te a pedido que llames a seguridad, solo eres una simple empleaducha, así que obedece a lo que se te está pidiendo —le dice Alexander casi gritándole. Estella solo se queda callada, guardando todas las palabras dentro de si, ya que el señor Belanger le pidió que así lo hiciera, cuando llegara el momento. De pronto el abogado Villalba, quien solo escuchaba los gritos, se levanta de su silla y con una voz autoritaria dice. —Si la señora Mariangela se retira, no podemos proceder a dar lectura al testamento, puesto que todas las personas que se van a nombrar a continuación deben estar presentes. —¡No puedo creer lo que mis oídos están escuchando¡ ¡esto es insólito¡ ¡no puedo estar en la misma habitación que está gentuza! —exclama la señora Belanger indignada, voltea su cara hacia Alexander y agarrándolo por el brazo le dice— por favor hijo, ayúdame a salir de aquí, cuando va llegando a la puerta el abogado continua. —Ahora sí alguno quisiera retirarse, deberá firmar una fórmula dónde indique que no quiere estar presente, quedando así excluido del testamento automáticamente. —¿Que ha dicho? ¿dejarme a mí fuera del testamento? si la que no debería de estar aquí es ella —dice señalando a su cuñada. —Usted me dice si quiere firmar dicha fórmula y yo con gusto se la daré —responde el abogado, buscando la fórmula entre sus papeles. Ella se queda por un momento paralizada frente a la puerta. Todos estan en silencio esperando ver la respuesta de la señora Belanger, la cual tiene el rostro completamente retorcido, volteando su cara para ver a su cuñada, con una mirada llena de odio. Está se da la vuelta y camina hacia su silla, levantando su quijada, y elevando su pecho, se tranquiliza y se vuelve a sentar. Ya no vuelve a pronunciar ninguna otra palabra. El abogado mueve su cara de lado a lado y dice —¿Alguno de los presentes desea salir de la sala? —se miran los unos a los otros, esperando que alguien reaccione, pero nadie dice nada. El abogado al ver que nadie habla, agarra una carpeta y dice. —Entonces continuaremos con la lectura del testamento. Por favor cierre la puerta para que nadie nos interrumpa —dice el abogado viendo a Daniel, quien se levanta rápidamente. —Primero que nada, voy a leer una carta que escribio el señor Alfonso, mientras procedo con la lectura del testamento. —Este saca una hoja de papel, la cual está bien doblada, de un sobre amarillo que se encontraba sellado. Desenvolviendo el abogado ve a los presentes por encima de sus anteojos y empieza a leerla, con un tono de voz alto, para que todos escuchen. —Si se está leyendo esta carta, es porque ya no estoy con ustedes físicamente. Quiero que no lloren por mi, viví una vida plena, a pesar de que tuve que trabajar mucho, para lograr mis sueños, pude hacer todo lo que quise, tuve una familia muy bonita, la cual ame, unos hijos que pude ver crecer y convertirse en hombres, una esposa que estuvo siempre a mi lado, una hermana incondicional, y unos empleados magníficos, que se convirtieron en unos hijos para mi —Julio César se ríe con sarcasmo y voltea sus ojos— siempre estuve rodeado de personas que de alguna u otra manera, me enseñaron virtudes que fui implementando a lo largo de mi vida. En fin, viví y fui Feliz, cosa que muchas personas no pueden decir. Es por esto que he querido reunirlos a todos, para poderles regresar, de alguna manera, lo que en vida ustedes me dieron —El abogado hace una pausa para tomar otro papel que está sobre la mesa, y continua. —A mi esposa, Elizabeth, te conocí aquella noche, en un restaurante en la playa de Margarita. Recuerdo que eras la recepcionista en ese momento. Aquel día mi corazón se paralizó al verte, con esos ojos claros, que brillaban con la luz de la noche, tenías un cabello largo y sedoso que bailaba al compás del viento. Tu cuerpo lindo y escultura que llamaba la atención de todos los hombres en ese lugar. Camine y lo primero que recibí de ti, fue una despampanante sonrisa, que flecho mi corazón, podría decirse que fue amor a primera vista —La señora Belanger ríe, algo avergonzada— recuerdo que pensé, "ella será la mujer con la que me case algún día". Alargue mi estancia allí, tan solo para conquistarte, hasta que lo logré. y en un mes, pude convencerte de que te casarás conmigo. Me hiciste el hombre más feliz del planeta. Nos casamos y tuvimos dos maravillosos niños, que terminaron de sellar aquella felicidad. Es algo por lo que siempre te estaré agradecido. —¡Que bello! ¡mi querido Alfonso!... siempre tan detallista, aún después de su muerte —dice la señora Belanger, sacando un pañuelo blanco de su bolso, el cual usa para secar sus húmedos ojos. No obstante, dentro de ti siempre hubo algo que nunca estuvo conforme, siempre querías más y más. Al punto en qué mi amor, no te fue suficiente y te entregaste a una aventura amorosa, con una persona más joven que tú, que solo quería tu dinero, al cual complaciste en todo lo que el quizo. La señora Belanger se levanta de su silla alterada, tratando de defender su dudosa dignidad. —¡Eso es mentira! ¿de dónde han sacado todas esas cosas? —grita poniendo sus puños sobre la mesa. El abogado interrumpe la lectura del testamento y se dirige a la señora Belanger diciendo. —¡Por favor! guarde la compostura y déjeme continuar —dice el abogado. —¡Pero ¿cómo me voy a calmar? con semejantes injurias en contra de mi persona. El abogado levanta un sobre n***o de la mesa y continua —aqui tenemos todas las pruebas que comprueban su infidelidad, si usted gusta podemos proceder a mostrar cada una de ellas. La señora Belanger se siente muy ofendida, por lo que decide levantarse e irse de la sala, pero el abogado le dice. —Le recuerdo que para irse debe firmar el formulario, dónde renuncia a sus derechos por su propia voluntad. Nuevamente la señora Belanger se queda inmóvil frente a la puerta, no sabe que hacer, sintiéndose entre la espada y la pared. —Entonces ¿va a firmar el formulario? —Pregunta el abogado. Ella voltea y lo ve con una mirada fulminante —No, me quedaré y escucharé todo lo que tienen que decir, pero mañana tendrá noticias de mi abogado. Esto no se puede quedar así. Ella regresa a su asiento algo agitada, por lo que su hijo Alexander le dice. —Calma mamá, ya veremos qué hacer con respecto a esto —dice agarrando su brazo. El abogado continua leyendo la carta —Supongo que ya hiciste el drama de la mujer ofendida... Bueno, como consecuencia de tus actos, solo recibirás lo que te corresponde como mi esposa, ni más, ni menos. Por tal motivo, le pedí a un investigador privado, que me hiciera una evaluación de todo lo que te gastaste en viajes y lujos con tu amante, durante todos los años que estuviste con el. Está suma de dinero le será restada a la parte que te corresponde. Quedándote así solo el veinticinco porciento de la mitad que te correspondía. La señora Belanger no cabe dentro de si —¡Esto es una injusticia! ¡hablaré con mis abogados! ¡esto no se puede quedar así! —dice muy enojada. Después de decir esto se queda en total silencio. Se puede ver la vergüenza en su rostro.
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