Capítulo 4

1738 Words
Estella se ha levantado muy temprano, debe pasar a ver a su madre, antes de ir a trabajar, para darle la noticia sobre el fallecimiento del señor Belanger. Estella se estaciona frente a una casa modesta: la cual disponía de una sola planta, con techo de asbesto, y paredes de ladrillos barnizados, los muros estaban recién pintados, con un color azul pastel. el piso de la entrada principal, había sido hecho de un camino de piedras que se distinguía entre la abundante grama verdosa, cortada a la perfección. La casa tenía un aspecto, como muchas casa lugareñas, de una casa colonial, parecía ser una inmensa cabaña, por la forma triangular de sus techos con tejas. La inmensa niebla blancuzca se extendía a través de las montañas que se veían a pocos metros de la casa. la entrada tenía una reja pequeña, que podías pasarla levantando las piernas, pero la madre de Estella se molestaba cuando lo hacían, sintiendo que era una falta de respeto. Al entrar grita —MAMA HE LLEGADO —pasa directo a la cocina, donde su madre ya ha hecho café, y este está recién colado, calentito para aplacar el frío de la mañana. Cómo siempre ella se sirve una taza de café y va hacia el jardín que tiene su madre en el patio trasero. Su mamá casi siempre está allí, ya sea cosechando algún vegetal o simplemente cantándole a sus queridas plantas. —Hola mami —dice ella acercándose a su madre, para ayudarla a levantarse del suelo, para luego darle un beso en la mejilla— ¿como haz amanecido? —Hola hija, muy bien, aunque las caderas ya me duelen un poco, creo que ya no estoy para estos trotes, estás matas me dan mucho trabajo —Bueno mami, ya te lo he dicho, puedo pagarle a Carlos, el hijo de la señora Rebeca, es un adolescente muy responsable, siempre está buscando que hacer para ganar un poco de dinero. —No, no, no... el no sabría cómo tratar a mis niñas —responde ella frunciendo su ceño. —Pero tú siempre dices eso. Así que, no hay nada que pueda hacer. Por qué no nos sentamos un ratito, hay algo que debo contarte. —¿Que paso hija? ¿te sucedió algo? —pregunta algo alarmada. —A mi no mamá, pero vamos primero a la cocina para que hablemos, aquí afuera hace un poco de frío. —Hija, me estás asustando, dime antes de que me dé algo —dijo la madre, en un tono dramatico. Estella siguió caminando, viéndola con sus labios apretados, moviendo su cabeza de lado a lado. Estando sentadas, la madre de Estella, la señora Marlene, se sirve una taza de café y se sienta para oír lo que le tienen que decir —Bueno mamá, ayer ocurrió algo, que ya llevábamos tiempo esperando —Etoms aire para aguantar las ganas de llorar— El señor Belanger falleció. —No me digas hija, pobre señor —dice con un tono de lamento, y con su mirada húmeda continua— fue un gran hombre, el cual Dios puso en nuestro camino, para ayudarnos, si no fuera por el, yo no estaría aquí. —Si mamá es algo lamentable, pero ya el lo sabía, y a pesar de eso, nunca estuvo triste, al contrario,siempre decía que había tenido una vida larga y plena, y que ya era hora de que ese cuerpo agotado descansara. —Bueno, yo tengo casi la misma edad de el, y no me siento cansada, claro uno que otro achaque por aquí, y por alla, pero nada como para decir que me quiero ir. Lo importante es que hizo lo que quizo y ayudo a mucha gente, Dios lo tenga en su santa gloria —dice, mientras toca una cruz que lleva guindando sobre su pecho. —Si mamá, fue un buen hombre, aunque luego tengo que contarte uno que otro chisme que me enteré por allí. Pero ya será luego —termina de tomarse el último sorbo de café que le queda en la taza— hoy es el día de la lectura del testamento. —Pero ¿no puedes quedarte otros quince minutos má? para que me cuentes esos chismes. —No mamá —le da un beso en la frente y camina hacia el carro— debo irme, voy retrasada. —Entonces no me digas que me vas a contar nada, porque después me dejas con la curiosidad —dice quejándose. Estella ríe y le grita desde el carro —Esta bien mamá, te amo, nos vemos luego. Al llegar a la oficina ve que Daniel está preparando la sala de reuniones, colocando las carpetas y los papeles en su sitio. —Hola Daniel, ¿cómo dormiste anoche?. —Muy mal, tuve pesadillas durante toda la noche, dónde la señora Belanger solo quería matarme. —Que exagerado eres, tampoco es para tanto. Lo que vaya a pasar, va a pasar y ya. Estella se une a el, ayudándolo a qué todo quede listo para cuando empiecen a llegar todos. El señor Belanger específico que quería que su testamento se leyera antes de su entierro, para que después lo que quisieran ir a su entierro lo harían por amor, no por necesidad. Llegada ya las nueve de la mañana, el primero en aparecer es el Abogado Eduardo Villalba, le da instrucciones Daniel de agregar un par de sillas más a la mesa de reuniones. Lo que le parece extraño. —El abogado me ha pedido que coloque un par de sillas más en la sala de reuniones ¿sabes para quien son? —le pregunta a Estella quien está sentada en la oficina principal, agendado algunas citas. —Supongo que son para la hermana del señor Belanger. —¿Qué? ¿el señor Belanger tiene hermanos? —No, solo tiene una hermana, llamada Mariangel, la cual es una señora muy conversadora, más de lo normal diría yo. —¿Cómo así? ¿tu ya la conocías? —No, la conocí anoche, cuando cierta persona que estoy viendo, pero no quiero mencionar, me dejó abandonada. Daniel se queda viendola perdido en sus pensamientos —bueno el señor Belanger siempre fue muy reservado con respecto a su familia. De pronto suena el teléfono el cual contesta Estella. —Si, está bien, dile a Rossi que los acompañe a mi oficina, ofrecerles algo de comer, para que esperen mientras llegan todos, y hazlo rápido, no quiero que nadie más lo vea —y colgando el teléfono dice —ha llegado. Daniel enseguida se hace la cruz en su pecho —aqui va arder Troya. Por cierto —dice recordando algo— espero que ese Julio César se presente. —A ti te ha gustado, ¿verdad? se te nota en esa cara picarona —le dice Estella sonriéndole. Daniel agarrando unos papeles responde —Hay ¡Estella ya!, volvamos al trabajo. De un momento a otro empiezan a llegar uno por uno, de los citados, para la lectura, los cuales van pasando a la sala de reuniones para ser recibidos por Estella, quien les va a indicar a cada uno su puesto. El primero en presentarse es su hijo mayor, Alexander, quien ve a Estella y a Daniel con una mirada despectiva, y de manera prepotente se dirige a Estella diciendo. —¡Hey! ¡Tu! la del vestido viejo de anoche, me puedes traer un café caliente, tengo un poco de frío —Estella levanta su mirada y tomando un sorbo de aire le responde. —Si un momento por favor —Daniel la ve con molestia y le dice. —¿Te vas a dejar tratar así, de ese? ¿quien se ha creído que es? ¿el rey de Mónaco? —dice clavando su mirada en el. —Tranquilo Daniel, ya llegará el momento de descobrarmela —ella sale de la sala y le trae el café a Alexander, colocándolo frente a el, quién solo ve su teléfono y ni siquiera da las gracias. Estella toma nuevamente su lugar, en la cabecera de la mesa, acompañada del señor Eduardo. —¿No le pusiste azúcar de esa normal a mi cafe? —le grita nuevamente Alexander a Estella— mi dieta es muy estricta. —No, es café sin azúcar, ¿se le ofrece algo más? —No, tranquila, si necesito algo volveré a llamarte. Estella se sienta, su respiración está un poco agitada y resopla. —Imbecil. —Mas bien, hijo de la gran puta querrás decir —dice el abogado que está sentado a su lado. Ese comentario hace que Estella se ría y olvide un poco el mal momento. Al rato van llegando más de los integrantes. La señora Belanger, entra a la sala con el menton elevado, como con aires de grandeza, a pesar de que viste el luto, su rostro ya no se ve tan triste, como la noche anterior, más bien parecía el rostro de alguien que iba a un banco a cobrar una gran cantidad de dinero. Va acompañada por una señora de las que la acompañaban la noche anterior. —Buenos días señora Belanger, permítame acompañarla a su asiento —le dice agarrándola por el brazo. Al acercarse a la mesa, Alexander se levanta para retirar su silla y ayudara a sentar. —Por aquí mamá... —y dirigiéndose a Estella dice— ya puedes soltarla, yo la ayudaré a sentarse. La señora Belanger se inclina su rostro hacia un lado para decir —Gracias Estella. —De nada señora Belanger —le responde Estella viendo con cierto odio a Alexander. Detrás de ella, llega su hijo menor, Julio César, quien se sienta alejado de todos. Daniel al ver que ha llegado, sale corriendo al baño, perdiéndose unos minutos del lugar. Al regresar Estella se le queda viendo. —Eso, te he visto, haz salido corriendo al baño para arreglarte —le dice Estella con un tono burlón, pero Daniel no le presta atención. —¿Que dices? no me he movido de aquí ni un segundo. A los veinte minutos llega la señora Mariangela hermana del difunto. —Pero ¿que hace ella aquí? —pregunta algo alterada la señora Belanger levantándose súbitamente de su silla— tu no tienes nada que buscar aquí. —Dusculpame pero yo fui citada por el abogado, pregúntale a el si quieres, yo no sé nada.
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