Lo sabía, siempre lo había intuido pero no quiso escuchar esa mala sensación que se gestaba en su pecho. No pudo ni bajar del taxi cuando el imbécil ya estaba casi encima de ella, aplastándola contra el vehículo donde aquel conductor no se decidía a interceder, aunque por desgracia, en realidad, no le importaba interceder. —¡Que puta que sos! — le gritó Esteban bien pegado a su cara, regalándole un nauseabundo olor a alcohol y cigarrillo, a cosa patética y oscura. —No me jodas — le gruñó mirándolo directo a esos ojos extraños, desorbitados. —¿Que no te joda?— susurró pegándose un poco más a ella —. ¿Vos me decís que no te joda? — volvió a indagar desprendiendo esa furia inestable — ¡Todo el mundo se ríe de mí, de cómo me engañas con el porteño de mierda! — le grito con el rostro enrojec

