La polla de Seay era tan fácil de querer. Tracy se enamoró enseguida de su forma, de lo bien que se ajustaba a su agarre; las yemas de sus dedos apenas podían rozar su circunferencia. Su sabor, su glande resbaladizo por el presemen (y siempre había presemen cuando Tracy aparecía), era salado y dulce, con, hay que admitirlo, un fuerte toque psicológico de pene, pero en fin. Levantó la mano y pidió el apestoso panecillo. Seay se lo dio a regañadientes. No estaba seguro de qué esperaba, pero estaba bastante seguro de que ahora estaba obteniendo algo más. "Mmm", tarareó Tracy. Lo succionó entre sus labios, apenas unos centímetros. Seay respiró hondo. Solo unos centímetros de su pene, justo en su boca más suave, húmeda y deliciosa. Y mientras Tracy chupaba su punta, con los ojos brillantes y

