Capítulo 5

1539 Words
Dos días después Tau caminaba directo al gimnasio. Luego de haber demostrado sus capacidades en el edificio abandonado las dudas sobre sus capacidades disminuyeron un poco y forjó una nueva relación con sus compañeros de equipo de aquella actividad. Pero ahora, caminado hacia el salón donde sabía que iba a estar él, sus nervios comenzaron a aparecer y el nudo en el estómago a apretar. -Buen día, señor - saludó ni bien estuvo dentro del lugar. -Buen día - respondió él con calma y sin despegar sus ojos del papel que tenía en sus manos - Comencemos con 7 kilómetros - le ordenó. -Sí, señor - respondió ella pero no se movió ni un centímetro de su lugar. Anwar levantó la mirada y la clavó en los ojos miel de la rubia, observándola con curiosidad. -¿Necesita algo más? - preguntó suavemente. -Sí… Yo, señor, quería saber porqué no me dijo que era una mierda el peso que levanto - la ceja del hombre se levantó en un gesto un tanto divertido. Ella se removió un poco incómoda en su lugar pero trató de mantener la frente en alto para asegurarle a su jefe que estaba preguntando seriamente aquello. -No es una mierda. Está dentro del promedio para ser una Omega - su voz era calmada, casi relajante. -No quiero ser del promedio, señor. Con todo respeto le digo que si no me esfuerzo por ser la mejor no servirá de nada en este lugar, señor. -¿Y cuánto crees que debes levantar?- le preguntó e inconscientemente se acercó un paso hacia ella. -Mis compañeras levantan más del doble que yo - indicó muy segura. Él volvió a caminar un pequeño paso más cerca de la mujer. -Pero son Alfas. Tú eres Omega. Ellas ni se esfuerzan demasiado en levantar ese peso. Su naturaleza es más fuerte - explicaba él con cautela, manteniendo aquel tono tranquilizante. -No es excusa para mí, señor - ella trataba de mantener su posición firme y su tono de voz distante, pero la cercanía del Alfa la estaba inquietando. -¿Entiendes que no levantarás tanto peso porque podrías lastimarte? - preguntó él ahora casi a diez centímetros del cuerpo de ella. -No me lesionaré, señor. Tenga la seguridad de ello - no pudo evitar cerrar los ojos al sentir la mano de él rozar su cabello, como si estuviera colocando un mechón de pelo inexistente detrás de su oreja. -No pasará porque no lo permitiré - contestó él bajando aún más el tono de su voz. -Señor, solo confíe en mis capacidades por favor - y levantó la mirada para clavar sus ojos miel en los de él. El aire se volvió espeso y los sonidos dejaron de llegarles a los oídos. Solo eran ellos y nada más - Creo… - comenzó ella titubeante antes de apartar la vista a un costado, sin moverse de su sitio aún -... Creo que debería comenzar a entrenar - finalizó apartándose un poco. -Creo que sí - respondió él obligándose a separarse de la muchacha con olor a jazmín. Tau caminó directo a la cinta y puso sus pies en marcha, necesitaba despejar su mente de lo que acababa de pasar. No estaba dispuesta a perder la cabeza por un Alfa, y menos si dicha persona era su jefe. Con velocidad la cinta comenzó a pasar sus kilómetros, ella no se sentía cansada, podía hacerlo sin demasiado esfuerzo, pero cada tanto la oleada de tabaco y chocolate llegaba a su nariz haciéndola perder la concentración y el ritmo. Se regañaba a sí misma para volver a tomar el ritmo perdido. Terminado los kilómetros pedidos pasó a ejercitar piernas en diversos aparatos. Ya sentía que sus músculos eran gelatinosos, pero no se lo diría al entrenador, debía dar todo de ella para demostrar que merecía estar en ese lugar.  Anwar la observaba con una cálida expresión. Sabía que aquel entrenamiento era duro para un Omega, él, en su condición de Alfa, hacía esa rutina casi sin agitarse, pero su fuerza y resistencia eran naturalmente mayor que la de la pequeña mujer. Se apresuró en alcanzarla cuando, al levantarse de la última máquina de la serie, sus piernas temblaron ligeramente. Con cuidado la tomó por la cintura y la guió a una camilla para ayudarla a estirar cada músculo de sus extremidades inferiores. Ella, acostada boca arriba, sentía las manos del hombre tomarla con suavidad para ayudarla a relajar y estirar sus músculos. Su respiración estaba trabada, no por el ejercicio, sino por la cercanía del hombre.. Él le sostenía la mirada mientras que ella miraba hacia los costados tratando de concentrarse en otras cosas que no sean el delicioso olor que desprendía el sujeto que la ayudaba a recuperar sus músculos luego del ejercicio. - ¿Por qué no me miras? - preguntó él bastante divertido en su tono de voz. - Es incómodo - murmuró ella. - ¿Por qué sería incómodo? - Es mi jefe y está muy cerca - algo de sonrojo se pudo apreciar en las sudadas mejillas de la mujer. - No soy tu jefe - susurró él mientras estiraba la pierna de la mujer acercando el muslo al pecho de ella y así lograr que su tren muscular posterior se relajara y liberara el ácido que luego podría causarle dolor. Sus rostros ahora estaban bastante cerca, aunque a él le encantaba esa cercanía, ella estaba notablemente incómoda -, soy tu entrenador. - A la finalidad de esta situación es lo mismo - respondió ella sin mirarlo. - No es lo mismo. Cuando termine el entrenamiento seremos compañeros - respondió él liberando la pierna que sostenía y tomando con suavidad la otra para repetir el movimiento. - Cuando termine el entrenamiento, y si me permiten ser parte de la fuerza, seremos compañeros. Por ahora eres mi jefe - sentenció ella girando su rostro en el sentido contrario para cambiar la rígida postura en la que se encontraba su cuello. Anwar rió al ver que aún le esquivaba la mirada. - Vas a ingresar - aseguró él -. Todos sabemos que el Coronel jamás te hubiera recomendado si no estaba seguro de que lo harías - ella sonrió un poco y si él no hubiera estado tan cerca se habría perdido el fugaz gesto. - Es un buen hombre el Coronel - se limitó a agregar con algo de melancolía en la voz. - Listo - de repente cortó la línea de pensamientos de la rubia cuando la sostuvo por la cintura y, como si no pesara nada, la sentó en la camilla, colocando cada mano de él a los costados de la chica y acercando su rostro muy cerca del de ella que se empeñaba en no mirarlo a los ojos. - Gracias, señor - trató de articular, pero fue tan débil que le arrancó una torcida sonrisa al hombre. - ¿Te pongo nerviosa? - preguntó en un tono suave. - Algo así...s-señor - respondió ella. - ¿Es porque sientes lo mismo que yo? La energía que nos atraviesa cuando estamos cerca. El delicioso olor que desprendemos al encontrarnos. ¿Tú también lo sientes? - preguntó él y eso logró que ella lo mirara a los ojos, perdiéndose en la profundidad de los de él, conteniendo a su animal interior que le pedía dejarse entregar a los deseos del sujeto que la miraba con una sensual sonrisa de costado.  Tau no podía procesar qué responder. No quería decir la verdad pero tampoco se encontraba dispuesta a mentir, por lo tanto el silencio se instaló en el gimnasio como un manto pesado que los envolvía y apartaba de este mundo. Sus ojos estaban clavados en los del otro y las respiraciones se mezclaban por la cercanía de los cuerpos. La sangre de ambos vibraba dentro de las venas, gritando por el contacto físico.  El teléfono de él sonó, sacándolos de esa burbuja perfecta e incómoda. Cuando la rubia intentó bajarse de allí para salir lo antes posible de ese lugar, él posó suavemente, pero firme, su mano en el hombro de ella, en una silenciosa orden de que se quedara en ese lugar. Tomó el teléfono, miró el nombre que le sacó un gesto de agotamiento y atendió. - Mark - escupió apenas descolgó -. Sí, estoy terminando aquí - escuchaba la respuesta del otro lado -. Ok, termino y en cinco minutos estoy allí - finalizó la llamada y volvió sus bellos y profundos ojos a la mujer que tenía enfrente -. Voy a tomar tu eterno silencio anterior como un sí - le explicó a ella que aún seguía inmóvil -. Pero veo que aún no lo quieres aceptar - agregó acercándose aún más a ella, con sus ojos clavados en los carnosos labios de la mujer -. Asique… - y se limitó a usar toda su fuerza de voluntad para desviarse y dejar un suave beso muy cerca de los labios de la muchacha que temblaba ante la cercanía de los rostros y la anticipación de lo que sucedería -. Nos vemos - finalizó él al separarse y antes de irse le guiñó un ojo para finalmente dejarla sola en ese enorme espacio.
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