Stefano Carey era un hombre mayor, de cabello canoso, pero de ojos cálidos y demasiado divertido, su esposa, Norma Carey era una dama de edad similar a la suya y de rostro brillante y ojos cultos. —Como cada año es un placer venir a usted, señor Lacroix. El Grand Prix de este año apunta a ser uno de los más grandes de los últimos tiempos. No tiene idea de la alegría que me da poder verlo después de todos estos meses. El año pasado disfrutamos de su hospitalidad y de la elegancia de sus hoteles, elegancia que no se puede encontrar en ninguna otra parte—dijo el irlandés con una brillante sonrisa en sus labios en cuanto ambos se dieron la mano. Giovanni sonrió, recordando lo agradable que era conversar con él. —Usted no tiene idea de lo feliz que estoy de verle de nuevo. Le presento a mi e

