Carta N° 2.

1478 Words
FEBRERO 2017 Por si no lo notaste, te escribiré una carta cada mes porque soy demasiado floja para escribir una carta al día y estoy demasiado ocupada como para escribir una carta a la semana. Bueno, he guardado la primera carta pues no sé cuándo será el mejor momento para dártelas. Últimamente te alteras por todo así que prefiero tenerlas en mi poder, espero que no te enfades cuando lo leas. Señales. Siempre hubieron señales aunque no quise notarlas jamás. Desde el primer momento en que me convertí en tu "novia" existieron señales de cómo sería mi vida a tu lado, sin embargo existe algo a lo que algunas personas llaman "ceguera del amor", cuando no puedes ver las fallas en tu pareja porque todavía te encuentras en la etapa rosa, es decir en la etapa de máximo enamoramiento. Y creo que los primero meses en que estuvimos de novios, eso pasó conmigo. No noté nada de lo que me hacías hasta tiempo después pero para comenzar a narrar una historia siempre se debe comenzar desde el principio. Y el principio de esto, nos lleva a nuestra primera discusión. Llevábamos cinco meses juntos, lo recuerdo porque mi mejor amiga cumplía años al día siguiente y no pude asistir. En fin, me recogiste del trabajo y fuimos a tu casa. Dijiste que estaría tu padre y como papá trabajaba por la noche, no lo dudé ni un instante, así que acepté. Cuando llegamos noté que no era cierto, porque tu padre no estaba por ningún lugar. De igual manera, no me asusté solo continúe como si nada. Para ese momento nuestras familias se habían conocido en un domingo luego de la misa en la Iglesia, y al tener solo a nuestros padres ellos no hicieron mucho esfuerzo como lo habrían hecho nuestras madres supongo. Retomando, esa noche recuerdo que al estar solos nos sentamos en el sofá a ver la televisión. Recuerdo a la perfección que pusiste a Oprah, mi programa favorito. Lo habías puesto solo para burlarte de mí y mis gustos, en fin, luego de la tercera bebida pedí tu permiso para ir al baño. Era tu casa después de todo y accediste. Apenas cerré la puerta a mis espaldas, supe que me habías engañado porque tu pantalón con la mancha blanca sobre la tela, estaba como en una exhibición, como si se tratase de la pintura principal de la galería de arte justo frente a mis ojos. No había duda alguna, era tuyo, te pertenecía porque tu padre no cabría jamás ahí. Todavía recuerdo el temblor de mi cuerpo. Las sensaciones me agobian incluso cuando pienso en ello. El dolor en el pecho, la ansiedad, la falta de aire y la sensación de estar teniendo un infarto pero lo que más recuerdo es el grito que di, porque incluso a mí me lastimó mis tímpanos debido al retumbe del sonido. Hasta el día de hoy continúo preguntándome porqué te enfrenté ese día, porque mi naturaleza no era de esa forma, yo jamás habría gritado así para llamar tu atención, mucho menos habría hecho lo que hice. Acudiste a mí de inmediato y no fueron necesarias las palabras cuando me viste sosteniendo tu prenda en mis manos, solo te echaste a llorar mientras yo luchaba por respirar. Tomaste mis manos entre las tuyas, me rogaste por otra oportunidad pero entonces te abofeteé. Tu rostro giró y mi mano se puso roja de inmediato, casi tan rápido como me arrepentí de haber hecho eso, casi tan rápido como tu reacción al golpearme de regreso y lanzarme al lavabo donde me partí la frente aquel día. Fue como una bomba, estalló y en un segundo la sangre me recorría toda la frente hasta los labios. Recuerdo que puse la mano sobre la herida porque estaba desconcertada, y tú estabas tan enfadado que no lo pensaste dos veces al tomarme del brazo, jalarme por todo el pasillo de tu casa y lanzarme al pórtico para luego lanzar mi bolso por la ventana. Estaba herida, confundida, enfadada, decepcionada pero más que nada, asustada. De mí, porque no solía tener ese tipo de reacciones con nadie, mucho menos contigo, y de ti, porque fue la primera vez que me levantaste la mano. Estúpidamente golpeé tu puerta para que me dejaras entrar. Quería estar dentro para curarme, pedir un taxi o solo para charlar, pero gritabas que era una zorra desde dentro de la casa, y muchas otras barbaridades que terminé por tomar mis cosas y caminar hacia el hospital. Tu primera casa, ahí fue donde pasó todo esto. Y sí, fue hace años. Tal vez ahora te estés preguntando cómo es que recuerdo esto tan bien, porqué lo estoy sacando a colación varios años después o simplemente porqué carajos pienso en esto pero lo hago para que sepas que yo jamás olvido, mucho menos cómo comenzaste a herirme. Caminé quince cuadras con una herida abierta en la cabeza. Llegué al hospital, fui llevada a la sala de urgencias y me suturaron la herida. Estaba sola ahí, llorando por lo que había sucedido y por cómo le diría a mi padre lo que sucedió. Tenía miedo de caminar a casa, por lo que pedí un taxi para poder llegar, sorprendiéndome de verte en la entrada cuando el coche se estacionó en la calle. Todavía tengo guardado claramente en mi memoria la posición en la que estabas. Codos apoyados en las rodillas, tus manos cubrían tu rostro y tenías la mirada baja. No la levantaste incluso cuando llegué a ti, incluso cuando te pregunté qué estabas haciendo ahí, solo la levantaste cuando te pedí que te marcharas. Creo que vi tu corazón romperse al notar mi herida, porque tus ojos de inmediato se cristalizaron y el jadeo que abandonó tu garganta me asustó. Tengo ese sonido bastante presente porque fue la primera y única vez en la que te dolió agredirme. Te arrodillaste, abrazaste mis piernas y lloraste desconsolado pidiéndome perdón por haberme golpeado, pero recuerdo una frase bastante bien y fue "lamento haberte golpeado, pero tú me provocaste, no debías levantarme la mano, no debiste jamás haberte enfadado conmigo". Supe en ese momento que las cosas jamás serían las mismas porque estabas disculpándote culpándome, ¿Eso tiene sentido? Me culpaste por golpearte, por haber descubierto tu infidelidad, por haberme agredido y lo repetiste tantas veces que esa noche te perdoné al instante. Te pedí que te levantaras del suelo y ambos ingresamos a mi casa donde me besaste toda la noche y me susurraste que todo estaría bien. En mi mente no podía parar de pensar con quién y dónde me habías engañado porque estabas siempre pendiente de mí, y juro que quería preguntar al respecto, pero me callé por miedo. Esa fue la primera vez que callé para no despertar tu furia. La primera vez que mentí sobre mis heridas. La primera vez que inventé una historia para salvarte. Así que, cuando te preguntes porqué recuerdo esto tan bien, ten presente que lo recuerdo porque fueron muchas malas primeras veces. Mentí que había resbalado en el baño luego de ducharme, y lo más sorprendente fue que no tuve que no tuve que repetirlo tantas veces porque no había forma alguna de que los demás supieran que eras tú el culpable y no mi torpeza, no el agua, sino tú. Mentí tan bien y tanto tiempo, que incluso me creí que había sido mi culpa ¿Puedes creerlo? Han pasado años, y no puedo creer que recién ahora hubiera notado lo idiota que fui al creerte, al mentir por ti, al perdonarte esa infidelidad que luego descubrí fue con una amiga de preparatoria. De haber sido más fuerte, de haber sido menos conformista te habría dejado apenas me gritaste, o incluso antes hubiera visto alguna señal de que tú me engañabas, sin embargo me quedé a tu lado porque juraste nunca golpearme otra vez. Juraste demasiadas cosas ese día como jamás levantarme la voz, jamás golpearme de nuevo, jamás engañarme otra vez y tantas cosas que ahora mismo son inútiles de recordar y me causan tanta vergüenza que espero te sientas igual ahora que las traigo de nuevo a tu memoria. Juraste tanto ese día... ojalá no te hubiera creído ni una sola palabra, Jude. En estos momentos, cuando recuerdo nuestro comienzo, es donde me pregunto porqué si la ciencia avanzó tanto, todavía no han creado una máquina del tiempo, porque juro que desearía tenerla para poder regresar a ese día sabiendo lo que ahora sé, y jamás perdonarte. Quisiera regresar incluso al día que te conocí para no hacerlo. Dicen en terapia que a veces es bueno pensar en mundos paralelos, mundos donde nuestros mayores deseos se hacen realidad y ¿Te cuento un secreto? En mi mundo paralelo no existes, Jude. Ahí no eres mi cruz. Firma: Bea Howland de Peters. 
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