Entre perder el miedo y elegir perderlo, se encontraba una gran brecha, se podía medir mi temor en grandes cantidades y mi seguridad se reducía a nada, entonces sí mis cálculos no fallaban, era más cobarde que la misma cobardía y más fausta que nadie en el mundo para los problemas. Estaba quieta en medio de un sofá blanco de algodoncillo, siendo observada por una docena de ojos que variaban entre azules, verdes, castaños y vergrisulados. Toda un exótico conjunto de colores que combinaban a la perfección con esos hermosos rostros. Una familia digna de admirar. Valentina, la mamá de Andrew, llegó a la sala, me entregó una taza de café y con mis manos temblorosas la tomé y soplé para menguar lo caliente. — has crecido mucho, Danna, aún recuerdo a Fan yendo contigo a todos lados, no te le

